Perspectiva de género y desigualdad económica

29 de enero de 2016

Compartir en:



La perspectiva de género constituye un intento teórico que ha alcanzado un notable juego político en Europa y Estados Unidos, y en el caso de España es culturalmente hegemónico. Su pretensión es el análisis de la realidad social y política desde una perspectiva que se quiere antropológica, que considera que lo femenino y lo masculino son dimensiones de origen cultural en el ser humano, quitando toda relevancia al dato biológico. Se erige en juez de interpretación de la sociedad.
 

Su aplicación posee profundas consecuencias negativas: favorece en cualquier circunstancia el aborto, de manera que no puede estar sujeto a limitaciones, resulta incompatible con la vida familiar, puesto que introduce una dinámica de “lucha de clases” entre hombres y mujeres que se extiende al conjunto de la sociedad. Fomenta determinados aspectos de la vida de la mujer, como las cuotas, pero margina o ataca deliberadamente cuestiones fundamentales, la situación de la madre trabajadora, la discriminación laboral de la mujer embarazada, la situación de las viudas, el papel necesario de la mujer en los primeros años de crianza, las familias numerosas. Celebra situaciones particularmente negativas como la prostitución, al considerarla una actividad laboral. En sus versiones más radicales, reniega de la familia, del matrimonio y de la maternidad, por considerarlas relaciones de opresión para la mujer. Su corriente lesbiana, muy fuerte porque sus principales teóricas como Butler lo son, sostiene que la mujer es forzada culturalmente a mantener relaciones con los hombres, pero que esto no forma parte de una necesidad real.

La lista sería muy larga, pero ahora deseo ceñirme a una sola perspectiva menos explorada, que se puede formular en estos términos: La ideología de género es, en términos objetivos, un factor de ideología que favorece el crecimiento de la desigualdad, porque deliberadamente, o no, ha desplazado el conflicto entre la distribución desigual de los bienes a un conflicto entre hombres y mujeres, prescindiendo de su situación en aquella distribución.

Esto explica porque organismos internacionales de Naciones Unidas, grandes fundaciones surgidas en los entornos de fortunas de personas y familias que pertenecen a la categoría del “1%”, férreos defensores de neoliberalismo, y protagonistas de la ingeniería fiscal globalizada para no pagar impuestos, son a su vez sólidos soportes de la propagación y militancia de la ideología de género, incluso en aquellas versiones más radicales. Como declaraba Rosi Braidotti, directora del Centro para las Humanidades de la Universidad de Utrecht “el capitalismo avanzado no necesita de la familia tradicional porque se pueden hacer bebés tecnológicamente” Es una exageración, sin duda propia de quienes viven al margen de la realidad económica, porque no hay nada más económico que engendrar un hijo, lo costoso es mantenerlo una vez nacido, pero posee un trasfondo de verdad. La familia, he apuntado en otras ocasiones, posee unos fines intrínsecos que ligan mal con las leyes del mercado, el contrato y la ganancia que rigen el sistema económico. Creo que en el fondo en esta subvaloración ideología de la familia hay un grave error,  que provoca grandes pérdidas pero esto es lo que hay. La hegemonía de las elites del neoliberalismo ha prescindido de la familia y de sus necesidades (excepto cuando son las suyas).

En cualquier caso, la realidad es que la mayoría de las elites económicas liberales apuestan por la ideología de género y todas sus implicaciones.

Esta evidencia debemos relacionarla con otras tres.  Los mejores años para la cohesión social y la reducción de la desigualdad se dan en tres décadas del siglo pasado, que van de los años cincuenta a los setenta, para declinar progresivamente después y exacerbase con el nuevo siglo. Es, precisamente, a partir de los setenta cuando empieza a generalizarse la perspectiva de género, que eclosionaría dos décadas después. Al mismo tiempo, el conflicto social pasa de la desigualdad económica a la  que se da en términos de hombres y mujeres, como si todos ellos fueran socialmente iguales, como si las necesidades de la mujer trabajadora fueran las mismas que las que pertenecen a la elite del 10%. A este conflicto se le añade la homosexualidad, y ahora, en la tercera ola, se incorpora la transexualidad, como grandes categorías de luchas “épicas”, siempre bajo la interpretación de la realidad que da la ideología de género. En paralelo, los movimientos políticos se deshacen de los problemas de la desigualdad y flaquean los sindicatos, mientras se incentiva desde el poder y las grandes corporaciones, a las organizaciones de aquel otro perfil, feminismo de género, homosexualismo político y, en general, la llamada lucha GLBTI.

Fuente: Forum Libertas



 

Compartir en:

Portaluz te recomienda