Los kioscos del narcotráfico

17 de abril de 2014

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Los kioscos del narcotráfico. El último eslabón de la cadena o quizás el primero. Una cadena de locura y muerte que se está llevando en andas a mucha humanidad, seguro a la más vulnerable.
 
Los kioscos del narcotráfico, cada vez más públicos, más visibles, en un mundo donde estamos aceptando día a día que estamos perdiendo la lucha contra la mafia.
 
¿Qué nos está pasando? Quizás es más cómodo sentarnos en nuestras casas confortables -al menos lo mínimo está- y pensar que la droga -muerte- no nos va a alcanzar.
 
Hace muchos años que aprendí que la droga entra.
Entra por las rendijas de las cerraduras, por el lugar menos pensado, pero entra. Y cuando nos damos cuenta es tarde. Hay que lidiar toda la vida con el fantasma de la droga, remarla a diario, y vivir con la tentación a cuestas.
Los kioscos del narcotráfico, esos lugares que adoptan múltiples formas físicas pero tienen un punto en común: la distribución y venta de drogas.
 
Miles de familias, sumidas en el abrazo gris de la pobreza, son atrapadas en este círculo maldito, creyendo que vendiendo drogas van a poder escapar de la miseria. A los pocos meses están más hundidas que antes, encontrándose endeudadas eternamente con los narcos y con la triste realidad que la mayoría de sus miembros son adictos.
 
La droga no deja ganancias a los más pobres.
Es decir no al último eslabón de la cadena de distribución, ahí sólo deja dolor y muerte. Muerte por sobredosis, muerte por ajuste, muerte por conflictos con las fuerzas de seguridad, etcétera.
 
Los kioscos de la droga, siempre están en manos de pobres y desamparados. De los nadies para la sociedad, cuyo destino fatal no impacta en los medios de comunicación masiva. Cuando informan -si lo hacen- la desaparición de un pibe o una pibita de barrios periféricos -en cualquier lugar del mundo- a veces ni le ponen nombre. Como si fueran nadies, los "sin nombre" para una sociedad que deja afuera a la mayoría.
 
Los kioscos del narcotráfico, a veces con forma de bunkers.
La primera vez que leí acerca de los bunkers pensé que el delirio me estaba ganando territorio. Pasó el tiempo y en cada reunión con organizaciones territoriales de Latinoamérica siempre quedaban unos minutos para preguntar por ellos.
 
La realidad siempre supera la ficción, y en este caso con creces. Los bunkers del narcotráfico o los bunkers del infierno, son piecitas, construcciones muy precarias de dos metros por uno de ancho y dos metros de alto.
 
Los bunkers del infierno, sin ventanas, ni ventilación, donde niños y niñas de 8 a 13 años son enterrados vivos, 14 horas diarias para vender droga. La entregan por una rendija de diez centímetros de alto por veinte centímetros de ancho. Las víctimas están adentro de esas mini cárceles, y están afuera, cuando van y vienen como hormigas, desesperados por una dosis de cocaína, de paco -la droga de los pobres-, de ácidos u otras yerbas.
 
Los bunkers de narcotráfico, que ya forman parte del paisaje urbano de decenas de ciudades del tercer mundo. Y que operan con total impunidad, custodiados por los soldaditos -niños- y por algún que otro policía corrupto que da la señal de alarma ante posibles operativos.
 
¿¡Cómo que no podemos hacer nada!? Lo peor que nos puede pasar es bajar la cabeza ante la mafia y entregarle todo lo que tenemos: nuestras vidas, las de nuestros hijos, las de nuestros nietos y las de los que van a venir.
 
¡¡¡La mafia se va a quedar con todo... si se lo permitimos!!! y agachamos la cabeza y dejamos de mirar a nuestros hijos a los ojos por miedo a que noten la cobardía, la comodidad, y la complicidad del silencio.
 
El silencio es para orar, para encontrarse con uno mismo y con Dios, no para callar las atrocidades de la mafia...
Quizás esta Pascua nos sirva para reflexionar que hacemos para evitar que Jesús siga siendo torturado, discriminado, excluido, en el rostro de cada niño, de cada niña y de cada joven que se lleva la mafia.
Quizás esta Pascua nos sirva para pensar en nuestros hermanos que menos oportunidades tienen y qué podemos hacer para que las tengan.
En un mundo donde reine el narcotráfico Jesús no puede entrar, no lo dejan entrar, se queda afuera, llorando por tanto dolor y por tanta muerte, El es la vida y la mafia es la muerte.
¡Yo quiero un mundo lleno de vida, de Jesús, un mundo sin mafia!

 
 

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