Cleusa, hija y mártir de la Amazonía

14 de septiembre de 2018

Siguiendo los pasos de Cristo derramó su sangre por proteger a los desvalidos y defender la paz en el territorio de misión. Miles esperan su pronta beatificación.

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En la Parroquia Nossa Senhora do Amparo de Cachoeiro do Itapemirim (Brasil), el 12 de noviembre de 1933, era bautizada “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, Cleusa Carolina…

Años después, siendo ya una misionera agustina recoleta sería encontrado sin vida su cuerpo a orillas del río Passiá, en el municipio de Lábrea, la Amazonía de Brasil. Como testimonian los indígenas de la zona, transmitiendo el relato de generación en generación hasta nuestros días, la hermana Cleusa Carolina Rody Coelho fue asesinada por defender la paz y la justicia para ellos, los descartados en esos territorios de misión.

Lábrea, en la zona sur del Amazonas, alberga una población de aproximadamente 41 mil habitantes que tienen como base de su economía la agricultura, la extracción de materias primas y también la pesca de río. Con alta presencia indígena es una zona de pobreza y alta vulnerabilidad social. “Lábrea era su vida, ella hablaba de ese pueblo, de su trabajo con los leprosos, con los presos, su vida era eso”, recuerda en un impactante video documental de la 'Red Eclesial PanAmazónica' que es fuente de esta crónica (ver al final) Ana Lúcia, hermana sanguínea de Cleusa.  “Dedicada por completo a los pobres era impresionante la forma en que, por ejemplo, ayudaba a los leprosos en Lábrea. Había una colonia grande de leprosos”, confirma el hermano Agustino Enéas Berilli.

La certeza de los testigos
 

Algunos de quienes le conocieron se han reunido ante el lente y micrófono que documenta el referido video, para honrar el recuerdo de la misionera católica martirizada.

La primera que habla es Dalva Narciso Cordovil, quien agradece los cuidados amorosos que a ella y a tantos otros prodigaba por doquier la Hermana Cleusa... “Ella era una madre. Ella fue quien me enseñó. Primero tuve a mi madre que me enseñó trabajos manuales, pesados. Ella no, ella fue diferente para enseñar; vino para hacer cosas, arreglar la casa, limpiar, criar gallinas, patos, chanchos, muchas plantas para mas tarde combatir el hambre” recuerda. Al segundo prosigue otra mujer del lugar, Euzi Rodriguez, destacando que siendo ella protestante y Cleusa una monja católica… “estábamos juntas porque éramos y somos cristianas; eso era un fundamento muy firme de nuestra amistad”. Rute Albuquerque, otra mujer ya anciana que la conoció bien, confirma esa fraternidad destacando que Creusa “ya en esa época era ecuménica” y agrega: “era una mujer inteligente que hizo cursos en la universidad donde yo fui profesora”. Euzi, la protestante, retoma la palabra y pone una nota anecdótica recordando que “una vez le quise hacer un regalo y le compré una cartera. ¡Qué tristeza! Ella no tenía ningún interés en carteras o lo que se pudiese llevar dentro de una”. Finalmente, con emoción y hablar pausado, Carlita Cozendey testimonia de la vida espiritual que transmitía la misionera: “Tenía mucha sencillez, santidad, equilibrio”, destaca sin más preámbulo.

Fieles a Cristo, aunque nos cueste la vida

En octubre de 1943 la Hermana Cleusa hizo sus primeros votos en la comunidad de Ilha das Flores en Rio de Janeiro. A lo largo de su vida religiosa sirvió en diferentes lugares y finalmente en 1979 llegó a su último destino, Lábrea. Llegaba para asumir la dirección de la Escuela Santa Anita.

Una de sus alumnas de aquellos años, Antonia Pereira Lima entre sonrisas dice que aún recuerda “cuando ella llegaba a la puerta del aula y decía: Good evening class; y todos se levantaban respondiendo: Good evening teacher”.

Tainá, alumna miembro de las comunidades indígenas de la zona, que hoy cursa estudios en el lugar, recuerda lo que desde antiguo se narra sobre la Hermana Cleusa en el Amazonas … “Ella luchaba mucho por los derechos de los indígenas y ella murió luchando por los indígenas”.
 
En el pueblo, los habitantes han creado un pequeño museo donde guardan algunas pertenencias personales de esta misionera que ofrendó su vida. Uno de los más queridos objetos es un pequeño cuaderno con anotaciones íntimas que hizo Cleusa durante un retiro espiritual. Era una mujer de intensa vida sacramental y de oración, según recuerdan quienes le conocieron: “Cuando entré en la Congregación ya estaba la hermana Cleusa. Ya había hecho sus primeros votos, y en esas andanzas, ella pasaba por nuestra casa de formación y los rasgos físicos de ella nos llamaban la atención… pues había algo diferente que brotaba de su ser; era realmente una realidad espiritual evidente”, dice Hermana Rita Cola y le complementa la Hermana María de Lourdes Carvalho: “Toda la vida de Cleusa fue una búsqueda de ser fiel al Espíritu Santo y creo que su martirio es una consecuencia de esa opción”.
 
