El encubrimiento de abusadores

21 de mayo de 2018

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Los últimos acontecimientos en la Iglesia chilena han removido fuertemente al país, no dejando a nadie indiferente, para bien o para mal. Existe perplejidad entre los católicos, constituyendo estos últimos graves sucesos de abusos sexuales (y encubrimiento), una prueba de fidelidad difícil de llevar, pero necesaria para quien ha hecho un compromiso de lealtad.

¿Qué debe hacer un laico de a pie? Lo primero es advertir los posibles fraudes que se fragüen en aras de deconstruir y construir una Iglesia que no puede ser adúltera, porque es incorruptible, pura, santa y sin mancha, por ello las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella.

En efecto, en una perspectiva hacia Dios, la Iglesia es Santa, porque su fundador es el mismo Cristo. Sin embargo, en una perspectiva hacia adentro, la cosa es distinta, y eso se ha manifestado a lo largo de la historia de la Iglesia, donde falseadores, abusadores de poder y traidores han estado desde un primer momento presentes.

Decir lo anterior no es un acto de rebelión contra la Santa Madre Iglesia, sino más bien una obligación indivisible de quien busca morir como hijo de ella. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús en su sana obsesión por morir dentro de la Iglesia, tuvo que enfrentar a mucho farsante, los que no solo trepaban en la Iglesia, sino que buscaban aplastar al verdadero creyente porque era figura delatadora de su hipocresía.

Los riesgos en esta etapa de remoción de obispos son los fraudes que puedan infectar una limpieza de abusadores y mal gobierno eclesial, para de esta manera buscar un acomodamiento a los tiempos modernos, poniéndola en una posición de liviana solidaridad que debe cambiar de acuerdo con cada circunstancia, similar a una ONG. Pero, así como no es lícito establecer otra Iglesia, tampoco se puede transmitir otra Fe ni instituir otros Sacramentos (San Tomás, S. Th. III, q.64, a.2 ad 3).

Ya se escucha la opinión de los ideólogos del género sobre los cambios que deben operar dentro de la Iglesia, de los democratizadores fundamentalistas, que quieren democracia en todo, la familia, el matrimonio, las escuelas, la universidad, y por qué no, en la Iglesia; de los izquierdistas que buscan posicionar a sacerdotes “obreros” que más hacen política que apostolado.

¿Qué debe hacer la Iglesia? Además de advertir la influencia de estos fraudes, debe desligarse del mundo, para ser más precisos, de la mundanidad, manteniéndose más que nunca leal con la doctrina, custodiándola y transmitiéndola de manera íntegra, aunque a la mirada terrena, se destaquen más el pecado y las faltas de fidelidad, que son más llamativos.

Debe seguir incomodando a la izquierda y a la derecha, y a cuanta doctrina política exista, porque el Evangelio no se acomoda a las veleidades y transacciones políticas. Asimismo, debe tener claridad que aumentará el maltrato contra la Iglesia, ya que como señala Juan Manuel de Prada “vilipendiarla y ridiculizarla se ha convertido en salvoconducto de progresía; presuntos intelectuales se afanan en asestarle los golpes más rastreros, creyendo que así posan de bizarros ante la galería, cuando en realidad se están retratando como unos cobardes oportunistas”.

Si en la Iglesia se descubre algo que arguya la debilidad de nuestra condición humana, no debe atribuirse a su constitución jurídica, sino más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal; inclinación que su Divino Fundador permite aun en los más altos miembros del Cuerpo Místico, para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los pastores, y para que en todos aumenten los méritos de la fe cristiana (PÍO XII, enc. Mystici Corporis 29-VI-1943). Por lo mismo, San Josemaría Escrivá de Balaguer enseñaba que “demostraría poca madurez el que, ante la presencia de defectos y de miserias, en cualquiera de los que pertenecen a la Iglesia -por alto que esté colocado en virtud de su función-, sintiese disminuida su fe en la Iglesia y en Cristo. La Iglesia no está gobernada ni por Pedro ni por Juan ni por Pablo; está gobernada por el Espíritu Santo, y el Señor ha prometido que permanecerá a su lado todos los días hasta la consumación de los siglos”.


 

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