Elegidos, llamados y amados

Con un abrazo la Santísima Virgen María le indicó a Jim que sería sacerdote, y mariano

31 de octubre de 2014

Tras años de resistir a Dios Padre -novia de por medio y viaje de peregrinación a Italia-, la Virgen le mostraría a este joven el camino, en la misma casa donde a ella la visitó el Arcángel san Gabriel.

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Nació en 1972 en un hogar “moderadamente Católico”, dice nada más iniciar su testimonio Jim McCormack, quien tiene la responsabilidad de haber sido llevado paso a paso hasta el sacerdocio por la propia Madre del Salvador, su Señor.  La convicción y humildad que trasparenta hablan de esa presencia maternal que sostiene su alma.

Esta es una historia donde para vencer las resistencias del elegido, Dios Padre tuvo que servirse de la Reina de todo lo creado, su mejor aliada para suscitar vocaciones, según atestiguan muchos obispos y abundantes testimonios de monjes, monjas, religiosas, religiosos, laicos consagrados y sacerdotes que así fueron pastoreados para servir al Señor… La estocada final se daría con el sacramento de la Reconciliación, el de la Eucaristía y el Rosario.

Jim –según cuenta el portal de la Fundación Prayer for Priests- no fue estimulado a llevar una vida sacramental y espiritual en su infancia. No  se rezaba el rosario en familia, ni tampoco agradecían por los alimentos. Sin embargo lo extraordinario quedó grabado en su alma…

“Yo tendría unos cuatro años, era un tiempo difícil para mi madre. Ella estaba embarazada y mi abuelo, su padre, se estaba muriendo de cáncer. Recuerdo a mamá llorando y ambos, de rodillas junto a mi cama, orábamos pidiendo por mi abuelo. En otra ocasión cuando mi mamá me preguntó si yo quería que el nuevo bebé fuera niño o niña, recuerdo que le pedí a Dios que fuese una hermanita. Recé por ello. Mi abuelo murió en diciembre de 1976 y mi hermanita nació cuatro meses después”.

En la siguiente  década de su vida no hubo experiencias de fe familiares, pero siguió asistiendo a catecismo hasta recibir la Primera Comunión a los siete años y luego con catorce la Confirmación. “Pero al no tener una base familiar en la fe, viví estos sacramentos casi como una graduación de mi educación religiosa”.
 
Una misa en la iglesia de María. Primera estación del discernimiento

Cualidades intelectuales tenía y también empeño que le permitieron ingresar en la Universidad de Yale, donde su interés por las matemáticas y la ciencia lo impulsó a estudiar licenciatura en ingeniería eléctrica. En los primeros tres años de universidad se volvió adicto al estudio, quería ser el mejor… pero eso no bastaba. “Una parte de mí sabía que debería haber asistido a misa, al menos los domingos, pero mi excusa era simplemente que yo estaba demasiado ocupado. Sin embargo, durante mi último año de universidad la Santísima Virgen María comenzaría a trabajar en mí…”.

Fue su amigo y compañero de cuarto, Guy, quien un día lo sorprendió pidiéndole ir juntos a misa. No tenía razones para negarse, recuerda Jim, aceptó. Nunca ha olvidado el nombre de esa iglesia, que estaba cercana: St. Mary’s. “Quedé cautivo de la misa en ese lugar por su hermosa música. ¡Un coro de profesionales!, cantaban antiguos cantos sagrados y motetes. Cerraba mis ojos y sentía como si estuviera siendo levantado al cielo”.

Confesión y Rosario. Segunda estación del discernimiento

Después de Yale se fue a un posgrado de un año en la Universidad de Stanford. Allí recibió una segunda invitación  y nuevamente fueron amigos los mensajeros. Se trataba de ir a un retiro. A Jim le pareció interesante vivir esta nueva experiencia, pero cuando en el retiro se anunció que un sacerdote se disponía a escuchar las confesiones se puso pálido. “¡Había pasado tanto tiempo desde mi última confesión, posiblemente desde la primera comunión! ¿Qué iba a decir? ¿Qué diría el sacerdote?” Se quedó para el último, tratando de ser uno con la banca donde estaba sentado. Y llegó su turno…

“A pesar de mis temores entré y me arrodillé. Casi en un susurro apenas audible le dije al sacerdote: «¡No sé cómo hacer esto!»  Él fue muy acogedor y afectuoso diciéndome cómo empezar. Al finalizar sentí que no había sido tan terrible la experiencia y además estaba mucho más ligero, en paz".

Pero aún había más por disfrutar. Le tocaba aprender a rezar el Rosario. “Era lo que venía después de confesarnos…”. Y como llegó el último, los otros ya habían comenzado. Se quedó fuera, recuerda, de pie “gustando ese suave y preciso rezo del Ave María”.  Apenas se dio cuenta cuando uno de sus amigos se le acercó para invitarlo a conducir el siguiente misterio. “Yo ni siquiera sabía cómo se oraba el rosario, menos iba a poder conducirlo”. Como pudo se excusó y el buen amigo puso en sus manos ese primer rosario que aún conserva.

