Pastoral de la fraternidad

El amor que unía al cardenal con su hermano homosexual

13 de marzo de 2015

Acoger, acompañar, sanar y mostrar el rumbo, involucra tomar sobre sí los pecados del mundo. Es lo que hizo Jesús… e intentan quienes le aman.

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El vaticanista Sandro Magister en una de sus habituales y coloridas columnas recordó el testimonio de vida del Cardenal Jean Daniélou, quien ofreció a Dios su vida, por la salvación de su hermano homosexual, Alain…
 
Lo revelan sus diarios espirituales. El cardenal Jean Daniélou tomaba sobre sí los pecados de su amadísimo hermano Alain, para salvar su alma.

Es la lección de vida de uno de los mayores teólogos del siglo XX, patrólogo y liturgista, jesuita y cardenal, al que se le restó importancia injustamente después de su muerte en 1974, acaecida en la casa de una prostituta parisina a la que él ayudaba.

Los "Carnets spirituels" de Daniélou, sus diarios espirituales, publicados veinte años después de su muerte, han levantado el velo sobre su espíritu y sus obras escondidas. Como también lo ha hecho "Le chemin du labyrinthe", la autobiografía de su hermano Alain, homosexual, convertido a un hinduismo de impronta erótica y compañero de vida del fotógrafo suizo Raymond Burnier.

Jonah Lynch, de la Pontificia Universidad Gregoriana, dice a este respecto:

"De los diarios, son conmovedoras las páginas en las que Jean Daniélou ofrece la propia vida por la salvación de su hermano homosexual Alain, mientras éste, a su vez, en el 'Chemin du labyrinthe' rinde homenaje a Jean y a su amor sincero, si bien no comparte sus posiciones. Se ve resplandecer en la vida del cardenal un enfoque 'pastoral' y delicado, un genuino amor evangélico, tan de moda ahora, pero junto al elevadísimo precio que dicho amor exige. En Jean Daniélou el amor a los alejados no era un mero adorno, sino una realidad que valía incluso el martirio".

A partir de 1943, junto al gran estudioso del islam Louis Massignon, Daniélou celebró todos los meses, con la mayor discreción, una misa por los homosexuales, "por su salvación". Lo confirma la sobrina nieta Emmanuelle de Boysson en su libro dedicado a los dos hermanos "Le Cardinal et l’Hindouiste".

Pero también escribe sobre ello su propio hermano Alain en su autobiografía, de la que vale la pena releer esta página:

"Jean tuvo siempre hacia mí una amabilidad perfecta. Durante toda su vida sintió remordimientos por el modo como la familia me había tratado y dejado sin sustento. Se lo decía a menudo a amigos comunes. Cuando mi amigo Raymond murió le confió a Pierre Gaxotte, en los pasillos de la Academia de Francia, que sentía una gran tristeza pensando en lo afectado que debía de estar yo. Ser nombrado cardenal fue para Jean una liberación. Era finalmente libre de la constricción jesuítica de la que, estoy seguro, había sufrido. Los últimos años de su vida fueron los más felices.”

"Su muerte y el escándalo que ésta provocó, pues él ya era una de las mayores figuras de la Iglesia, ha sido una especie de venganza póstuma, uno de los favores hechos por los dioses a los que aman. Si hubiera muerto unos instantes antes o después, o si hubiera estado visitando a una señora del distrito dieciséis (distrito residencial muy caro de París, ndt) con el pretexto de obras de beneficencia, en lugar de llevar las ganancias de sus escritos teológicos a una pobre mujer necesitada, no habría habido ningún escándalo.”

"Desde siempre, Jean se había dedicado a las personas mal vistas. Intentaba ayudar a los detenidos, a los delincuentes, a los jóvenes con dificultades, los homosexuales, a las prostitutas. He admirado profundamente este final de vida, similar al de los mártires, cuyo aroma sube al cielo entre la abominación y el sarcasmo de la multitud.”

"Ha muerto como mueren los verdaderos santos, en la ignominia, entre risas burlonas, con el desprecio de una sociedad resentida y vil.  En los últimos años de la vida de mi hermano yo vivía cerca de Roma y era, según la opinión del clero, un apóstata de cierto relieve. Había quien nos confundía y algunos críticos habían incluso atribuido a mi hermano mi libro 'L'Érotisme divinisé', diciendo: 'Ya sabemos la libertad de espíritu que tienen los jesuitas, pero…'. Mi  hermano tuvo que demostrar que el escándalo no lo ocasionan nuestras creencias o nuestro actos, sino la ironía de los dioses, que se ríen de este tropel de reglas de vida y de las denominadas 'verdades que hay que creer', de las cuales los hombres se atribuyen la paternidad".

También en los diarios espirituales del teólogo y cardenal Jean Daniélou aflora el ansia por la salvación del alma de su amadísimo hermano homosexual. Como cuando recuerda, por ejemplo, su propio deseo de ir como misionero a China:

"Los motivos de mi deseo de ir a China hay que buscarlos en el celo por la salvación de las almas, objeto de mi vocación. La vida de un jesuita está completa sólo si participa en la pasión de Nuestro Señor, y también en su vida pública. Sé que en ninguna parte Nuestro Señor rechaza dicha participación a quien se la pide; pero temo relajarme en este deseo. En las misiones hay una dosis casi segura de privaciones, de desilusiones, de peligros, tal vez la muerte, tal vez el martirio. Además de estos motivos, sé que tengo una capacidad de adaptación que me ayudaría a hacerme chino con los chinos; que la vida de misionero ofrece más ocasiones para actuar las obras de misericordia corporal que en Francia; que consideraré mi vida como no inútil si con motivo de ella el alma de Alain será salvada y que no conozco la medida de la inmolación que Dios desea para mí por esto".

En otra página de los "Carnets spirituels", meditando sobre la pasión de Jesús en el Huerto de los Olivos, llega a desear poder asumir sobre sí el peso de los "pecados" de Alain y de cualquier otra persona:

"Jesús, he entendido que no quieres que yo distinga mis pecados de los otros pecados del mundo, sino que yo entre más profundamente en tu corazón y me considere responsable de los pecados de las personas que tu desees: los de Alain, los de cualquier otro que tú quieras. Me haces sentir, Jesús, que debo bajar aún más y tomar sobre mí los pecados de los otros, aceptando en consecuencia todos los castigos que ellos atraerán sobre mí a causa de tu justicia y, de manera particular, el desprecio de las personas por las cuales me ofreceré a mí mismo. Aceptar, incluso desear, ser deshonrado, también a los ojos de quien amo. Aceptar las grandes infamias, de las que no soy digno, para estar preparado y aceptar, por lo menos, las pequeñas. Entonces, Jesús, mi caridad se asemejará a aquella con la que me has amado".

…Y continúa…

"Vivir de la fe, de lo cual lo que tengo más claro es que es incomprensible. Tener un humor franciscano, mortificado y alegre, travieso y místico, totalmente pobre. Admirar el humorismo con el que el cura de Ars se trataba a sí mismo para huir de cualquier vanidad. Revertir a lo cómico todo el lado vanidoso de mi vida".


 

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