Salvó la vida de su hijo dándolo en adopción

03 de marzo de 2017

"Tengo 78 años y tras una violación tuve un hijo, al cual entregué en adopción. Nunca me he arrepentido de haberle dado la vida".

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“Tengo 78 años  y deseo contar mi historia ahora que todavía tengo la oportunidad. Quiero que la gente sepa que el embarazo por violación no es culpa del niño, así que, ¿Por qué deberíamos castigar al niño por algo que el padre biológico hizo?”
 
Con esta honesta confidencia Patricia Lawrence inició su testimonio en el blog “Salvarel1” hace algunos días. Es viuda, abuela de siete nietos, bisabuela de seis, madre de tres hijas y un hijo varón que apenas conoció.

Desde su casa en Las Cruces (Nuevo México, USA), Patricia recuerda cuán difíciles fueron para ella sus años de adolescencia, debido a una madre permisiva y un padre ausente... “Papá incluso se negaba a pagar nuestra manutención establecida por el juez. Yo interpreté todo esto como que no me querían. Así que me enrolé en el  Ejército de Mujeres de Estados Unidos”, recuerda.
 
Ciega en una cita a ciegas
 
Tras ocho semanas de formación básica, la joven se aventuró en una cita a ciegas, con un desconocido que dijo ser de la misma base del ejército… “Todo lo que recuerdo es que condujo hasta llegar  a algún sitio y me dio una bebida. Me desmayé y no tengo ningún recuerdo del resto de la noche. Ni siquiera sé cómo volví a los cuarteles y a mi cama”.
 
Dos semanas después mientras se formaba  para inspección, se desmayó y tras examinarla -recuerda Patricia- el médico le informó que todo indicaba un embarazo, posibilidad que ella rechazó de inmediato, por lo que el médico le practicó un examen que despejara dudas.

“Quedé totalmente destrozada al saber que estaba embarazada ya que no había estado alternando y de inmediato supe que debió haber sido esa noche. El día de mi cita me debe haber drogado y me violó. Por supuesto, le dije al médico lo que había sucedido y el Ejército puso en marcha una investigación y contactó con el violador pero a mí me excluyeron de toda información  y nunca, nunca fui informada de nada”.
 
“Patricia vas a abortar”
 
El comandante en cargo –dice Patricia-, le impuso un máximo de 48 horas para llamar a casa e informar a su madre. Cuando le contó a su progenitora que la estaban expulsando tras ser violada y quedar embarazada, ella sólo se limitó a decirle que regresara al hogar. Tras un par de semanas Patricia dejó el Ejército y regresó con su familia. “Mi madre y dos hermanas me recibieron en la estación de autobuses y nos metimos en el coche de mi madre. Sus primeras palabras fueron: «Patricia, vas a abortar». Era mayo de 1957, tenía 18 años y  no sabía qué significaba esa palabra. Ella me dijo qué significaba… «tomarían el bebé» de mí. Por la forma en que lo dijo, supe que quería decir que algo iba a ocurrir muy rápidamente, y que ella no estaba diciendo que iban a dar el bebé  en adopción después del nacimiento. Me di cuenta de que esto significaba que iban a matar a mi bebé.
 
Sin embargo Patricia no estaba dispuesta al aborto y recuerda que se lo dejó muy claro a su madre diciéndole: «No voy a abortar porque es un asesinato y no voy a presentarme delante de Dios como alguien que cometió un asesinato». Sólo tres palabras, con rudeza, dice que le respondió su madre: «Estás siendo estúpida».
 
Consecuencias de ser fiel a los mandamientos de Dios
 
Sus dos hermanas también la presionaban para que abortara y Patricia, aunque angustiada por la presión, defendía sus convicciones. Finalmente la relación con su madre no sólo se enfrió en las semanas siguientes, sino que ocurrió un quiebre dramático. “Una tarde, yo estaba durmiendo en la cama y al despertar vi a mi madre que sostenía un rifle a una pulgada de mi cara, entre mis ojos. Yo estaba totalmente aterrada. Al instante, le empujé la pistola a un lado, desesperadamente, diciéndole: «¿Qué estás haciendo?» Ella dijo: «Estoy tratando de asustarte para que abortes al niño». En ese momento, decidí que iba a dejar la casa de mi madre. Ella se burló de mí, preguntando: «¿Dónde vas a ir?» Le dije: «Juanita, mi hermana mayor me va a ayudar». Pero mamá dijo: «Ella no quiere, siente vergüenza».

