Solo Cristo lo pudo sanar

Se drogaba y pensaba en suicidarse, pero hizo una oración que Dios respondió

30 de septiembre de 2016

Marihuana, cocaína, heroína lo tenían enganchado. Desde la muerte de sus padres, Gregory no tenía límites.

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El programa de testimonios Cambio de Agujas, de HM Televisión, difundió en junio de este año el testimonio de Gregory Aguado, un joven huérfano esclavo de sus heridas, consumido por la droga. El caudal rebasó límites llegando a estar a punto de suicidarse. En ese momento oró con toda su alma a Dios. La verdad, dura, pero liberadora, llegó como un bálsamo.
 
Un huérfano a la deriva

 Gregory Aguado nació en Madrid, “sin tener ya papá y con una mamá muy enferma”, su madre moriría cuando él tenía 9 años. El dolor era un nudo en su interior; heridas que  no cerraban a pesar del tiempo. Gregory no sabía cómo expresar lo que le angustiaba, no tenía con quien compartirlo. “Yo sufría mucho. Salía de la escuela, y todos mis amigos tenían a sus mamás fuera esperándoles para darles la merienda. Yo salía y no tenía a nadie”.

Fue un fracaso la inserción con su primera familia de acogida, recuerda… “Cuando yo me iba a la cama, lloraba, aunque tenía lo que todo niño puede querer. Juguetes, viajes, escuela... Todo. Pero me encontraba solo”. A los 13 años esta familia atravesó una serie de dificultades y Gregory fue nuevamente abandonado.

Poco tiempo después, lo recibió una nueva familia, esta vez en Valencia. Eran católicos observantes. En casa se hablaba de Dios y de la Virgen con naturalidad. Oraban rezando el rosario e iban a misa diaria. Estaba contento aquí y cuando con 16 años le propusieron adoptarlo dijo que sí. “Era la primera vez que yo me sentía amado, querido, y me sentía en familia”.
 
Heridas ocultas que vive ocultándolas

 Pero las heridas de su infancia eran el monstruo oculto que cada cierto reaparecía. Gregory entonces explotaba… Le costaba aceptar las reglas familiares, reglas de cualquier tipo de hecho. Incluso rehuía las expresiones de afecto como un abrazo de sus nuevos padres...

Temía, sin saberlo, abrir su corazón, mostrar su historia… “porque pensaba que lo que yo llevaba dentro no era bonito”. Y acabó convencido de que había algo malo en él y debía disimularlo, levantar fachadas, mentir. Desde los 16 años las conductas evasivas se tornaron un hábito. “Todo lo que yo pensaba que era malo de mí lo tapaba con la mentira. Yo después he sido un tóxico dependiente. He sido cocainómano durante mucho tiempo. Pero yo pienso que mi mayor droga ha sido la mentira. Tapar todo lo que era, tapar todo lo que yo vivía, todo lo que sentía, intentar no escuchar la voz de la conciencia...”
 
La mentira
 
 Comenzó a llevar una doble vida. En casa, con la familia que le actuaba como se esperaba que él fuera. Pero fuera de casa era distinto. “Con dieciséis años empecé a tomar drogas, marihuana, los porros… Yo pienso que lo malo fue que a mí me gustaba, sobre todo el cómo me sentía frente a los otros (estando drogado). Pasaba a transgredir más. Primero pastillas, luego cocaína, crack, heroína... tantas cosas que he tomado...”
 
Estaba encadenado a esta doble vida y se había convencido de que lo podía “controlar”. “Yo incluso iba a Misa, si se tenía que rezar, yo rezaba”...Pero cuando sus padres descubrieron que faltaba dinero y los engaños de Gregory, lo confrontaron... “Tomaron una buena decisión. Me dijeron: «Bueno, si quieres hacer tu vida, vete de casa». Yo con mi orgullo, con mi prepotencia, me fui. Y lo primero que sufrí fue la calle. Tuve que vivir cuatro meses en la calle. Trabajando. Lo que cobraba me lo gastaba todo: en mi fiesta, en mis drogas, en estas cosas. Y ahí, empecé a encontrar la soledad, ya la gente no me miraba igual, no. Y si yo salía, me tenía que drogar, porque si no me drogaba no era un día tranquilo”.
 