“Pronto, mis dedos se movían con facilidad a lo largo de las pequeñas bolitas. Poco a poco la Santísima Virgen María estaba trabajando en mi alma y la relación con ella comenzaba a florecer”.

Explícita invitación

Jim nos confidencia que durante ese año del posgrado, recibió además el primer indicio de que Dios lo estaba llamando al sacerdocio. Había asistido a una charla, invitado nuevamente por los mismos amigos -pacientes sembradores del Opus Dei- que le habían llevado al retiro. Nuevamente se descolocó nuestro Jim cuando escuchó al conferencista mencionar la palabra: Celibato. “Me dije a mí mismo: Esta charla es para quienes son llamados al sacerdocio o a la vida religiosa, ¿Qué estoy haciendo aquí? En ese exacto momento, oí una voz suave que me dijo: «Bueno, pero podría ser para ti»".

"¡De ninguna manera!", dice Jim que respondió mentalmente y agregó como para que estuviera bien claro: "El celibato no es para mí. Me quiero casar". Era el comienzo de un largo tiempo en que resistiría el llamado de Dios.

Transcurrieron algunos años, ya trabajaba, y cada cierto tiempo en la forma más imprevisible Dios le ponía por delante lo del sacerdocio. Fueron dos años de resistir que pensó terminarían cuando se puso de novio.

¿Consecuencias de la consagración a María?

La chica le gustaba como ninguna antes en su vida y además era católica. Sin embargo las ideas liberales que le planteaba sobre la anticoncepción y el matrimonio, comenzaron a incomodarlo. A la par que esto ocurría, dice que sentía una particular fuerza interior… motivándolo a vivir con toda el alma la fe y enseñanzas de la iglesia.

Recuerda con claridad el 8 de septiembre de ese año 2001 cuando utilizando el libro de San Luis de Montfort “me preparé e hice mi consagración a Jesús por María. Después oí decir que cuando nos consagramos a María, ella hace grandes cosas en nuestras vidas”. Así ocurriría para él…

Alrededor de un mes después de esa consagración su novia decidió que no podía seguir adelante con lo del matrimonio y terminó la relación. Jim naturalmente estaba triste por la pérdida de la mujer con quien había querido casarse, pero también experimentaba una sensación de alivio. Ya no habría más tensión ni discusiones.
 
Elegido desde la concepción

Como si fuere una pregunta que había estado por tiempo adormecida en su ser íntimo, al quedar libre se preguntó: “¿Podría ser que después de tantos años, Dios todavía quería que yo fuera un sacerdote?”. Pero un atávico e irracional temor que le llevaba a poner en relación sacerdocio y soledad lo contenía.

Decidió que debía zanjar el asunto y el dinero ahorrado para la luna de miel le pareció bien invertido cuando tuvo su billete de avión para irse de peregrino a Italia, partiendo por supuesto desde la Plaza de San Pedro.

“El martes de la Semana Santa de 2002 volé de Colorado a Italia, sólo con mi mochila, para comenzar mis 10 días de peregrinación. Pasé cinco días en Roma y vi al Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, en unos cinco eventos diferentes. Después del sexto día, recuerdo haber estar sentado en un restaurante comiendo la cena, sólo. Me sentí miserable. Había estado teniendo experiencias increíbles, visto las más bellas iglesias del mundo y experimentando en el corazón la Iglesia Universal, la Ciudad Eterna. Pero no tenía a nadie con quien poderlo compartir. Y pensé: Yo debería cancelar el resto de mi peregrinación y volver a casa!”

Pero permaneció. Al día siguiente se fue a Loreto, ciudad asentada en una colina cerca del mar Adriático, con una enorme basílica que contiene un valioso tesoro. Es una pequeña casa de piedra de una sola habitación llamada la Santa Casa de Loreto. La tradición dice que es la casa en que la Virgen vivió en Nazaret cuando el ángel Gabriel se le apareció en la Anunciación. En el siglo 13, la casa fue transportada desde Nazaret a Loreto con el fin de salvarla de los invasores musulmanes en Tierra Santa... 

“Cuando entré en la Santa Casa -narra Jim-, me arrodillé y empecé a rezar el Rosario. De repente experimenté un profundo sentido de la presencia de la Virgen, como si efectivamente me estuviera abrazando. ¡Yo sabía que no estaba solo y que nunca iba a estar solo! Podía finalmente aceptar mi vocación sin temor porque ahora sabía que en el centro de mi ser la Virgen estaría siempre conmigo -siempre está y estará conmigo- como con todos nosotros, llevándonos a su Hijo”.

Jim McCormack fue ordenado sacerdote el 10 de julio de 2010 en su actual parroquia en Connecticut y celebró la primera Misa al día siguiente, en su cumpleaños 38, en el Santuario Nacional de la Divina Misericordia, la sede de su congregación en los Estados Unidos: los Marianos de la Inmaculada Concepción.


 

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