¿Irías sola hasta el fin del mundo a pie, en balsa, a caballo, por amor a Cristo?

17 de marzo de 2017

¡Tupãsy!¡Aquí llega la Madre de Jesús! Así, en guaraní, fueron recibidas por primera vez las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima. En los pueblos aislados del departamento paraguayo de Canindeyú, en la frontera con los estados brasileños de Mato Grosso y Paraná, los lugareños nunca habían visto a religiosas con velo.

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La llegada de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, venidas de Perú en las postrimerías del siglo XX, supuso un renacer de la fe en las comunidades rurales pertenecientes a la parroquia de la Virgen del Carmelo de Villa Ygatimy, una aldea ubicada a cinco horas al noreste de Asunción, la capital de Paraguay. Esta parroquia de 20.000 feligreses cuenta con cerca de un centenar de “capillas”, que acoge las comunidades de fieles.
 
Los creyentes, ávidos de sacramentos
 
“Hay tres sacerdotes en Curuguaty, a 45 kilómetros de aquí, que atienden a 92 ‘capillas’ y que acuden a ellas de cuando en cuando. Son quienes visitan las comunidades de creyentes que no disponen de carreteras asfaltadas y a las que se accede por caminos de tierra que se vuelven rápidamente intransitables cuando llueve. La comunidad de creyentes de Katueté está a 160 kilómetros… y el sacerdote acude tres o cuatro veces por año. En el transcurso de una semana visita las ‘capillas’, celebra la Misa y escucha la confesión, en ocasiones, durante un día entero. Los fieles esperan su turno pacientemente, durante horas, para recibir los sacramentos”, explica la Madre María Luján, una religiosa originaria de Argentina.
 
Sus hermanas venidas de Perú, encargadas de animar la pastoral en las comunidades rurales sin sacerdote, celebran bodas, bautizos y funerales, organizan la Liturgia de la Palabra y administran la Eucaristía a los enfermos. Este es el carisma de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima: ir a donde no hay sacerdotes y acudir a lugares adonde estos no han acudido en meses o incluso años. “Nuestras hermanas viven y trabajan en los lugares más remotos de Iberoamérica y se ocupan de aquellos de los que se ignora hasta la dirección postal: los pobres y los olvidados de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay o Perú”, precisa la Madre María Luján.
 
Cuatro años esperando la llegada de un sacerdote
 
“Para buscar las hostias consagradas recorremos 45 kilómetros y vamos al otro lado de la frontera, a la localidad brasileña de Paranhos, ubicada en el estado de Mato Grosso do Sul”, prosigue la Madre María Luján, mientras nos trasladamos a la ‘capilla’ de San Antonio, a 12 kilómetros del centro urbano más cercano, en compañía del P. Ernesto Zacarías, el Ecónomo de la diócesis. Zarandeados por los caminos de tierra llenos de surcos, finalmente llegamos a esta comunidad de 34 casas que albergan a unos 210 creyentes.
 
Los feligreses llevan ya más de una hora esperándonos pacientemente entre cánticos en español y guaraní, en medio del calor húmedo y asfixiante de diciembre, que se corresponde con el final de la primavera en el Hemisferio Sur. Reunidos en el pequeño edificio de ladrillo que han construido en minga (colectivamente) manifiestan su alegría a la llegada del sacerdote: es el primero que llega en cuatro años y que hace un alto en este lugar perdido y de difícil acceso. “Le llevan a las personas enfermas y, si estas no pueden desplazarse, él acude a sus casas para administrarles el sacramento de la unción de los enfermos. Lo “secuestramos” para las confesiones, que duran horas… el sacerdote termina exhausto”, bromea la Madre Lorena, la religiosa peruana encargada de esta comunidad de fieles.
 
La llegada de las religiosas restaura la vida buena
 

Desde la llegada de las religiosas en 1999 Madre Lorena constata que la comunidad se ha transformado: “Percibimos una conversión espiritual… Antes la gente participaba poco en la vida parroquial, y la iglesia estaba sucia y poco cuidada. Los retiros espirituales han ocasionado un gran cambio: ahora hay mucha más solidaridad, menos alcoholismo y drogas, y más atención a los enfermos”.
 
Más de 400 Misioneras de Jesús Verbo y Víctima trabajan en las 38 estaciones misioneras implantadas en lugares aislados y de difícil acceso de diferentes países iberoamericanos. Las religiosas los llaman patmos, por el nombre de la isla griega donde el apóstol San Juan vivió en el exilio. Ahí donde termina una carretera asfaltada es donde comienza la labor de estas misioneras con un carisma apasionado por Evangelizar.

 
Fuente:  Jacques Berset para cath.schweiz y Ayuda a la Iglesia Necesitada


 

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