La decisión

¿Acumular bienes o «volver a Dios»? El testamento espiritual del genial cineasta ruso Tarkovski

26 de junio de 2015

Produjo y dirigió 7 largometrajes que son considerados, cada uno de ellos, una pieza de culto.

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El cineasta ruso Andrei Tarkovsky aseguró que una bruja le había profetizado que sólo realizaría siete películas pero que las siete serían importantísimas. Y así fue. Cada uno de sus títulos es material para cinéfilos: ‘La infancia de Iván’ (‘Ivanovo detstvo’, 1962), ‘Andrei Rublev’ (‘Andrey Rublyov’, 1966), ‘Solaris’ (‘Solyaris’, 1972), ‘El espejo’ (‘Zerkalo’, 1975), ‘Stalker’ (1979), ‘Nostalghia’ (1983) y ‘Sacrificio’ (‘Offret’, 1986). Filmó también un mediometraje en Italia: ‘Tempo di viaggio’ (1983).

Su padre, Arseni Tarkovski, era un importante poeta, que además traducía poesía del turco, del georgiano, del armenio y del árabe. Abandonó a Andrei cuando tenía tres años. La sombra del padre persiguió siempre al hijo: Andrei, de hecho, murió en 1986, tres años antes que su padre. No llegó, pues, a ver la Caída del Muro de Berlín. Andrei siempre envidió y admiró a los poetas, y llegó a declarar que “si yo escribiera poesía como la de Pasternak, no me habría hecho cineasta”. En cuanto a su madre, fue una mujer de firmes convicciones cristianas, con quien mantuvo un vínculo estrechísimo.

Formado en la escuela de cinematografía de Moscú, muchos consideran que el cine de Tarkovski es el paradigma del cine lento, de autor, muy libre en las formas y narrativas, lleno de elementos oníricos y psicológicos, incomprensible para el gran público.

Para colmo, desde que dirigió la monumental película "Andrei Rublev" en 1966 sobre el famoso pintor medieval de iconos (santo para la Iglesia Ortodoxa desde los años 80), las autoridades soviéticas pasaron a vigilar su obra con lupa, sospechando críticas detrás de cada escena y símbolos ocultos. También en occidente, cuando dejó la Unión Soviética en 1980, los críticos decidieron buscar simbolismos abstrusos tras cada fotograma, que a veces existían pero otras muchas no. Si era difícil entenderlo a ojo desnudo, con mentalidad conspirativa lo era más.

Hay críticos que no han entendido la obra de Tarkovski porque no han visto que sus personajes, sumidos en una búsqueda interior estéril y vacía, pese a todo sospechan que hay esperanza, pero está más allá del mundo, en Dios. Tarkovski busca impactar mediante la belleza, romper las formas establecidas y despojar al espectador para que se acerque a lo divino. Amaba la naturaleza (viento, fuego, agua...) pero a menudo le servía para expresar la parte oscura del hombre: la naturaleza es hermosa, pero silenciosa ante las grandes preguntas; en cambio, Dios, de alguna manera, habla.

Un profeta contra el materialismo

Tarkovsky siempre denunció la grieta entre el materialismo y la realidad del hombre, que es un ser espiritual. Como un profeta, avisaba de que esa grieta destruiría las sociedad materialistas, fuesen comunistas o consumistas. El arte era para él el primer paso para escapar de esa dictadura materialista. La verdadera belleza del arte, insiste, está más allá del hombre, es liberadora porque evoca otro mundo superior.

Sus últimos seis años vivió a caballo entre Europa y Estados Unidos; Italia, con su infinito caudal artístico, lo acogió de modo particular.

Su película "Sacrificio" se estrenó después de su muerte. El periódico italiano "Il Sabato" publicó en esas fechas, el 30 de mayo de 1987, un texto póstumo de Tarkovsky que todos consideran el testamento y la profecía espiritual del genial artista, poco antes de fallecer con 54 años, que había penetrado en el alma del vacío comunista y en el occidente materialista. Este es el texto que queremos ofrecer aquí.

Volver a Dios, por Andrei Tarkovsky

(Il Sabato (30 de mayo de 1987), páginas 18-19).

El hombre contemporáneo está ante una encrucijada. Ante él está el dilema: continuar su existencia ciega de consumidor que depende en todo del paso despiadado de las tecnologías nuevas y de una ulterior acumulación de bienes materiales, o buscar y encontrar la vía de la responsabilidad espiritual que podría, en último término, convertirse en realidad salvífica no sólo para el individuo, sino para la sociedad. Es decir, volver a Dios.

El hombre mismo y por sí solo debe resolver este problema, sólo el hombre puede encontrar el camino de una vida espiritual normal. Y, ¿dónde está escrito que nuestra vida sobre la tierra deba ser feliz, que se nos haya dado para esto y no para algo más importante que el hombre? La primera hipótesis podría ser verdadera sólo si cambiásemos el sentido que atribuimos a la palabra felicidad, pero no conseguimos hacerlo. Sólo que ¿cómo se explica esto a un materialista? Ni en Oriente ni es Occidente te entenderán, más aún, te tomarán el pelo.

La decisión de volver a Dios puede ser el primer paso hacia la responsabilidad del individuo de cara a la sociedad. [...] La humanidad civilizada de hoy en su gran mayoría no cree en Dios y parte de posiciones positivistas... El hombre hoy no es capaz de esperar en algo inesperado, contradictorio, que no corresponda a la lógica «normal». No logra ni siquiera pensar en el milagro, admitir su fuerza maravillosa.

La falta de estas capacidades lleva a un desastre espiritual que por sí sólo debería hacer reflexionar. El hombre debería entender que su camino a través de la vida no se mide con medida humana, sino que está en las manos del Creador y es a su voluntad a la que el hombre se debe confiar.

 

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