El don y la misión de todo sacerdote

El poder de la sanación

25 de septiembre de 2015

En vida llevó el alivio del Espíritu Santo, con su imposición de manos a enfermos que parecían incurables. Hoy se multiplican los testimonios de quienes hablan de dones y beneficios recibidos, por haberle rezado con fe a Dios, pidiendo la mediación de este sacerdote.

Compartir en:



Pistoia es una pacífica localidad italiana de la región de Toscana, que se la conoce por los invernaderos alrededor de la ciudad y por sus mercados de flores. Allí nació hace 100 años Giuseppe Mario Pantaleo, o lo que es mejor, el Padre Mario. Un hombre que dedicó su vida por entero a Dios (1915-1992).

Plasmó su ministerio sacerdotal en la disposición constante para socorrer pronto al necesitado, en la capacidad para crear de la nada una obra social y educativa que contuviera a los más desposeídos, en esas manos que sin jamás especular llevaron la curación a hombres, mujeres, ancianos o chicos que por miles desfilaron ante él en busca de auxilio, con la salud quebrada y sin esperanzas. Oración y trabajo, fe y obras que hablan de ella.

Pasaron 23 años ya desde la pascua de padre Mario, pero el recuerdo del sacerdote que se esmeraba por llevar a todos el don de curar está más vivo que nunca entre quienes le conocieron. Esto es así porque ahora se multiplican los testimonios de personas que cuentan haber sorteado obstáculos en apariencia insalvables gracias a la mediación del Padre Mario. Son moneda corriente los relatos sobre situaciones en los que la medicina quedó sin capacidad de respuesta frente a curaciones providenciales.

Un caso de tantos es la historia de un chico que nació con una cardiopatía severa, de tal magnitud que en un momento los médicos lo desahuciaron. Sobrevivió, pero con pésima calidad de vida. Un buen día, los padres no se tardaron más y viajaron hasta la Fundación, de la ciudad González Catán (Argentina), para rezar en familia en el lugar donde descansan los restos del Padre Mario.

“Cuando entramos al mausoleo, lo senté a Dieguito sobre el mármol y él enseguida se acostó. Era como si estuviese en su casa. Le hablaba al Padre como si fuese un amigo más y le pedía por su manito, por su piernita y por su ojo”, rememora el matrimonio de Diego y Graciela de Zagnoli. Una vez curada la criatura, el desenlace: “Aunque nunca les hablé del Padre Mario, los médicos de la Fundación Favaloro piensan que fue un milagro”, confiesa el papá en Sanaciones desde el Cielo, un libro sobre aspectos de la vida y la personalidad de Mario Pantaleo.

Para muchos, el Padre Mario fue -es- un santo. La primera en creerlo así es quien fuera su inseparable escudera y socia de emprendimientos sociales, Perla (Aracelis de Garavelli), que hoy casi nonagenaria aprueba y alienta los trámites pertinentes para solicitar la beatificación del cura ítalo-argentino. En el círculo de allegados a Perla, entre otros su hijo Carlos Garavelli (director de una de las fundaciones de la Obra) refuerzan la idea a partir de la “gran cantidad de milagros” en los que habría intercedido el Padre de Pistoia.

El nacimiento de Mario, 1° de agosto de 1915, coincidió con la debacle económica de su familia, que de un día a otro se vio cercada por la ruina que trajo consigo la Primera Guerra Mundial. Para peor, a los cuatro años contrajo neumonía. En esas circunstancias, surge uno de los costados más místicos de su rica historia: una noche que lo cuidaban sus padres, éstos creyeron ver que una luz blanca se posaba sobre el niño enfermo.

Según el relato del propio Mario, había sentido la presencia de Santa Teresita. No parece antojadiza la versión que dice que cuando Pantaleo conoció, siendo un joven sacerdote, a Pío de Pietrelcina, éste le habría manifestado después de un rato de charla: “Tu eres como yo”. Declarado santo en 2002, Pío era famoso por los estigmas que exhibía en las manos. Dos historias atravesadas por manos especiales... como las de todo sacerdote que asume el mandato de Jesús de sanar enfermos y expulsar demonios junto con la predicación de la Buena Nueva.

Igual de bonachón que cascarrabias, Pantaleo llegó hasta Argentina dos veces, proveniente de Italia. La segunda sería definitiva. Fueron tiempos difíciles aquellos años como capellán del Hospital Ferroviario: privaciones económicas de toda índole (llegó a dormir en un baño del Hospital Santojanni), demoras para que lo vincularan a una diócesis, mal visto cuando no perseguido por quienes lo creían “curandero”.

Pero siguió hasta conseguir todo lo que se había propuesto para los más pobres de La Matanza, su lugar en el mundo, donde atendió a miles de personas. Y sin alardear nunca de su poder de curación: “Sana Dios, que es el gran guitarrero, yo soy la guitarra”, explicaba su secreto este cura de pulmones débiles y corazón enorme.

Al aniversario llegaron miles
 
“Al principio se sentirán solos, pero luego vendrán cientos, miles”, dijo el Padre Mario a su inseparable asistente Perla, poco antes de morir, el 19 de agosto de 1992, a los 77 años. Y no se equivocó: el 1° de agosto, unos 15 mil peregrinos circularon por la sede de la Obra en González Catán para celebrar los 100 años del nacimiento del religioso italiano. Aquel sábado también se inauguró la sala Perla Gallardo en el museo de la Obra. La misa de la jornada se hizo en la Capilla Cristo Caminante.


 

Compartir en:

Portaluz te recomienda