Mi cuerpo le pertenecía al diablo, hoy pertenezco a Dios

21 de abril de 2017

Drogas, alcohol, bisexualismo, consumo de pornografía, perforaciones en el cuerpo, tatuajes y flirteos con el satanismo enfermaron su alma, mente y cuerpo.

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Cuando la droga le invadía, doblegando, alterando su conciencia de realidad, en segundos ya no era la misma y sucumbía temporalmente bajo un mar seductor de sensaciones. Aunque nunca -por gracia de Dios, señala- llegaría a ser adicta en todo el rigor  de esa enfermedad. El alcohol fue también un compañero ocasional que potenciaba aquellos estados alterados mediante los cuales intentaba huir de un algo íntimo, indefinido, doloroso, incómodo.
 
Pero siempre aquél intento terminaba en fracaso y el deterioro iba dejando huellas. Daños que se sumaban a otros que ella misma se causaba… tatuándose o sumando nuevas perforaciones con decenas de piercings sembrados por su anatomía. Castigar el cuerpo era un ritual inconsciente. Como lo fue su compulsión al bisexualismo desde la temprana pubertad.
 
Pero las oraciones que con angustia su madre elevó a Dios, suplicando a la Virgen María mediación, fueron poco a poco gravitando para que la colombiana Angélica María Páez Gómez pudiera alejarse de las que califica como “redes del diablo” y entregara su alma a Dios.
 
Hoy, con apenas 25 años de edad, esta joven estudiante de comunicación social cuenta a Portaluz que nació en  Bogotá (Colombia) y creció en una familia conformada por sus padres y seis hermanos. Desde muy pequeña -confidencia- cree haber sufrido la persecución y ataques del maligno. “A los siete años, mientras dormía, sentía que me presionaba el pecho; era una sensación de angustia y desespero. A raíz de estos ataques, comencé a dormir con mi mamá”, cuenta Angélica. A medida que el tiempo transcurría conoció, dice, nuevas manifestaciones de la influencia de Satanás en el medio que la rodeaba. “Mi hermano tenía un amigo llamado John Arian, él era ocultista y satanista. Dormía en un ataúd, él sufrió una grave enfermedad. Una noche, en un sueño que tuve, lo vi envuelto en llamas suplicando y gritando: ayúdeme, ayúdeme. Desperté y ese mismo día a las 10 am entró una llamada a la casa informándonos que había muerto”, recuerda la joven.
 
Seducida desde la infancia

Angélica tiene conciencia de haber sido atrapada por el pecado con tan solo 9 años, puntualiza. A esa corta edad ya experimentaba con la masturbación y la atracción lésbica. “Siendo tan pequeña a mí me gustaba una vecina de mí misma edad, quería darle picos (besos), el malvado me quería coger desde muy pequeña por muchas cosas, podía ser ataduras intergeneracionales” afirma.  Tiempo después y a consecuencia de las amistades de su hermano, la adolescente empezó a integrarse en los círculos del black metall, seducida por su  propuesta de música satánica, drogas, alcohol, sexo y otras prácticas rupturistas. “Asistíamos a los conciertos de metal con una cabeza de chivo para los tokes y en ese tiempo conocí también a una chica satanista la cual tenía una iglesia satánica solo para mujeres…”.

Angélica, recuerda que intentaba resistirse al influjo de pecado que le arrastraba, pero sin mucho éxito. “Escuchaba voces en mi oído que me decían: «usted tiene que hacer un trato conmigo, yo se lo voy a dar todo, se lo voy a dar todo.» Pese a que había necesidades económicas en mi casa yo intentaba ignorar estas voces” recuerda Angélica.
 
El dolor en una vida sin Dios
 
En un esfuerzo por alejarse de estas personas vinculadas al satanismo y todos sus estereotipos, terminó rodando por otra pendiente y volvió a equivocar el rumbo…

“A mí me gustaba lastimarme el cuerpo, tenía una adicción extraña a las agujas, en el colegio me atravesaba los ganchos de ropa en las orejas”, señala y agrega que tenía cierto apego a la adrenalina que le provocaba herir su cuerpo al colgarse decenas de piercings. Aprendió incluso la técnica, ganaba dinero, pero al mismo tiempo sentía cierta gratificación -reconoce- por el dolor corporal que expresaban quienes acudían a ella para perforar sus cuerpos. Pero nada de esto le satisfacía plenamente. Continuaba sumergida en una desazón espiritual –vida sin Dios- que terminó por pasarle la cuenta…

“Tuve una decaída total anímica, entonces empecé a sufrir de la nada ataques de pánico, depresión... Yo no soportaba irme a la universidad en un bus, ni siquiera en un taxi porque sentía que a me iba a comer el mundo; yo empezaba a llorar; yo estaba en clase y tenía que salir porque me daban náuseas, duraba tres días encerrada en el cuarto llorando, pegándome contra las paredes horriblemente. Una depresión que yo misma me decía pero ¿por qué estoy así?”

Pasaba el tiempo y mientras Angélica iba de mal en peor, su madre no permanecía ajena a lo que ella vivía. La mujer oraba por la conversión de su hija.  Durante algún tiempo Angélica no supo de esto, en particular porque su madre por años había sido también una activa consumidora de prácticas del ocultismo acudiendo a brujos a tirarse las cartas y otras. Fue precisamente el testimonio de conversión que vio en su madre, el puente que llevó luz a su oscuridad…

 “Ella empezó a ir a misa, rezar el rosario, oraba, y asistía a los congresos de Teleamiga y casa Belén. Un día me llevó y gracias a una confesión que hice con el padre Julio Cesar mi vida empezó a cambiar” recuerda emocionada Angélica.
 
Sacerdotes que expulsan demonios
 
Luego, cuenta la joven, Dios se sirvió de varios otros instrumentos para salvar su alma.  En particular los sacerdotes Gerardo Piñeros y Andrés Valencia, cuyas oraciones de liberación expulsaron los demonios que la poseían y le guiaron a invocar el fuego del Espíritu Santo. “Después de que el padre Gerardo Piñeros me impuso las manos sentí el abrazo de Jesús diciéndome: «Volviste eres mía, siempre estuve acá para ti, ya fue suficiente vas a estar ahora conmigo y vamos a trabajar juntos»…” recuerda agradecida.
 
El padre Gerardo le indicó luego, recuerda, rezar durante nueve días seguidos el rosario en un cuarto a solas, con tan solo una velita para iluminarse. Transcurrida la novena orar el rosario y acudir a los sacramentos comenzó a ser no sólo una necesidad diaria para ella, señala, sino su arma permanente para defenderse de todo mal y mantener el alma llena del Espíritu Santo.
 
Angélica se consagró al Inmaculado Corazón de María con la preparación que recomienda San Luis María Grignion de Montfort, se esmera por asistir a eucaristía todos los días, Adora al Santísimo, canta en su parroquia, compone canciones para Dios y siempre que puede da testimonio de lo vivido…

“Cuando uno cae en la garras del enemigo ni se da cuenta que está con el enemigo... Mi cuerpo le pertenecía al diablo y hoy que pertenezco a Dios mi consejo a los jóvenes es que escuchen a los abuelitos, a sus padres, y estén atentos pues Dios se vale de todo para llegar al corazón. Dios se vale de su novio, novia, mamá, papá, se vale absolutamente de todo para decirte: Estoy aquí, te amo, no importa cuántas veces me crucifiques en tu corazón, no importa si tu pecado es color escarlata. Te amo y estoy para ti”.

 

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