Padecía depresión, lo había intentado todo y "tuve mi última oportunidad"

24 de marzo de 2017

Confusa, encerrada en sí misma, debilitada por las dificultades para integrarse en la sociedad europea, dejándose arrastrar por ideas obsesivas de tristeza.

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En una casita de las Antillas francesas, la madre de Myriam rezaba cada noche con sus hijos el rosario. Como las olas moldean las rocas haciendo siempre nuevo el paisaje, los Padrenuestro y Avemaría hacían lo propio en el alma de la joven. La fe era también un buen soporte para sublimar el dolor por el divorcio de sus padres.
 
Luego, siendo adolescente la pasión se impuso al ser prudente. Para Myriam no había nada mejor que su búsqueda por “hacer experiencia de Dios” cuenta ella misma a L’1visible. Así, bien podía asistir al catecismo en la Iglesia Católica –del que finalmente desertó-, como luego se la podía ver en el culto con los Testigos de Jehová. En otro período se aferró al budismo y también se permitía experiencias con grupos de la New Age.  Esta mezcla terminó por indigestar su espíritu y Myriam llegó a la juventud convencida “que el Dios en el cual yo creía en el fondo de mi corazón no estaba presente en ninguno de estos lugares... Decepcionada, llegué a sentir una cierta alergia hacia la religión”.

Huérfana

Cuando emigró por trabajo a Londres, la inserción social era compleja y sintiéndose una huérfana retomó la fe de su infancia… “Solo deseaba que llegase la hora de la pausa, para ir a sentarme en una iglesia. Me tranquilizaba pensando en mi interior en la cantidad de personas que habían rezado allí, y que si un día Dios quería revelarse a mí, seria en un lugar parecido”.

Pero ella -hoy lo testimonia- seguía pretendiendo un Dios a su medida y de tiempo en tiempo protestaba… “¡¿Qué sentido tiene todo?! Dios, tú me has olvidado, te busco en todas partes y no te encuentro”.

Presa en la depresión

Confusa, encerrada en sí misma, debilitada por las dificultades para integrarse en la sociedad europea, dejándose arrastrar por ideas obsesivas de tristeza fue poco a poco siendo presa de una depresión. La diagnosticaron, comenzó el tratamiento farmacológico y sesiones de terapia. No había mejoras. Al paso del tiempo los largos períodos de aridez, angustia y nubes negras en el ánimo, se prolongaban.
“Estaba cansada de esa búsqueda, aunque rodeada de mucha gente, me sentía muy sola. No tenía ningún deseo de vivir, seguía un tratamiento médico pesado: antidepresivos, ansiolíticos, somníferos y más”, recuerda Myriam.
 
Volver a empezar
 
Durante una visita a su familia en Francia, Myriam recuerda que su mamá viéndola tan abatida le invitó a visitar su tierra natal, Antillas. Fue nada más llegar y una tía le invitó al grupo de oración que frecuentaba. Con su depresión al cuello, no tenía mucho ánimo para grupos, pero finalmente aceptó.

“Eran un grupo de mujeres que oraban con los brazos levantados, cantando en una lengua extraña. ¡Tuve la impresión, que habían bebido demasiado ron! Entonces preguntaron si alguien deseaba que orasen por ella y mi tía me empujó, cariñosamente. No me resistí. Me acerqué, temerosa, y cuando empezaron los rezos por mí sentí como si las compuertas de una gran represa fuesen abiertas en mi interior. Una de las mujeres habló y su palabra me estremeció por completo: «Jesús te ama». Fue todo lo que dijo y en un instante, el puzle de mi vida me pareció que se revelaba. Todas mis preguntas encontraban respuesta”.

Liberada en Cristo

¿Qué había ocurrido allí? ¿Cómo era posible que un simple rezo de unas mujeres a quienes Myriam no conocía y una frase en apariencia nada novedosa, se sumara para transformar años de dudas, búsquedas erráticas y así, simplemente, en un instante comprender todo? Cualesquier mujer u hombre católico dirá seguramente que la gracia de  Dios es un misterio. Myriam también lo cree…
 
“Por la noche, mi tía me dijo que iría a misa al día siguiente a las 6 de la mañana. Aunque por mi estado depresivo me sentía físicamente débil, decidí que debía acompañarla… como si fuese mi última oportunidad. En el momento que el sacerdote elevaba (para adoración) la hostia consagrada, reconocí a la persona que había hablado a mi corazón el día anterior: «¡Es Jesús, es el mismo!», dije. Sentí en mí un gran deseo de recibirlo, pero mi tía me advirtió que era preferible conversara antes con un sacerdote, miembro de la Comunidad Emmanuel. Lo hice inmediatamente después de la misa”.

El sacerdote la escuchó, le bendijo y le recomendó visitar una parroquia de la Comunidad Emmanuel en Paris. Myriam fue dócil y en esa parroquia se preparó los meses necesarios para recibir a Cristo Eucaristía en su Primera Comunión… Al momento de comulgar una duda seductora, destructiva, quiso colarse en el alma de Myriam. Pero ella no era la de antaño y de inmediato reaccionó. ¡Llevaba tantos años esperando ese encuentro!...
 
“Cuando recibí a Cristo, me asalto una pregunta: «¿Eso es todo?»  Enseguida me vino la respuesta: «¡Si, es todo! ¡Es toda mi vida, es mi todo!» A través de este sacramento el Señor me sanó progresivamente de la depresión. Le había pedido esa gracia y, con un seguimiento médico serio, pude dejar de tomar los medicamentos al cabo de tres meses.
Sí, es verdaderamente Jesús a quien encontramos en la Eucaristía, yo lo he experimentado y mi vida fue transformada. Me comprometí en la Comunidad de Emmanuel en enero de 2013.
 

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