Siempre es tiempo de amar

La tenista Mary Pierce reconoce que Dios la sanó cuando perdonó a su padre

29 de agosto de 2014

La última campeona francesa de Roland Garros en el año 2000, lidió con la tensión por cada torneo y las agresiones de su padre. Sin embargo, la voluntad de Dios se abriría camino en sus vidas.

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Con un sorprendente tiro de revés y un gimnástico desplazamiento por toda la arcilla parisina, Mary Pierce se lucía en la final del torneo Roland Garros el año 2000 y derrotaba en dos sets a la española Conchita Martínez. Su triunfo se recordará como el último de una deportista nacida en Francia. Eran años que la situaron en la cúspide de una carrera. En total, alcanzó seis finales de singles en torneos Grand Slam, y otras dos en dobles, llegando a convertirse en número tres del ranking femenino de tenis. Gracias a su estilizada figura y clara cabellera, tenían muchos fans y en ocasiones posó como modelo para algunas revistas.
 
La sombra de un padre agresivo
 
Pero no todo era luminoso. Mary cargaba desde los doce años con una difícil historia que compartió por vez primera en L´Equipe Magazine y luego en otros medios de comunicación. Ella era agredida desde su infancia física y psicológicamente por su padre, Bobby Glenn, que además actuaba como su representante.
 
Este comportamiento de los familiares no era aislado dentro del circuito y así lo refrenda un informe elaborado por la Federación Internacional de Tenis, quienes, a través de una serie de documentos hoy instan a que los padres de los jugadores creen las mejores condiciones para guiar el talento deportivo de sus hijos y no frustrarlos o presionarlos.

Bobby comenzó a estar atrapado en la violencia desde que era un adolescente. Nacido en una ciudad de Carolina del Norte.  A pesar de la estricta educación religiosa bautista que recibió, en el octavo año abandonó la escuela. Se trasladó a Nueva York durante los años sesenta donde se inició a temprana edad como delincuente juvenil. Su asalto con arma blanca le costó un tiro de la policía en la espalda y cuatro años en prisión. Al salir vagó por diversos lugares hasta terminar en Canadá, huyendo de sus fechorías. Allí  se casó con Yannick Adjadj, originaria de Francia. Mary, hija de ambos, nacería en  1975 y desde temprana edad mostró sus habilidades deportivas. Bobby recién el año 1984 terminaría de saldar cuentas con la justicia en Estados Unidos, encauzando luego su vida como representante de Mary. Ella para entonces ya había optado y obtenido la nacionalidad francesa de su madre.

Uno tras otro los reportes de prensa hablaban que Bobby “obligaba” a entrenar de ocho a diez horas diarias a su hija y que con 14 años debía disputar torneos profesionales ante jóvenes mayores que ella. Si su hija fallaba, la agresividad de Bobby surgía. También en el hogar esto tuvo por consecuencia la ruptura del matrimonio. Pero Bobby no se detuvo. En un confuso incidente en Roland Garros, meses después de la separación, Bobby agredió a un espectador. La Asociación de Mujeres Tenistas, WTA lo expulsó del circuito durante cinco años y la entidad creó una nueva regla, que hoy es conocida como la «regla Jim Pierce» (seudónimo que utilizaba Bobby), para prohibir la conducta abusiva por parte de jugadores, entrenadores o familiares. Mary entonces se distanció de su padre y dando una señal de lo crítica y nociva que era aquella relación con su progenitor, contrató seguridad privada “para protegerse de posibles acosos”, según ella misma confiesa.
 
La santa y explícita voluntad de Dios
 
Pero la joven deportista tendría su oportunidad para caminar hacia el don de ser sanada. “Era una persona muy distinta antes de conocer a Jesucristo y entregarle mi vida en marzo de 2000, apenas algunos meses antes de ganar el Abierto de Francia. La transformación y los cambios en mí han sido tan radicales y tan rápidos, que hasta la gente que me veía se daba cuenta cuán diferente era ahora", cuenta.
 
¿Qué es lo que gatilló en Mary este encuentro vital? Un día hablé con una estadounidense que era muy diferente a todas las demás jugadoras. Ella me habló de Cristo y me preguntó si yo tenía una relación personal con Él. Yo nunca había oído a nadie hablar sobre esto. Yo crecí en la fe católica y creía en Dios, rezaba…Pero nunca me había parado a pensar que era posible tener una relación personal con Jesús.

Esa amiga me preguntó también si yo creía en el cielo y el infierno. Ella me dijo que yo podía tener la certeza de la vida eterna, que es un don gratuito de Dios…Y muchas cosas fueron tocando profundamente mi corazón. Era como una respuesta para esos deseos enterrados dentro de mí. Yo sabía que ella tenía en su vida lo que a mí me faltaba”.
 
Sus inconfundibles ojos claros complementan la respuesta que da a la hora de recordar con exactitud el momento de su conversión. "Si le preguntas a cualquiera que haya encontrado la Biblia y que haya nacido de nuevo, dándole su vida a Jesús, te dirá que siempre recordará ese momento. Siempre recordarás la fecha. Es ese momento único en el que entregas tu vida. Yo nunca lo olvidaré. Fue la mejor decisión. Y desde allí me convertí en la persona más feliz que podía ser. Teniendo esa alegría que siempre había buscado. Siempre hay dificultades, siempre hay problemas en la vida. Pero ahora cuando los enfrento, sé que no estoy sola. Tengo al Señor conmigo".
 
Perdonar para vivir en el amor
 
Tras una rotura de ligamentos cruzados el año 2006, Mary inició su retiro del circuito, pero no del tenis. Hoy entrena a dos jóvenes promesas en la comunidad que misiona, en la localidad de Trianon (Islas Mauricio). A kilómetros de distancia de donde triunfó, repasa su historia y asegura que “fue determinante encontrar al Señor. Si no, hubiera caído en la droga, el alcohol, la depresión... cualquier cosa” y reconoce que “entre otras cosas, aprendí a perdonar. Mi corazón era muy duro. En particular, odiaba mucho a mi padre. Él era muy exigente y, a pesar de todo, lo que él hizo fue pensando que era lo mejor para mí, mi infancia no siempre fue fácil. Yo entendí, durante mi conversión, que era importante arrepentirme y perdonar. Encontré la fuerza para perdonar a mi padre y a otras personas. Puse mi vida en orden. Sin Dios habría sido imposible. Desde entonces, he vivido feliz, en paz con Dios y conmigo misma”.


 

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