Estampas actuales y Sínodo sobre la familia

28 de agosto de 2015

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Estampa núm. 1. Salgo a la calle y me encuentro con una amiga mía, que vive muy cerca de donde vivo yo. “¿A misa?”, pregunta. “Sí”, respondo. “Te acompaño”, y echamos los dos calle adelante. “Hace tiempo que no veo a tu madre los domingos en misa”, le digo. “Es que no tiene quien la traiga”. “¿Y el que le hacía de conductor?” “¿No sabes?, se murió. Y a su mujer la han ingresado en una residencia”. “Vaya, ya lo siento. Les tenía aprecio”. Había dado catequesis de comunión a un nieto suyo. “Y la hija, ¿qué ha sido de ella?”. La hija, es decir, la madre del niño, se desahogaba con mi mujer, porque estaba pasando las de Caín. El marido se había echado una novia, pero sin abandonar el nido doméstico, hasta que la mujer, harta de aguantar carros y carretas, le dio una patada en el trasero, y así acabó esta parte de la historia. Pero tuvo continuación. “Se ha buscado –la hija- otro parejo y se ha ido del pueblo”. A rey muerto, rey puesto. Cosas de ahora.

Estampa núm. 2. Un pariente, cincuentón, nos manda una foto de su boda, por lo civil, con la novia en avanzado estado de gestación. Ha dado a luz hace pocas semanas. La chica ya tenía tres hijos, fruto de otras tantas “relaciones” con sujetos anteriores, como dicen púdicamente las revistas del famoseo, alimento espiritual de la inmensa mayoría de las féminas de estos páramos.

Estampa núm. 3. también familiar. Otra pariente me llama para rogarme que asista a la boda de su hijo. Estaba muy interesada en que fuera una fiesta de toda nuestra larga familia. Me excuso, muy a pesar mío, porque ya no estoy para viajes largos ni saraos de ningún tipo. El mozo se ha casado después de convivir dos años con una muchacha de familia respetable, que me dicen que es muy formal. Lo ha hecho a su manera, sin ceremonia religiosa y sospecho que sin registro civil siquiera. Eso sí: todos vestidos adecuadamente y con un banquete en consonancia a lo celebrado.

Estampa núm. 4. Mis hijos han dejado excelentes amigos en Valencia, de los tiempos que vivimos allí (1972-79). Uno de ellos se casó con una chica seria conocida de todos desde siempre. Tuvieron dos hijos, la consabida parejita de reglamento. Todo iba sobre ruedas, pero un buen día, al regresar el marido a su casa, se encontró en su propia cama a su mujer con otro individuo. No hizo lo del preso número 9, que mató a su mujer y a un amigo desleal, pero motivos para ello no le faltaban, aunque sea una venganza bárbara, de las que ya no se estilan, pero que siguen cometiéndose.

Podría seguir hasta completar un libro recopilando simplemente los hechos que me afectan directamente o conozco de primera mano. Como una pareja joven, encantadores, que tienen un niño guapísimo como un sol. No sé cómo tienen hecho el apaño. Por la Iglesia desde luego no, porque alguna vez, metiéndome donde no me llaman, he hablado con ellos del tema. Al marido, militar de profesión, no le gustan los curas. A mí, algunos de ellos tampoco, pero yo no venero al santo por la peana. Da igual, todas mis razones les resbalan. El indiferentismo imperante puede más que los buenos consejos de los amigos.

A la vista de esta situación, me temo que ampliamente extendida por toda Europa, ¿qué van a debatir los padres sinodales en el próximo sínodo sobre la familia? ¿El sexo de los ángeles? Porque algo así puede parecer el tema de la comunión a los divorciados y vueltos a casar o el guiño de “comprensión” a la tropa gay, como si Sodoma y Gomorra hubieran desaparecido del Génesis.

Recordemos: las acaloradas discusiones sobre el sexo de los ángeles, en vísperas del asalto y conquista de Constantinopla por los otomanos, que llegaron, incluso, a sitiar Viena. Ahora también nos asedian los mismos, pero sobre todo nos estamos dejando roer las entrañas conceptuales por las termitas del indiferentismo, que lo invaden todo.

 

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