La sabiduría del amor

Le golpearon hasta derribarlo, pero a él sólo le preocupaba proteger a Jesucristo, Eucaristía

13 de noviembre de 2015

Sucedió en Corea del Sur hace tres años, pero esta imagen sigue impactando, movilizando la piedad y reflexión de sacerdotes, de todo bautizado.

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Emociona e invita a la reflexión la imagen de este sacerdote que según refieren los testigos, fue derribado a golpes por la policía mientras distribuía la comunión.

Cuando la piedad, la correcta formación doctrinal y el amor a Dios animan la vida de un sacerdote o cualesquier bautizado, nada importa más que darse a Él en todo. Como este hombre de Dios que -aunque golpeado y derribado- sólo se ocupaba de proteger a Jesucristo, su Señor, recogiendo hasta la más pequeña partícula de la Eucaristía que hubiere caído al suelo.

La imagen fue tomada el 8 de agosto de 2012 por uno de los presentes, momentos después del ataque, en la aldea de Gangjeong (Isla de Jeju, Corea del Sur), según consigna el portal de la agencia católica asiática UCAnews y han reproducido diversos portales -mejorando la información- como Aleteia y ahora Portaluz.

El sacerdote de la imagen es el padre Bartholomew Mun Jung-hyun, quien al momento de la agresión policial, celebraba la misa a metros de una controvertida base naval que el gobierno estaba construyendo en la zona, y que se temía causaría un grave impacto medioambiental a los habitantes de las poblaciones locales.

El hacerse voz de los sin voz, la brutalidad de los policías agresores (que se les acusó incluso por haber pisoteado las partículas eucarísticas derramadas en el suelo), la gracia transformadora del sacramento, adquieren su realce trascendente en el acto de amor que muestra la imagen.
 
¿Fue un acto debido, adecuado, excesivo el de este sacerdote?
 
En otros tiempos de la vida de la Iglesia, del deber sacerdotal, de la piedad de los fieles, la caída de una sola partícula al suelo (o en lugar semejante) involucraba acciones reparadoras como… Que para evitar estas caídas siempre, sin excusas, se utilizaba la patena (bandeja) al distribuir la comunión; Que en el área donde ocurrió la caída de partículas se detenía de inmediato la comunión; Que el responsable de la caída realizaba en silencio una súplica orante inmediata expresando disculpas por lo ocurrido, sintiendo, lamentando a Dios honestamente lo sucedido; que a la brevedad se recogían todas las partículas caídas visibles y eran consumidas por el sacerdote o ministro de la comunión autorizado; que si por alguna razón lo anterior no era posible de realizar de inmediato, con un corporal, se cubrían las partículas; que retiradas las partículas visibles se asperjaba la zona de la caída con agua bendita y se limpiaba con un corporal… el cual luego sería tratado según las normas de la Iglesia.
 
Hoy, sobre el respeto, veneración y amor debido al Cuerpo y la Sangre de Cristo en estas circunstancias, las instrucciones de la Iglesia señalan:
  • La bandeja para la Comunión de los fieles se debe mantener, para evitar el peligro de que caiga la hostia sagrada o algún fragmento (Instrucción Redemptionis Sacramentum, n. 93/ Missale Romanum, Institutio Generalis, n. 118)
  • Si se cae la Hostia o alguna partícula, recójase con reverencia; pero si se derrama algo de la Sangre del Señor, lávese con agua el lugar donde hubiere caído y, después, viértase esta agua en el “sacrarium” (o piscina) colocado en la sacristía (Missale Romanum, Institutio Generalis, n. 280)

Antes y después de la norma: Amar, venerar, adorar a Dios por sobre todo

 

Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán) se ha referido al tema en su libro Corpus Christi, la communion dans la main au cœur de la crise de l’Église. Al respecto manifiesta:

 “La Eucaristía y la santa Comunión no son una cosa, ni siquiera la más santa, sino una Persona: el mismo Jesucristo. Mientras que la adorable Persona de Cristo, escondida bajo las humildes especies sacramentales, sea tratada de una manera tan banal, indelicada y superficial como sucede a día de hoy, en la Iglesia no podrá producirse un verdadero progreso espiritual. Si el corazón de la vida de la Iglesia es la Eucaristía, cuando la forma de tratarla se vuelve manifiestamente defectuosa, el corazón mismo de la vida de la Iglesia se debilita. Y cuando el corazón está débil, todas las acciones del cuerpo se tornan menos eficaces. Si no nos tomamos en serio la exigencia de la fe eucarística, es decir, la disposición del alma en estado de gracia y la manera altamente sacra de tratar a Nuestro Salvador y Señor en el momento de la Santa Comunión, continuaremos viviendo en una situación a la que se aplican estas palabras de Dios: «Si Dios no construye la casa, en vano trabajan los constructores» (Sal 127, 1). Ciertamente que existen cuestiones muy importantes en la vida de la Iglesia contemporánea: la transmisión, en toda su pureza, de la fe católica respecto a las verdades centrales del dogma y de la moral por medio de la catequesis y del testimonio público, la urgencia por defender la vida humana (contra la plaga del aborto), la familia (contra el divorcio, el concubinato, la poligamia), la necesidad de redescubrir el sentido natural de la sexualidad humana (contra la ideología neo-marxista de género). Todos estos compromisos, necesarios y urgentes, serían ciertamente más eficaces y mejor bendecidos por Dios, si la Iglesia pusiese de una manera muy concreta la mayor de las atenciones en el Señor eucarístico especialmente en la Santa Comunión...".

"...Cuando, por ejemplo, en una sinagoga el libro de la Torah cae al suelo accidentalmente, la comunidad judía que está presente guarda un día de ayuno y penitencia. ¿Cuántas parroquias católicas ayunan y hacen penitencia, cuando las partículas eucarísticas caen al suelo o son robadas? Recordémoslo: de la fe y de la práctica eucarística depende hoy el futuro de la Iglesia”.

 

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