Perdiendo el control
 
Continuó pasando límites y haciendo del consumo de drogas un asunto casi cotidiano… “Yo pensaba que lo tenía todo controlado y que no era como los yonquis o como el que está en la calle, que tiene que pincharse, que está pasando el mono… Pero ya consumía ocho gramos de cocaína al día. Tenía que robar, tenía que traficar, tenía que hacer de todo… Y lo que más me impresionó un día,  es que yo ya no quería salir… Yo me iba a mi apartamento, tenía mis cosas y ya estaba. Y eso era mi madre, eso era mi comida, eso era mi dios… Todo eso, la cocaína era todo eso”.
 
A los 21 años, Gregory empezó a entender que en realidad no controlaba nada. Y se asustó… “Sólo me importaba llegar a casa y tener mi cocaína y ya está. Me empezó a dar miedo porque no me importaban las chicas, no me importaba el sexo, dejó de importarme todo... Yo me iba a la cama, y cuando me apoyaba decía: ¡qué mierda de vida tengo! Me levantaba y me iba al sofá, y ahí me drogaba más para evitar las voces”.
 
Clamando a Dios
 
A los 22 años, estaba desesperado. Debía tres meses de alquiler, se había roto una rodilla, vivía esclavo de las drogas, estaba al fondo del abismo… y entonces, dice, pensó en el suicidio. Pero en una reacción instantánea oró… “Mira Dios, si estás ahí, dame una respuesta clara, porque ya no puedo más”, clamó. Luego telefoneó a su madre adoptiva y ella le dijo:

 - Ven a casa y vamos a hablar...

 Gregory acudió, les habló de dinero... “No he pagado, estoy así, estoy mal, con esto de la crisis no me pagan…” Pero su madre tenía una propuesta muy concreta.

 - Puedes volver a casa si quieres. Te propongo una cosa: ingresar en la Comunidad del Cenáculo. Pero a lo mejor no es para ti, porque es para drogadictos –dijo ella, sin saber de la adicción de Gregory.
 - No, eso no es para mí -dijo Gregory.
 
 Pero volvió con su familia y en esos días conoció al padre Kevin Deakin, de los Siervos del Hogar de la Madre. Kevin Deakin también había vivido la adicción a las drogas y en la Comunidad del Cenáculo, con oración, comunidad y trabajo, se había desintoxicado.

“Me explicó su vida, que había estado también en las tinieblas, en la droga y cómo todo cambió.  Empezó a explicarme cómo se sentía, cómo encontró al Señor. Yo no había escuchado a nadie que sintiera lo mismo que yo. Y me sentí muy, muy igual”.
 
Aunque sentía pánico de admitir ante su familia que era drogadicto, Gregory finalmente se apuntó a “hacer una experiencia” en el Cenáculo.
 
Cristo sana
 
En el Cenáculo, durante dos años, Gregory perseveró sin drogarse y descubrió la amistad verdadera. También descubrió que podía amarse a sí mismo. “Abrazar mis pobrezas y darme cuenta de que es normal ser débil y que es más bonito ser como soy. Me he dado cuenta que esa ha sido mi mayor droga, que siempre he querido tapar eso”.

Tuvo algunas recaídas, pero volvió a levantarse hasta comprender la raíz de su dolor y auto-aniquilación… “Quien esté en tristeza que se pregunte por qué y si realmente le gusta. A mí no me gustaba estar triste. Yo pienso que en Jesús está todo…, Jesús es alguien que cura, que si tú le hablas te responde. Y yo, cuando estaba tan desesperado que me quería quitar la vida, me respondió. Cuando estaba en lo más profundo de mi pecado, en la escoria misma, Cristo me escuchó, Jesús me escuchó y me dio una respuesta clara. A lo mejor yo no la veía, pero me dio una respuesta clara".

 

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