El retorno a casa de Nicolò Manduci

Atrapado en las heridas de infancia, casi perdió su alma. Sólo Cristo lo podía sanar

24 de junio de 2016

Una madre distante, un padre que dejaba hacer y el acoso escolar quebraron en tal forma a un niño, que lo dejó a expensas del mal. Pero retornaría a confesar el amor liberador de Dios… ante un pastel de fresas y un mendigo

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La eucaristía diaria y acudir regularmente a un grupo de oración carismática, son hoy vitales para Nicolò Manduci, un joven italiano de 27 años cuyo testimonio de amor agradecido a Cristo, ha sido difundido el pasado 13 de junio por HM Televisión y luego reproducido, parcialmente, en varios portales de prensa católicos.

Portaluz te entrega aquí transcripciones inéditas del testimonio dado por Manduci en el programa “Cambio de Agujas”, sobre su  proceso de sanación y conversión. Revelando además la estratégica acción del demonio, de la cual fue felizmente liberado.
 
La Santísima Virgen María cuidando el alma de los niños
 

 

Nicolò es un testigo de cómo el mal hunde sus raíces y se potencia desde las heridas emocionales padecidas en la infancia. El cóctel que lo encadenó por casi dos décadas tuvo tres componentes que revela al iniciar la entrevista: una madre que percibía como ausente en lo afectivo; un padre también ausente y que dejaba hacer sin comprometerse en la formación; y en particular el acoso escolar que desde temprana edad padeció.

En los primeros años de infancia -relata-, sus carencias afectivas recibían consuelo cada vez que oraba con devoción a la Santísima Virgen María… hábito que le inculcaron las hermanas en su Escuela Salesiana María Auxiliadora. “Aprendimos a rezar a la Virgen María y esto para mí ha sido una gracia grande, porque en el momento en que sentía necesidad empezaba con el ofrecimiento al Señor. Yo empezaba a entender lo que la oración hacía dentro de mí, en mi corazón… Después, a la edad de diez años comencé a preguntarme ¿pero cómo es posible?, yo siento que ¡hablo con esta Señora! ¿Quizás debo dejarlo?, tengo que crecer”.

Las seducciones y agresiones del mal

Aquellas ideas erradas que le alejaban de su vida espiritual, se potenciaron al ingresar en la escuela secundaria. Tiene vívido Nicolò el impacto que le causaron “muchos chicos que blasfemaban, reían, bromeaban, te tomaban el pelo y me sentía siempre poco amado, poco acogido”. Comenzó a padecer acoso y para sobrevivir, dice, decidió asemejarse a sus agresores… “Empecé a hacer lo que ellos hacían: palabrotas, blasfemias, es decir, alejarme totalmente de Dios”.

Luego en su juventud, ya casi ni recordaba la paz y contento que su alma había experimentado cuando de niño -conversando con la Virgen- era consolado en la oración. Víctima del enemigo de Dios, se dejaba arrastrar por el éxtasis pasajero del mundo…  “Buscaba en sitios equivocados, buscaba en la discoteca, en la droga, en el alcohol, en todas las cosas que no me hacían feliz. Esto me llevó verdaderamente a un vacío interior, a estar siempre lejos de mis padres, siempre despreciándoles, no viendo nunca en ellos las cosas buenas”.

Sufría Nicolò, sí, pero se dejaba desgastar en un sentimiento de derrota, seguro –puntualiza- de que “nadie podía sanar aquella herida que yo llevaba dentro. Ninguno me podía amar como yo hubiera querido.  Ninguno podía entenderme como yo hubiese querido”.

Perdido de sí mismo, en guerra con todos y con Dios

Y se rodeó de otros que estaban tan perdidos como él. “Desgraciadamente la compañía que yo tenía no era buena, porque su felicidad, en lo que se refugiaban, el modo de alejarse de sus problemas, era la droga, era el alcohol. Obviamente era una falsa felicidad, no podría traer un bienestar. Podía darte un momento de éxtasis, pero era falso, era aparente…Así es que me vi deslumbrado, cegado por este bien aparente”.

Sin embargo reconoce que su alma protestaba, la voz de Dios latía en su interior. Pero el joven Manduci se quedó inmóvil ante esa voz interior, ciego en su rabia, lamentándose -confidencia- por sentirse “distinto”, por ser como era… “Yo sabía que Dios me miraba siempre. Yo creía fuertemente que Dios tenía su huella sobre mí, sus ojos vueltos hacia mí. Pero no quería escucharlo, porque en ese momento había empezado a rechazarlo…No tenía fuerza para encontrar las respuestas, no tenía una madurez suficiente, no tenía tampoco educadores válidos en los que apoyarme... Sabían que me drogaba, sabían que fumaba, no era bien visto en un ambiente católico. Era siempre un poco despreciado, un poco mirado con prejuicio, me sentía un poco alejado”.

La huída

Al cumplir 18 años y tras comenzar a trabajar mejoró en algo su autoestima, señala, aunque continuaba con una certeza interior de que “algo dentro de mí me faltaba”. Intentó retomar el vínculo con sus padres, pero ellos vivían por entonces su propia crisis… “Iban cada uno por su cuenta. Había un gran egoísmo entonces, y yo sentía el peso de ese egoísmo en casa. Por eso decidí cambiar de objetivo y partí para Londres”.

