Vive bien quien ora y trabaja

En el Cenáculo la Virgen lo liberó de la droga

12 de diciembre de 2014

Antonio Martins de Passos parecía condenado a morir en la calle como muchos drogadictos. Su hermano sacerdote le ayudó a dar el primer paso. La Santísima Virgen hizo el resto

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Recuerda con cariño el entusiasmo de sus padres cada vez que lo invitaban a misa o le animaban a participar de las fiestas religiosas en la provincia de Cuenca (España). En esas tierras nació Antonio Martín de Passos Miralles, un hombre que, siendo el mayor de tres hermanos, se sentía llamado a ser referente de la familia, pero que por sus erráticas decisiones perdió el rumbo.
 
Antonio comparte su historia en el programa Cambio de Agujas y relata que al cumplir los doce años, comenzó a distanciarse de los estudios desde el colegio Salesiano de la provincia, para luego dedicarse los años posteriores a disfrutar del ocio y la fiesta. “Mi padre tenía un negocio de discotecas y bueno… dejé los libros, dejé de asistir al instituto, iba de vacaciones en verano a la playa. Mi vida empezó a cambiar en el sentido que hacía lo que quería, empecé a divertirme con las chicas, el tabaco, la bebida, las litronas (botellas de cerveza de un litro)…”
 
Huyendo de Dios
 
Entre la curiosidad y la seducción de la adrenalina, agrega, a los 18 años se sentía bien viviendo la parranda. En esta época, “a Dios lo dejé completamente de lado, no rezaba, ya no iba a misa con mis padres, pues empecé a alejarme de la familia, a desligarme de ellos”. Los consejos de su madre le “entraban y salían” y hacía lo que quería, confiesa. “Cuando tuve 18 años, me decía «¿mi madre qué me va a decir?, ¡Vah!, puedo hacer lo que quiera»”.
 
Los años posteriores serán los más oscuros dentro de la vida de Antonio. No consideró que habría consecuencias, de tanto caminar por la oscuridad. “Ingresé al mundo de la droga, la noche, y perdí trabajos, mi dignidad; hubo un momento en que mis padres no sabían qué hacer conmigo… llegué a robarles, porque la droga costaba tanto dinero que en un momento, cuando no puedes conseguirla, empiezas a pensar en el cómo, de qué manera la obtienes: o vendes o robas. Entonces empecé a buscar donde podría haber dinero, y perdí la cabeza”.
 
En este proceso hacia su particular infierno, supo que José Javier, su hermano pequeño, respondía al llamado vocacional e ingresaba al seminario para ser sacerdote. Mientras que Antonio, desde la otra vereda aprendía sin pudor a engañar “a mis padres, a mis amigos o al primero que encontrara por la calle… tirando incluso los bolsos de las señoras mayores; todo lo que fuera por conseguir la droga”. Fue de tal magnitud el desastre dentro de la familia, que un día “mi madre me dijo que me fuera de la casa, y me fui… mi vida era un infierno y yo no les dejaba tranquilos”.
 
El amor de su hermano sacerdote
 
En la soledad de aquél caminar lúgubre, con más de cuarenta años, explica, empezó a ver algunos destellos de esperanza gracias a su hermano José Javier, el sacerdote. Desesperado, subsistiendo de trabajos esporádicos y durmiendo en parques fuera de la casa, lo sorprendió aquella invitación de su hermano y sus padres a conocer la experiencia de una comunidad de rehabilitación en Lourdes. “Me dijeron sin darme espacios a la duda: «Mañana nos vamos a Lourdes, con tu hermano José Javier que te lleva y vamos a ver si conoces un poco a esta comunidad». Le dije a mi madre… «Mira, que si quieres, vamos, pero no me voy a quedar ahí». No iba con la idea de quedarme, ni de nada. Me pensaba que podía salir solo del mundo de la droga y que no estaba tan mal… como verdaderamente estaba”.
 
El 21 de septiembre de 2009 llegaron a Lourdes, donde José Javier les presentó la comunidad del Cenáculo, una obra surgida bajo el alero de Sor Elvira, a comienzo de la década de los 80 con centros en varios países. “Vi ahí a mucha gente joven que estaban muy bien, todos sonreían mucho, muy alegres y me dije «¿Dónde estoy?, ¿dónde he caído?». Hablé con el responsable, le conté de mi problema y me dijo: «Puedes hacer una cosa, si quieres… una semana de prueba y te lo piensas. Si luego quieres quedarte, lo puedes hacer»”.
 
La mediación de la Virgen

 
Los primeros días vivió la angustia y los síntomas de privación que todo adicto padece y aquellos que en el espíritu sus demonios internos le imponen. En estas dudas, subraya, “la Virgen en Lourdes me habló, me dio la mano y me dijo «Antonio, ésta es tu oportunidad para cambiar tu vida». Y luego de la semana de prueba, me decidí quedar en la comunidad”.
 
Tal como hacía con las verduras y frutos encargados a su cuidado por la comunidad, Antonio cultivó en su alma dañada una semilla de esperanza y los fertilizantes estaban a su alcance… “La verdad es que en el comienzo lo pasé muy mal. Recuerdo los primeros meses que fueron durísimos para mí, porque debía estar a las seis de la mañana -habiendo dormido poco- de rodillas adorando, en una capilla, rezando y más encima en italiano. Pues, una cantidad de cosas y me seguía preguntándome a mí mismo «¿Qué estoy haciendo aquí?». Fue muy duro, pero algo comencé a sentir dentro de mí, que poco a poco fui adelante en este camino”.
 
Aquella experiencia en el Cenáculo enseñó a Antonio a valerse por sí solo, y a reconocer la verdadera dignidad. “Nosotros trabajamos sin sueldo, y al principio dije «Cómo se puede trabajar sin cobrar?», para mí el dinero siempre había sido lo más importante. Esta comunidad es una comunidad religiosa, muy auténtica y particularmente me ha salvado la vida”.
 
 Pudo ordenar su vida poniendo orden, hábitos y sentido trascendente a todo ello.  “Levantarme a una hora, rezar por la mañana, comer a la misma hora, estar activo, trabajar, compartir, disfrutar del trabajo”. Esta fórmula le ha sostenido durante los últimos cinco años y sigue generando transformaciones en su vida, al alero del Cenáculo.  

Al saber de la experiencia que inician cientos de jóvenes cada año cuando ingresan en algún cenáculo, Antonio reafirma su gratitud: “Si uno hace una vida normal, si uno tiene una fe, si uno reza, puede enfrentar las dificultades de otra forma. Gracias a creer en Jesús, gracias a la oración, gracias a ir a misa, a rezar delante del Santísimo, todo esto me ha hecho cambiar de vida, porque si no, esto hubiese sido imposible. Creo que podría haber terminado en la cárcel o peor aún, muerto, porque mi vida era eso. Una de las cosas que he aprendido gracias a la Madre Elvira, fundadora del Cenáculo es «quien reza bien, vive bien»… Es importante rezar, estar cerca del Señor, es importante confesarse, ir a misa, rezar el Rosario y si puede ser con la familia, mejor”.
 
 

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