 
Desde la aldea indígena Copaiba, Joao Francelino Batista aproxima las últimas horas de la misionera mártir: “¿Has visto cuando llegas a un lugar y está todo desarreglado? Pues bien, ella fue ese tipo de persona, elegida por Dios, para que cuando llegaba a un lugar desarreglado, lo veía y lo arreglaba. Ella arregló la casa y nos enseñó el camino por recorrer…”

El cacique apurina Pedro Borges confidencia cuando ella le decía: “algún día algo me puede pasar debido al intento de reunir a todos los indígenas. A mí me amenazaron con un arma en la cabeza porque hablo en favor de ustedes. Puedo morir, pero no voy a dejar de estar con ustedes”.

Isac da Silva, miembro del servicio de protección gubernamental de los indígenas en Brasil confirma que aquella “era una región que tenía un interés enorme para los llamados en esa época ‘Coronoles’, los propietarios, porque era una región con gran potencial para el cultivo de castaña. Entonces los intereses de personas no indígenas eran muy grandes…”. También el obispo emérito de Lábrea, Monseñor Jesús Moraza Ruiz dice recordar que “en las situaciones de conflicto entre los indígenas y la policía generalmente la llamaban a ella para mediar en los conflictos”.

El martirio

Después de mucho tiempo, los indígenas apurinás habían conseguido que el gobierno brasileño marcara los limites de sus tierras. Esto provocó gran dfescontento entre los terratenientes y madereros, que veían perjudicados sus intereses. El gran obstáculo era el Tuchawa (cacique) Agustín, insobornable en la defensa de las tierras de su pueblo.

Fue entonces que, según narran diversos testigos y denuncian desde su portal los Agustinos Recoletos, hermanos de congregación de Cleusa, “contrataron a Raimundo Povidem para quitar de en medio al cacique”. Raimundo era también un indígena apuriná   que un año antes, estando gravemente enfermo en la aldea indígena Arapaçú había sido llevado por Cleusa hasta Lábrea donde lo cuidó hasta que sanó.

Al amanecer del 24 de abril de 1985 Raimundo Povidem y otros desconocidos “fueron para matar al Tuchawa (cacique, de los Apiim) pero él no estaba en casa. Entonces mataron a la esposa, María, y al hijo, Arnaldo. Debido a esto los indígenas se rebelaron y se prepararon para la guerra”, denuncia en el citado video Eneas Berilli, religioso agustino recoleto.

Cuando supo que habían matado a María y Arnaldo, con las consecuencias que esto acarreaba -comenta el obispo- no es extraño que la Hermana Cleusa se preocupara y tomara la decisión de ir hasta la aldea e intentar calmar a los indígenas. “En cuanto se enteró vino. Nada más llegar vio que era verdad (la matanza y el levantamiento indígena). Fue justo cuando también yo llegué”, confirma Raimundo Apurina, actual Tuchawa de la Aldea Apiim.

Cleusa intentaba consolarlos asegurándoles que ella intervendría para que desde Làbrea las autoridades civiles tomaran medidas contra los asesinos y así ellos desistieran de vengarse. La escucharon y acogieron su petición. Con este objetivo el 28b de abril de 1985 la misionera inició su regreso en bote hacia Lábrea. Pero no llegaría a destino, pues el sicario Raimundo Povidem ya la esperaba en un recodo del río.

Al verlo, la hermana Cleusa -que iba acompañada de un indígena guía, quien daría luego testimonio- lo reconoció y alzó la mano en señal de saludo invitándole a que se acercase para conversar. Sin mediar palabra Povidem apuntó con el fusil y disparó, hiriendo al guía. “Tírate al agua, hijo mío, que tú tienes hijos que criar”, le gritó la hermana. Así lo hizo el aludido y tras nadar río abajo se escondió entre las ramas. EL hombre dice que oyó voces, pero no entendía nada y luego el ruido del motor se fue disolviendo a medida que se alejaba.

La autopsia reveló que la Hermana Cleusa no sólo recibió un tiro de escopeta que fracturó su columna, sino que fue asesinada con brutalidad… “muchas costillas rotas, el cráneo fracturado, el brazo y pierna izquierdos cortados, parcialmente desmembrados de su cuerpo por instrumento cortante”. Raimundo Povidem sería encontrado días después fallecido. Lo habían envenenado.

El proceso de beatificación de la hermana Cleusa, mártir, se inició el 2 de mayo de 1991, en la catedral de Vitória, Espírito Santo, Brasil, llevando luego toda la documentación a la S. Congregación de la Causa de los Santos, en Roma.






 

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