Al principio iba a ser solo un periodo de dos meses para aprender algo de inglés, “hacer algún trabajillo” pero, al final, Nicolò estuvo casi dos años en Londres. “Cambió verdaderamente mi vida. Me fui a ese desierto porque estaba yo solo…”. Perder las comodidades materiales que tenía en Italia parecía una aventura fascinante las primeras semanas. Luego, cuando sólo había pasta o arroz –“ni siquiera algo de aceite”- para comer, habitando una casa okupa con otros como él; esa pobreza en que vivía le imprimió un sello distinto a todo. Además en el trabajo tenía un jefe que no lo dejaba ni respirar, dice. “Estaba siempre encima de mí y me costaba la obediencia, era una cosa que no comprendía porque tuve un padre que me dejó siempre libertad de hacer todo lo que quería”. Así, Londres iba modelando el carácter del joven italiano. Su aprendizaje desde la pobreza y obediencia le dejaba, reconoce, “paz y felicidad”.

Re-escribiendo la parábola del Hijo pródigo en un pastel de fresas
 

Cierto día al salir del trabajo de camino a casa, Nicolò se quedó prendado de un pastel de fresas que vio en una vitrina. Cada día pasaba por allí y soñaba en comerlo. “Costaba cuatro libras cincuenta, creedme, no las tenía en el bolsillo”. Dos meses después logró tener el dinero y corrió a comprarlo.

“…Al bajar las escaleras automáticas del metro vi a un anciano en una silla de ruedas. Estaba tocando el violín. En aquél momento abrí la caja, miré el pastel y miré también al anciano pobre pensando en mi corazón: «Nicolò, esta persona, ¿qué comerá esta tarde? Tú tienes arroz, la pasta sola te está esperando en casa. Esta persona, ¿dónde va a dormir esta tarde? Y tú, ¿la casa que tienes?, esta persona no sabes si la tiene». En aquél momento sentí que yo poseía algo y aquella persona no tenía nada”… Y entonces Nicolò regaló lo más preciado que en ese momento tenía… “En aquel momento este Señor me sonrió y recuerdo que ya no cogí inmediatamente el metro, sino que volví a subir  las escaleras eléctricas, para volver a casa a pie”.

Este pequeño gesto de amor abrió la conciencia de Nicolò, pudiendo sentir cuánto le amaba el Señor: “En ese momento sentí una gran paz. Sentí un amor grandísimo en el corazón que me tocaba dentro y no sabía lo que era. Más tarde he entendido que el amor de Dios comenzaba a visitarme. Dios había visitado mi corazón y, sobre todo, había visto que yo tenía deseo de cambiar. (…) Se había transformado el viejo Nicolo, poco humilde, orgulloso, soberbio, enfadado, en un chico que podía ser humilde, pobre y obediente. En el momento en el que entré en mi casa, recuerdo que cerré la puerta, y sentí como una persona, una presencia cerca de mí. Recuerdo que sentí una fuerza en mi corazón que me decía: «Cualquier cosa hecha al más pequeño de mis hermanos, es como si me la hubieras hecho a Mí». Esta persona era Jesús. En aquel momento sentí la presencia de Jesús vivo cerca de mí”.

El amor de Jesús llamando en la Eucaristía

Londres le había dado una gran experiencia de reencuentro con Dios y a su regreso en Italia Jesús continuaría llamándole para que retornase en todo a Él. Se sirvió de un amigo de la infancia con quien Nicolò se encontró cierto día y que le invitó a la Eucaristía de Navidad, de la cual salió feliz. Su amigo entonces le sugirió que lo acompañase cada domingo a misa. Nicolò se resistió. Un par de días después alguien le contó lo mal que habían terminado las vidas de sus amigos de adolescencia y juventud. Nicolò sintió cuánto le amaba Dios… Unas horas después se cruzó en la calle con la madre de su amigo quien sin mediar saludo le reprendió arengándole a rezar para comprender el valor de la Santa Misa. “Y estas palabras me fulminaron, porque efectivamente en mis oraciones me asía de Dios como de una tarjeta de crédito…”.

El amor sanador de Jesús no se detuvo ahí. Una semana después otra madre que le conocía lo invitó al Santuario Mariano de Medjugorje (Bosnia Herzegovina). Aceptó y estando en aquél  lugar resucitó en Nicolò la inocencia del niño que conversaba con la Santísima Virgen María. En un papelito escribió: “«María, tú eres mi Madre, yo no sé qué haré de mi vida, lo importante es que tú estés orgullosa de mí». Y junto a  estas palabras, recuerdo que hice también esta oración: «Señor Jesús, ayúdame a comprender por qué tengo que ir a Misa»”.

Su oración fue escuchada y atendida la petición. Ya de regreso en Italia la Santa Misa comenzó a ser el centro de su jornada. La Eucaristía, es fuente de amor y de alegría, de sanación espiritual, testimonia Nicolò Manduci. También agradece el amor de Jesús actuando en la oración comunitaria… “Jesús sana, Jesús libera, el Señor realiza todavía hoy milagros, curaciones, liberaciones del corazón, del alma, del espíritu... Esto lo siento vivo porque he tenido la gracia de estar en un grupo de oración del Movimiento Carismático que ha dado fuerza a mi fe. Cristo está vivo ayer hoy y siempre, es el mismo, Él no cambia”.

La entrevista completa en "Cambio de Agujas":





 

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