Simón Pedro tocó su corazón

Dios es mi lugar, mi camino... y no el yoga, confidencia la artista argentina Marisil Caparotta

28 de noviembre de 2014

No estaba en la rebeldía, no estaba en el alcohol ni la parranda, tampoco en el Yoga. Allí sólo había mentira. Sólo Dios podría dar respuesta y devolverla a la vida.

Compartir en:


Aún recuerda el fervor de su abuelo Lelo cada vez que visitaba la casona familiar en Godoy Cruz (Mendoza. Argentina) …   Aferrada a su mano, la pequeña Marisil Caparotta quedaba absorta observándole cantar a la imagen de la Virgen María situada en el patio de su casa. No importaba la lluvia o los temporales. En ese pequeño gesto aprendía que la fe se configuraba como algo inherente al ser humano y no cabía ninguna duda.    
 
Es la menor de seis hermanos dentro de una familia en cuya sangre fluyen melodías armoniosas guiadas por Dios, pero en el caso suyo, confidencia a Portaluz, fue más complejo el proceso hacia esa verdad.

Desde pequeña cantaba, hacía ballet y su vida estaba “muy centrada en el arte”. Luego vino la rebeldía y el deseo de alcanzar la libertad fuera de su hogar… detonantes de una travesía con destino incierto. “Decidí dejar las clases de canto y de ballet y quería ser como del rebaño, igual a mis compañeras, que no tenían una vida vinculada al arte. Recuerdo que murieron los padres de Carolina, mi amiga, producto de un trágico accidente. Todo ello lo tomé como excusa y dije que no iba a actuar más. Me fui a vivir a la casa de esta chica. Mis padres me lo respetaron porque lo veían como un acto bueno, de amor. Pero lo que estaba buscando era escaparme de mi casa, de todo ese ámbito al que ya no quería pertenecer más”.
 
El impacto de una ruptura familiar
 
Pero fue estando fuera del hogar que debió enfrentar un dolor inesperado. Tenía 21 años cuando supo que Alberto y Adelina, sus padres, se separaban. “Después de muchas salidas (ir de farra), mucho alcohol, de irresponsabilidad conmigo, empecé a estudiar Derecho por tres años, pero lo dejé. Después estudié Ciencias de la Educación y al año lo deseché”.
 
Transcurría el verano del 2001 cuando Adelina, su madre, decidía emigrar a Estados Unidos y le propuso que se viniera un tiempo de viaje, con ella. “Viajamos a Miami, estuve tres meses con mi mamá y creo que me hizo muy bien el contacto con ella. Verla reivindicada, fuerte. Allá me pidió que volviera a estudiar, y de manera inexplicable, reaccioné, acepté. En ese entonces, tenía ella una escuela de canto y empecé a trabajar en la secretaría de ese lugar. Viendo cómo otros aprendían, decidí estudiar Pedagogía en Música, en Mendoza (Argentina), por dos años. En eso estaba cuando Miriam, una de mis hermanas me invitó a Chile. Ella es una cantante muy buena que ha hecho una carrera linda en el Teatro Municipal de la capital de ese país y dijo que me fuese a probar suerte y estudiar, porque en Santiago había muchas probabilidades de trabajo”.
 
Buscando trascendencia, tras la muerte de su madre
 
Llegó a Chile y en los pasillos del Teatro Municipal de la capital conoció a Eduardo, un experimentado flautista con quien se casó el año 2004. Durante esta época, ya instalada en Chile, recibió a su madre de visita. Sería también la despedida.
 
“Ella cuidaba a mi hijo Emiliano. Fue después de un chequeo de rutina que descubrieron el cáncer y murió al año siguiente. Hoy sé que fueron sus oraciones, antes de morir, las que me permitieron buscar…”, confiesa Marisil y agrega: “Tras su muerte sentí una necesidad de un propósito de trascendencia en mi vida, de querer hacer algo, pero me equivoqué de camino... empecé a hacer un curso de Yoga, un par de años, el 2007, época en que estaba embarazada de mi otro bebé. Allí decían que podías convertirte en un super hombre o una super mujer. Y empiezas a sentir que todo está bajo tu control, que se debe trabajar, meditar hacer tales posturas, que si haces eso, tendrás un control absoluto de tu vida… ¡mentira!”.
 
El yoga no era el camino
 
Comenzó a deprimirse y por más que acudía obediente a sus prácticas de yoga no mejoraba. A comienzos de 2012 lentamente sus fuerzas le impedían incluso levantarse de la cama. “Me compré estimulantes vitamínicos, y me preguntaba por qué no tenía fuerzas. Luego fui al médico y me diagnosticó una depresión galopante y me recetaron medicinas. Mientras ocurría esto, seguía con mis proyectos pero sentía un vacío…”.
 
“Dios se encargaría de hacerme ver que en el Yoga no estaba el todo, que no era la vía…”, sentencia. En estos días de penumbra, como un destello apareció, nos cuenta, un anuncio en Facebook convocando a un casting para una obra musical, de contenidos cristianos, llamada De Simón a Pedro. Se sintió atraída y postuló. “Como estaba sin energía, lo hice mal, pero Víctor, el director de la obra, a lo mejor vio el dolor y la necesidad de Dios dentro de mi alma, y me dejó para trabajar en el elenco”.
 
Simón Pedro toca su corazón
 
La obra es un musical basada en los acontecimientos bíblicos de Simón, el pescador que sería llamado por Jesús a constituirse en su Vicario.  Tal como le ocurrió al apóstol, el encuentro con Cristo, al fragor de los ensayos y puesta en escena de la obra,  transformó a Marisil. “Me hice muy amiga de Claudia, esposa de Víctor y ella iba mucho a mi casa, nos juntábamos y empezamos a leer la biblia, reflexionarla. Se empezó a gestar un cambio milagroso”.
 
Montaron las presentaciones y actuaron en diversos establecimientos educacionales y universidades. Incluso la Arquidiócesis de Santiago, por medio de la Vicaría para la Educación, patrocinó su trabajo. Marisil verificaba día a día los signos de Dios y vivenció un hecho extraordinario, que lo tomó como un mensaje claro. “Siempre me grabo cuando canto durante el ensayo. Cuando estábamos preparando una de las presentaciones puse una grabadora y registré la parte que me tocaba cantar a mí. Era una canción del Cordero de Dios, llamada «Preciosa Sangre» y se cantaba a Cristo crucificado. Escuché el audio en mi casa y la mitad de la grabación salía mi voz, mientras que en la otra mitad se oía un coro de ángeles, un órgano de Iglesia, con una acústica majestuosa. A lo que terminaba el track, veo que los números no seguían  corriendo, pero la música aún sonaba. Esto lo compartí con Claudia y Víctor. Ellos buscaron en la red algún tema que se asemeje a lo que estás escuchando y apareció semejante a un coro que cantaba una composición denominada Agnus Dei, el Cordero de Dios, y que era la misma canción que estaba cantando. Entonces, para mí eso fue un regalo enorme. Sentí que Dios me regaló esto con mucha misericordia, para que yo crea que él es mi lugar, mi camino”.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda