Antonio Baccassino, rescatado por el Amor de Jesús

Del abismo en la prisión y las drogas a la misión en Baghdad

21 de octubre de 2016

Después de una vida de crimen y drogas, se encontró con la Comunidad Papa Juan XXIII y el camino de la fe. "Enfrentar tus fracasos no es fácil. Sin embargo un sacerdote me dijo: «¿Quién eres tú para juzgarte?». Fue cuando descubrí el amor de Jesús".

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Que en la vida de Antonio Baccassino habría algo especial se suponía desde su nacimiento, pues aquél 20 de enero de 1967 se recibió una nevada "milagrosa". En Nardo, provincia de Lecce (Italia), nunca se había visto la nieve, le contaba su ‘mamma’. Pero ni siquiera ella podría haber imaginar entonces los saltos mortales que en la vida daría su hijo…


"He pasado la mitad de mi vida en la cárcel, y mucho más cometiendo delitos; teniendo problemas por las drogas ", cuenta desde Irak a Revista Credere de Italia, donde a la edad de cincuenta años ha vivido durante 18 meses en la Comunidad Papa Juan XXIII fundada por Don Oreste Benzi. En resumen su vida ha pasado de ser adicto y estar encarcelado a vivir… siendo misionero laico.

En Baghdad las tardes de verano cualquier movimiento te agota, porque la temperatura sube a 56 grados. El clima es caliente también desde otro punto de vista dice Antonio: "Los ataques están a la orden del día, ya ni siquiera es una novedad que casi todas las noches tengamos cuatro o cinco muertes"… Y pone un ejemplo del cómo esto afecta la vida cotidiana: "Yo estaba haciendo un día las compras y al llegar arrancaron porque tenían miedo de que nuestro coche, que aparcamos cerca de una tienda de comestibles, fuese un coche bomba. Los años de guerra años han potenciado la violencia desde la escuela: En un restaurante de barrio, apareció un hombre con guardaespaldas, pero como las mesas estaban ocupadas, mató algunos clientes gritando: «Ahora hay sitio»". Papa Francisco, continúa narrando Antonio, tiene razón al decir que: "esta no es una guerra entre religiones, pues la mayoría de quienes mueren son musulmanes. Los Cristianos han sido particularmente hostigados porque representan un elemento de la diversidad: por ello, desde la guerra de 2003 hasta la fecha, muchos se vieron obligados a huir".
 
Un puente de caridad
 
Antonio vive en la capital iraquí con Stefano, otro italiano miembro de la Comunidad Papa Juan XXIII. Son huéspedes de dos sacerdotes argentinos del Verbo encarnado en un gimnasio de Cáritas. Por la mañana ayudan a las hermanas de la Madre Teresa entregando alimentos a una treintena de personas con discapacidad; en la tarde visitan a los refugiados (cristianos, yazidis, musulmanes suníes y chiíes) en las puertas de la ciudad. "Pero el objetivo -aclara Antonio-, es abrir en breve una casa hogar para las personas con discapacidad… Aquí la mayoría cree que una persona con discapacidad representa la condena de Dios y como consecuencia trae deshonra a su familia".
 
Antonio llegó a Bagdad después de estar en una misión de Haití acogiendo las heridas de los habitantes después del terremoto. Habla de esta experiencia como un "compartir sin límites el tiempo, donde desde la fe aprendes no tanto a pensar racionalmente sino a estar unido con el prójimo".

Pero no se siente un misionero… "Yo soy el evangelizado; si a través de mi conversión puedo ser un puente de atracción (hacia el Evangelio) para otra persona, bienvenido sea".

Su conversión ocurrió a la edad de 40 años… "Hasta entonces nombraba a Dios solo para jurar (blasfemando). La primera vez que terminé tras las rejas a los 14 años, pude gustar lo que era un régimen especial de detención y ser considerado alguien peligroso para la sociedad. La cárcel te destruye". Pero un poco de luz le llegó en la cárcel de Spoleto, cuando comenzó a estudiar. Se graduó en pedagogía (110 cum laude) con una tesis titulada: "La genealogía del poder de Foucault". "El estudio me ha dado la oportunidad de salir de una subcultura. Ver la vida con otros ojos", reflexiona.

Pero aún no estaba sano y libre del todo. Cuando salió de prisión continuaba "disgustado de la vida"… y como un "gran estúpido", recuerda,  buscó la droga. De forma inesperada, esta re-caída lo terminó llevando a la Comunidad Papa Juan XXIII:

"Cuando me llevaron a Roma para un encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro, frente a ese río de gente, pensé: «¿Soy yo el loco, o ellos lo están?»".  Fue una de las primeras ocasiones de su vida –recuerda  Antonio- en que comenzó a mirar en su interior: "La Comunidad me propuso ser parte de un programa terapéutico no para ‘drogadictos’, sino para cambiar mi vida: tomar conciencia de que toda vida humana, y por lo tanto también la tuya, tiene un valor y no se puede tirar a la basura".

Enfrentar tus fracasos no es fácil para nadie. Sin embargo un pequeño y anciano sacerdote, don Eugenio, sabía dónde estaba el nudo del problema. Me repetía que no me juzgara Y yo le replicaba: «Si no me juzgo, me olvido».

 …«¿Quién eres tú para juzgarte? No te corresponde eso a ti», me gritó en la cara junto con alguna otra palabra que es mejor omitir".
 
El Amor de Jesús
 
Ese fue el golpe de gracia "Ese curita (diminutivo cariñoso de sacerdote) me introdujo en el Amor Jesús; no un Jesús de la venganza y la flagelación. Perdonarse a sí mismo no era fácil y en la misión descubrí que si no podía amarme a mí mismo no podría amar a los demás. Si Dios me ha juzgado, ¿quién soy yo para juzgar? Esto no significa que me olvido de mi pasado, pero cuando se acepta esto, se quita una carga de la espalda, ¿porque mirar hacia atrás y mantenerse en paz, no siempre es fácil".
 
Antonio todavía sufre cuando mira en su interior y revisa el pasado: "El don de la paz es lo primero que le pido a Dios cada mañana. Viví pasando límites sin ser nunca -tanto en lo físico como lo mental- libre de la cárcel y las drogas. Hoy, sin embargo, la única libertad verdadera la tengo en Dios, eligiendo confiarme a Él".

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