Juan Havana

Rapero sueco-chileno que no creía en Dios, fue a una iglesia con un amigo criminal... y todo cambió

25 de diciembre de 2015

De las calles, el hampa y la mala vida a jugársela por Jesús sirviéndose de su habilidad para rapear, va ganando adeptos desde Suecia donde reside.

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Juan Havana, chileno que ha nacido y vivido siempre en Suecia, es uno de los más famosos músicos de rap y DJ del país. El rap fue para él, desde los 17 años, “como una droga buena”, que de alguna manera le ayudaba en su juventud de drogas (de las malas), rupturas y crimen. Cristo entró en su vida de forma sorprendente cuando menos lo esperaba.

Nacido en Suecia

“Mis padres llegaron desde Chile con lo puesto, dejando atrás su familia, sus amigos, su país, su lengua, cultura y raíces. Ese desarraigo me acompañó siempre. Aunque nací en Karlskrona, en el sur de Suecia, me sentía de fuera, como mis padres”.

La emigración añade complejidad a vidas ya de por sí complejas. “Vivíamos en Malmö, en Escandinavia, aunque éramos chilenos, de Sudamérica. Fuera de casa hablábamos en sueco, pero dentro en español. Nos hacíamos regalitos en Navidad, aunque éramos ateos, salvo mi madre que creía en Dios a su manera”, le explica al periodista José Miguel Cejas en su apasionante nuevo libro de testimoniosOcho historias sin vergüenza, ¿resiliencia o don?”
 
Al poco de llegar a Suecia, el padre de Juan entró en prisión. Su madre se volcaba en mantenerle a él y su hermana con 3 trabajos, “limpiando baños para que pudiéramos comer todos los días”.

La calle, las pandillas, la droga

Juan se crió en la calle, en un barrio peligroso y pobre, de inmigrantes y refugiados. “Latinos éramos pocos: venezolanos, argentinos y chilenos, sobre todo”.

“Me gustaba callejear, compartir con amigos, escuchar música, armar jaleo y pelearme con los del barrio de al lado”, recuerda. Era un barrio de pandillas y había que saber navegar entre ellas. Era una zona “peligrosa como un frente de guerra”.

En una canción Juan dictamina cómo vivía entonces:

“Tengo un espíritu de un hombre perseguido
siempre pendiente de mis enemigos.
No me falta el tercer ojo en la espalda.
Camino con seguridad en barrios donde asaltan.”


Juan abandonó el colegio y se volcó en la calle. “Aprendí a conocer a la gente y a no fiarme de nadie”, explica.

“Empecé a vender droga y al poco tiempo llevaba más plata en el bolsillo que la que ganaba mi mamá en una semana”.

Probó marihuana, probó cocaína “bastante fuerte” y no escuchaba a nadie. “Me creía un boss porque tenía mi zona y controlaba a los tipos más malos del barrio”. Además, “cuando tenía billetes y encontraba una chica alquilábamos un apartamento y estábamos juntos un tiempo”.

A esa edad, con 17 años, conoció la música rap, y le encantó. Se volcó en ella y se hizo un nombre local. “Estaba de moda el gangsta rap, con sus letras llenas de sexo, violencia, tiroteos, robos y tráfico de drogas. Ese era mi mundo”.

Contacto con las raíces

Poco después viajó a Chile, para conocer sus raíces. Fue una experiencia muy especial para él: conoció a sus primos, a su familia, su abuela… “Allí no me sentía extraño ni alguien de fuera”.

- Juancito, ¿crees en Dios? – le preguntó su abuela en Chile.

- Abuela, yo no me creo todo lo que cuentan las películas –respondió él. “Entonces Jesucristo era para mí un producto más de la industria de Hollywood, un tipo de melena rubia con los ojos verdes”, recordaría más adelante.

De vuelta de Chile, Juan conoció a un “tipo duro”, un guardaespaldas de dos metros, “un verdadero boss; mi padre le llamaba El Pelao, era quince años mayor que yo… Tenía tantos cuentos que contarte, sabía tanto de la calle…” Había estado en la cárcel y ahora colaboraba con Juan en sus “trabajos”. Lo hizo durante un par de años.

Una visita a las cuatro de la madrugada

Un día El Pelao desapareció. Nadie se extrañó mucho. Pensaron que estaría escapando de alguna situación complicada.

Pero una noche, a las cuatro de la mañana, El Pelao tocó al timbre de Juan y su padre. “No nos sorprendió ni la hora ni el modo de presentarse; así era él”.

- Hola, ¿cómo están los Juancitos? ¿No tendrán por ahí un poco de ron? – Se sirvió un poco.

El padre le preguntó qué había estado haciendo.

