Pablo Dorado cuenta que va camino de ser cura gracias a que "mi madre me puso entre la espada y la pared"

26 de mayo de 2017

Es un joven seminarista de la Arquidiócesis de Burgos (España), se encuentra ya en su tercer año de Teología y confiesa estar feliz de disponer su vida "al servicio de los demás".

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Con solo 24 años, la vida de Pablo Dorado ha dado ya muchas vueltas. Su biografía ha intentado ajustarse a lo que Dios quería para él. Sus “rachas buenas y rachas malas”, como le gusta decir, han marcado también su historia.

Cuando era un adolescente entró al Seminario Menor, quizás guiado por la senda de su hermano, hoy ya sacerdote. Pero a punto de acabar 2º de bachillerato, hablando con Javier Valdivieso –que por aquel entonces era formador–, “decidimos que lo más conveniente era dejar el Seminario y tomarme un tiempo para reflexionar y decidir qué hacer con mi vida”, cuenta en nota publicado por el portal de la Arquidiócesis de Burgos...

El factor materno

Pasaron así cuatro años entre estudiar y no estudiar, amoríos con alguna chica, dice, intentar alistarse en el ejército… “Pero nada de aquello funcionaba porque no estaba hecho para eso”, reconoce y confidencia que... “Al final, el día de la Virgen del Pilar, mi madre me puso contra la espada y la pared, me tiré al vacío y decidí volver al Seminario”.

Convencido de que ese era su camino se dirigió al entonces director espiritual y como no tenía acabado el bachillerato, se puso manos a la obra en el colegio San Pedro y San Felices. Acabó el curso, hizo la Selectividad y al año siguiente entró en el Seminario. Desde entonces han pasado ya tres años “y nunca antes había sido tan feliz como ahora”, dice.

 Darse por entero

 

Pablo se considera un chico normal, un joven a quien le gusta practicar deporte y jugar al mus. De ahí que no entienda a quien le mire raro o piense que esté loco por querer ser cura, pues él lo tiene claro:

“Vale la pena ser sacerdote y hacer el Reino de Dios entre nosotros; esta sociedad necesita mucho la ayuda de Dios y yo quiero estar con ellos”, señala sin tropiezos.

 Mientras llega ese momento, Pablo pasa sus días formándose en el Seminario conviviendo con sus compañeros seminaristas. “Los siento como una familia porque están a tu lado en las buena y en las malas y son apoyo y punto para crecer, pues te hacen corregir tus errores”. Lo del estudio de la Teología es otro cantar, es su piedra en el camino: “Lo que más me cuesta es el estudio porque me cuesta concentrarme y ponerme a ello, aunque una vez que me pongo me gusta y lo disfruto…”. Junto a ello, agrega el joven seminarista, es esencial el trato y la amistad con Dios en la oración y las celebraciones comunitarias; además de colaboraciones con alguna parroquia de la ciudad.

Estar al servicio del prójimo

Preguntado sobre cómo ve su futuro sacerdocio, Pablo reflexiona que “un cura del siglo XXI tiene que llevar el Evangelio diciendo lo mismo de siempre pero de forma actual, con un mensaje que provoque a todos, jóvenes y adultos. Para ello hay que gastar tiempo y tener ganas de estar con las personas. Que el sacerdote sea una persona que les eduque de forma suave, de forma cariñosa sin hacer grandes teologías”. Y como testimonio final de su vida agrega…:

“Yo quiero hacerme cura porque me gusta estar con los demás y al servicio de los demás”.


 

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