Ser pro-vida es mucho más que oponerse al aborto

16 de septiembre de 2016

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En Chile, por estos días, se está discutiendo una Ley que elimina la responsabilidad penal del Aborto. La discusión ha sido intensa. Los partidarios del aborto han esgrimido argumentos poco contundentes, desde  el punto de vista científico y filosófico. Aun así, el Proyecto de Ley fue aprobado en una primera instancia, y ésta semana ya se aprobó en otra. Quedan aún algunas instancias más. La lucha no ha sido fácil. Es muy grande, en todo el mundo, la campaña de “concientización” –más que argumentos propiamente tal- que han hecho los pro-aborto en las personas.

La batalla aún no se define. Y en este contexto, debemos acudir a las causas más profundas que hacen que una persona pueda querer abortar o estar a favor de que otro aborte. Más allá de las razones psicológicas, existen razones teológicas, como son, por ejemplo, la asistencia del Demonio en todo este asunto. Muchos cristianos no saben, o prefieren no saber que esto es así.

Existen también causas filosóficas, o si se prefiere, antropológicas y éticas. Y es necesario abordarlo también desde la filosofía, y analizar, qué elementos provocan que una persona quiera abortar o esté de acuerdo con que otras personas aborten. Y no es necesario tener conocimientos especiales en filosofía para entenderlas. Basta mirar el mundo actual.

El aborto, como muchos otros males humanos, tiene mucho que ver con el individualismo. El individualismo, es ese mal humano, silencioso, que se va gestando en el Hombre cuando éste no tiene una vida volcada hacia los demás. Lo contrario al individualismo es la generosidad. La vida cristiana, coherente e integralmente vivida.

La vida familiar, la vida social, la vida comunitaria, los ejemplos de generosidad de los santos, las enseñanzas morales de la Iglesia, todo eso colabora en nuestra formación humana y evita en nosotros el individualismo. Sin embargo, cada día el Enemigo de Dios nos tienta con más fuerza para que nos introduzcamos en un estilo de vida cada vez más individualista, pero lo hace de modo inteligente, sin que advirtamos sus movimientos.

Sería fácil decir que la tecnología nos hace individualistas, culparla de que pasemos horas encerrados frente a la pantalla de la computadora o frente al teléfono móvil. Pero la culpa no la tiene el aparato mismo, sino aquél que le da su uso.

El individualismo del que estamos hablando es mucho más profundo. Nos hace mirarnos a nosotros mismos. Nos hace envidiar al otro. Pone el acento en el “yo” y mis problemas y preocupaciones. Nos hace poner en el centro mi propio bienestar, incluso por encima del de los demás, si fuera necesario. Nos fuerza a huir de todo sufrimiento, porque nos hace culpar siempre a otro de nuestros sufrimientos, físicos y espirituales, y nos presenta falsos ideales de felicidad: alejarnos del dolor y del sufrimiento, siendo que muchas veces, ellos, le otorgan sentido a muchas cosas.

A partir de esto surge el argumento abortista en torno a eliminar una vida humana porque me hace sufrir. Claro que es posible que una madre quiera eliminar a su propio hijo, siempre y cuando esa persona esté ya convencida –no por argumentos, sino por un estilo de vida- que su propio bienestar es lo fundamental, sin importar si en ello, muere una persona, incluso su propio hijo.

El individualismo es un mal tremendo para el cristiano. Nuestra naturaleza humana es social: somos sociales por naturaleza. La filosofía enseña que el Hombre es un ser social por naturaleza. Tenemos un Dios que es Uno y Trino, que tiene una vida comunitaria, compartida, no un Dios solitario. El cristianismo se expresa, manifiesta y crece en comunidad. En los bautismos, en el Credo, decimos: “nosotros”, “creemos”, etc., porque la fe se recibe en comunidad, nunca de manera individual. Nuestra felicidad se encuentra en una plenitud con otros, no individualmente. Mi trabajo me realiza en cuanto realiza a otros. La familia es comunidad porque es imagen de Dios Trino. Constituimos una comunidad con los santos. La Iglesia es una comunidad, fundada en los Apóstoles que construyeron comunidad. El principio de la plenitud humana está en “el otro”, primero en Dios –que es otro- y por medio de él en los demás. El mandamiento más importante implica a Dios, a otros, al prójimo.

Como se puede ver, toda nuestra fe, nuestra vida, nuestra cultura cristiana implica volcarnos hacia fuera de nosotros mismos. El amor, centro de nuestra fe, es precisamente volverse hacia el otro.

Esta cultura de la muerte, que asecha de diferentes maneras, ataca lo esencial de nuestra fe, a toda nuestra fe. Por eso que es crucial, más que nunca antes, como decía San Ignacio, “hacer la contra” al mal. Esto significa ser más generosos que nunca. Es lo que ha estado en el eje central del pontificado del Papa Francisco. Huir de la cultura del “descarte”, y entrar en la cultura de la inclusión, lo mismo decía Juan Pablo II cuando hablaba de la cultura de la vida.

Los cristianos estamos por la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Esto incluye, oponerse a toda forma de aborto, a toda forma de eliminación y segregación de los ancianos y de los enfermos, a favor de la calidad y dignidad de vida de los pobres y de los ricos, estamos a favor de la vida, porque es un regalo de Dios que debemos cuidar.

Por eso estar en contra del aborto es una arista de la defensa de la vida. Una batalla que debemos dar con fuerza, como se ha dado acá en Chile. Pero también tenemos que ir a combatir su causa, que es ese individualismo que también mata. Podríamos decir entonces, que para frenar el aborto, y tantos otros males, todos sucedáneos del individualismo, debemos convertirnos en cristianos pro-vida de manera integral, esto significa, defender la vida mucho más allá que el mismo aborto, acudir a aplacar la fuente de ese mal, que está, en gran medida en el individualismo, ese individualismo que se convierte en una verdadera forma de vida.



 

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