- Vengo a por su hijo. He dejado los negocios, he encontrado a Dios y quiero que mañana me acompañe a una iglesia, a las diez y media de la mañana.

- Has tomado mucho ron, Pelao. Déjate de cuentos y dinos donde has estado -dijo Juan.

- Mañana te quiero afeitadito, duchadito y bien trajeado en la puerta de la iglesia de la calle… -insistió el matón.

-Mira, Pelao, tú sabes que hace muchos años que no quiero saber nada de Dios. No me hables de ir a una iglesia. ¿Dónde estaba Dios cuando se llevaron a la cárcel a mi papá justo cuando más lo necesitaba? ¿Dónde estaba Dios cuando mi mamá dejó a mi papá?

- Mañana, a las diez y media te vienes conmigo a la iglesia.

- Pero, ¿por qué?

-Porque voy a hablar y necesito que estés a mi lado escuchando lo que digo.

- Bien, voy sólo porque soy tu amigo, pero no quiero saber nada de Dios.

Y así acudió a aquella iglesia por la mañana. Tenía 22 años y era la primera vez, desde niño, que pisaba una.

"Rezos y cancioncitas"... y el poder de Dios

“Eran evangélicos o algo así. Ni lo sabía ni me interesaba”. El Pelao lo hizo sentarse delante, con él. “Necesito tu apoyo”, dijo aquel tipo enorme y fuerte. Juan vio cómo los feligreses “empezaron con sus rezos y cancioncitas”. Él solo quería irse. El Pelao se levantó cuando le pidieron que contara su testimonio. Habló de su encuentro con Dios.

Y al finalizar, añadió: "Aquí he traido a mi amigo para que recen por él y se convierta. Jesucristo dijo que todo lo que pidamos en su nombre se nos concederá. Vamos a rezar por él pidiéndole al Espíritu Santo que cambie su alma".

Juan, que como rapero sabe elegir las palabras, es muy preciso con lo que describe de lo que sucedió a continuación.

“Yo no estaba bebido ni drogado. Había ido sólo a hacerle a El Pelao. No creía en Dios ni en la religión. No sabía ninguna oración. Lo único que conocía casi de memoria era el Manifiesto Comunista. El pastor me puso la mano encima de la cabeza y todos los que estaban allí se pusieron a rezar intensamente por mí”.

“Y sin saber por qué empecé a sudar y transpirar y a perder el control de mi cuerpo, hasta que los pantalones y la camiseta se me quedaron mojados. Yo había sudado de esa manera al correr por las calles, pero nunca así, de repente, perdiendo todo el control sobre mí, como me sucedió entonces”.

No pude evitarlo: rompí a llorar en público, algo que no había hecho nunca, y empecé a sentir en mi corazón, por primera vez en mi vida, el amor: un amor intenso, fuerte, que nunca había sentido. Sentí a Jesús al lado mío, como si me diera un beso en el fondo del alma. Fue una reacción espiritual y física tan intensa, tan hermosa y tan fuerte que estuve a punto de desmayarme”.

Al acabar la oración, El Pelao le propuso:

- ¿Sabes, qué, hijo? Empecemos de nuevo.

Juan sentía vergüenza, estaba empapado en sudor. Sin embargo, los feligreses no parecían ver nada extraño en lo que había pasado y ya se despedían sin darle importancia: “Que pase un buen domingo”.

Pero Juan, en el coche del Pelao, de vuelta a casa, notó que su compañero estaba alegre y sereno. “Y yo me sentía extraño, como renacido”.

Un cambio radical y profundo

Los efectos de aquella oración en la que habían pedido al Espíritu Santo que cambiara su alma se notaron enseguida.

“Empecé a pensar y a rezar. Hice un pacto con Dios: ‘ya no te doy la espalda nunca más’. Y mi vida cambió radicalmente. Decidí darle una oportunidad a Jesús en mi vida y empecé a leer sobre el cristianismo, del que no sabía casi nada, salvo que en Chile me habían bautizado católico después de nacer”.

Hablé con un sacerdote católico, me confesé y tres años después hice la Primera Comunión. Fue un cambio de 180 grados y desde entonces me considero, más que un seguidor, un guerrillero de Dios. Desde aquel día, todo cambió por dentro. Dejé de hacer muchas cosas y comencé a hacer otras, como confesarme, ir a Misa y hablar con mis amigos para que cambiaran de vida. Muchos eran drogadictos o ladrones, y estaban desesperados porque pensaban que no tenían salida y Dios no quería saber nada de ellos. Yo les recordaba lo que digo en una de mis canciones. Léelo bien / que Jesucristo murió entre dos ladrones / amén.”

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