Dar vida, dándolo en adopción

Tras una estadía corta en casa de su hermana Juanita y algunos nuevos malos ratos con su madre, Patricia ingresó en una Casa para Madres Solteras del Ejército de Salvación en St. Louis, Missouri. Era noviembre de 1957 y allí pasó el resto de su embarazo; sintiéndose amada, respetada, por las voluntarias del lugar.

“Mi hijo nació el 11 de enero de 1958, de  madrugada. Era un bebé grande, hermoso… Me dijeron que yo lo podía  coger en brazos  pero decidí no hacerlo porque no quería que se uniera conmigo ya que tenía que vincularse a su madre adoptiva y no a mí. Por su bien y por el mío sabía que era mejor que lo entregara en adopción. Incluso hoy, mi corazón se rompe cuando pienso en ese momento, mirando a través de la ventana del cuarto, diciéndole: «Lo siento mucho mi niño precioso que tengo que renunciar a ti, por tu bien y el mío, tengo que hacer esto, así que por favor, perdóname». Me encantó ese niño. Había luchado por él. Yo sabía que había hecho lo correcto para él”.
 
Aunque entonces no era cristiana Patricia sabía, dice, “que había un Dios justo, y que yo estaba haciendo lo que era correcto delante de Él y que lo honraba  de alguna manera… Cuando vi a mi hijo, no vi al violador. Vi a mi hijo, mi propia carne y sangre”.
 
El amor que sana el alma
 
Dos semanas después Patricia regresó al hogar con su madre, quien le impuso jamás hablar de lo sucedido, reforzando la idea con una nueva agresión verbal… «Nunca encontrarás a un hombre decente que se case contigo».

Sin embargo, siete meses más tarde, la joven conoció a Wayne. Tenía terror de que se cumpliera el mal augurio de su madre. No est6aba dispuesta a vivir con ese temor y tras   un mes  de citas, le contó lo que había vivido… “Dos días más tarde, Wayne me llamó y me preguntó si podía venir a verme. Él me llevó a un lugar maravilloso en las montañas de San Gabriel, aparcó el coche debajo de un árbol, un  pino hermoso, se volvió hacia mí y dijo: «Patricia, no me importa dónde has estado o lo que has hecho. Lo que es importante para mí es lo que puedes ser para mí ahora y en el futuro». Cinco días más tarde, él me pidió  matrimonio. Nos casamos hace 36 años, 8 meses y 2 días, y él me ha amado a pesar de todo lo que había pasado. Hemos tenido tres hijas”.

El re-encuentro

Años después, el 20 de mayo de 1993, Patricia acompañada por su esposo viajó a Missouri, la ciudad natal de Bob, su hijo dado en adopción, para encontrarse con él. “Habíamos acordado reunirnos en el estacionamiento de una tienda Wal-Mart. Cuando llegamos Wayne y yo, no vimos a nadie que pudiera ser mi hijo, así que esperamos en un banco fuera de la tienda. A los  10 minutos,  empezó a  caminar hacia nosotros un hombre grande. Le acompañaba una mujer. Yo le había descrito la ropa que llevaría  de modo que sabía cómo identificarme. Cuando se acercó, me sentí como una pieza de un puzzle que  acaba de encontrar su lugar. Nos dimos la mano, hablamos un poco y su esposa y él nos pidieron que los acompañáramos a su casa”.
 
Esa noche, Bob llevó a Patricia a cenar a casa de su madre y ella pudo entonces agradecer lo obrado en ese hijo amado por ambas… “Aquel día fue muy especial ya que pude hablar  y abrazar a mi hijo por primera vez. Mi corazón se llenó de felicidad, y me sentía orgullosa de  haberle dado la vida, cuando otros me querían obligar a abortar… Cuando conté  la historia, Bob dijo dos palabras que hicieron que la espera de 35 años valiera la pena. Me miró a los ojos y dijo: «Gracias»…”.

“Espero que todos ustedes -escribe Patricia al finalizar- pueden apreciar cómo Dios toma las miserias de nuestras vidas y Él las convierte en una bella imagen”.
 

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