Eran ateos y su hija de 8 años les dijo que ella quería ser católica

22 de marzo de 2019

No habían tenido contacto alguno con la Iglesia en su vida, era una gran sorpresa, pero decidieron respetar la voluntad de su hija.

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Todo iba bien en las vidas de los franceses Fabien y Karine. Eran una pareja que se amaba, tenían dos hijas, trabajo y estaban felices siendo familia.  Nadie esperaba que, con tan solo 8 años, Liana, la hija mayor, dijera una mañana al desayuno “que quería ir al catecismo con una de sus amigas de judo”.
 
Para los padres, ateos, que no habían tenido contacto alguno con la Iglesia en su vida, era una gran sorpresa, pero decidieron respetar la voluntad de su hija. “Se comprometió a ir a misa una vez al mes. Así es que la dejábamos en la iglesia -cuenta Fabien (ver video al final)- e íbamos al café… terminábamos justo a tiempo para el final de la misa”.
 
Un día el cura de la parroquia le preguntó a Fabien si podía llevar a los jóvenes en peregrinación. Como era chofer de autobús, aceptó. Además ya había transportado a otros peregrinos en el pasado y "respetaba a los creyentes". Una vez en el lugar pensó que, como de costumbre, su trabajo terminaría allí hasta el viaje de regreso.
 
Muy rápidamente comprendería que el sacerdote contaba con él para ayudarlo a supervisar a los jóvenes... “Por bondad, acepté y tomé nota del programa: vigilia, adoración, confesión... Con los jóvenes, fuimos a una capilla y me explicaron en términos sencillos en qué consistía eso de la adoración eucarística: «Pasar una hora de oración, sentados en el banquillo, mirando a la hostia...» Por extraño que parezca, me sentí cómodo de inmediato. Me sentí bien sentado en ese banco”.

Fue de tal carácter e impacto esa experiencia -aun no logra explicar racionalmente, dice, lo sucedido- que, después de un tiempo ante el Santísimo, se levantó de su lugar y se dirigió hacia el sacerdote para pedir perdón a Dios por primera vez en su vida.

“Le dije al sacerdote que, aunque yo tenía 40 años de edad, esta era la primera confesión de mi vida y me dio todo el tiempo que necesitaba”.
 
Tengo algo que decirte
 
Tras haber confesado y al recibir la absolución sintió dice Fabien “como una mano sobre mi hombro y alguien que me decía: «Estoy aquí. ¿Qué tal si seguimos adelante juntos?» Después de esta confesión y haber descubierto la adoración, las cosas ya no podían ser como antes. Eso me quedó muy claro”.
 
Cuando regresó no sabía cómo decirle a su esposa lo que acababa de vivir. Aunque la conocía bien temía su reacción... Después de una semana finalmente habló y tuvo una feliz sorpresa al escuchar decir a Karine: «Yo también tengo algo que decirte» ... “De hecho, un domingo durante uno de mis viajes había ido a misa con nuestra hija. Se sintió tan bien allí que se emocionó hasta las lágrimas. En resumen, ella también había experimentado un encuentro con Dios”.
 
La gran alegría de su Primera Comunión
 
Ese momento de intercambio sobre sus respectivas experiencias espirituales ha quedado grabado en los corazones de ambos. Ya eran felices juntos, dice Fabien, pero “al hacernos descubrir su presencia a nuestro lado, Dios nos llenó de su alegría y fortaleció aún más nuestra relación”, reflexiona.

Cuenta que tan solo trece días después de su confesión -aunque no tuvo preparación de formación cristiana alguna-, fue bautizado. “Caminaba hacia lo desconocido, pero con mucha confianza… no tengo miedo”, agrega.
 
Con Karine, empezaron a ir a la misa dominical y poco entendían de este nuevo universo desconocido. Pero como querían saber por qué todos hacían tal o cual gesto en tal o cual momento, o se decía determinada cosa, los feligreses fueron pacientes para responder las preguntas de ambos. Finalmente recibieron la invitación a recibir catequesis para recibir la confirmación y la primera comunión. “Ha sido una gran alegría”, señala este converso francés.
 
Hoy en día ambos trabajan administrando una tienda y pusieron una cruz -cuenta Fabien- en la parte superior de la caja registradora, lo que da lugar a intercambios muy agradables, señala: “Muchos no conocen a Dios. No podemos culparlos por no tener sed porque nunca han probado su amor. A nosotros, los cristianos, nos corresponde hacer que quieran conocerlo a través de nuestras acciones y de toda nuestra vida”.



 

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