Fe, perdón y sanación

Tras años de excesos termina en silla de ruedas, pero vive para afirmar: "Dios puso a caminar mi alma"

02 de marzo de 2015

Para Mariana, vivir la vida era sinónimo de alcohol, sexo sólo por placer, drogas y otras cuestiones que ofreciera la ruta de la bohemia azteca. Un disparo lo cambió todo.

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Apenas tenía un año de edad cuando la tutela de Mariana Barragán y su hermana quedaban en manos de su madre. Mientras que su hermano se marchaba con el padre. Creció sin lujos en un hogar donde tuvo cariño y buenos cuidados. No obstante, en la juventud y sin esperárselo siquiera, se enfrentó al primer golpe fuerte, aquel que la dejaría marcada para siempre. “Cambia mi vida cuando mi mamá nos dice que tiene cáncer, y que en verdad habían pocas probabilidades de sanar. Entonces en ese momento sentí un dolor muy grande, en que no podía pensar… Era una persona que siempre trabajó por nosotros y luchó para que fuéramos felices. Nos dio todo lo que para ella era importante… educación, cariño, amor”.
 
Admiró la entereza y la fe que tuvo su madre. Pero cuando ella murió, Mariana comenzó a evadir su dolor encubriéndolo con rebeldía. Así lo confidencia al periódico católico El Observador, que para no pensar se refugió en los excesos. Sin mucha conciencia se sumergió en la noche de Ciudad de México. “Quería que alguien me acompañara y tenía muchos novios, andaba con uno y con otro, pero realmente no me llenaba. Sufría mucho en silencio. En ocasiones salía temprano y llegaba tarde, me ponía a llorar, porque realmente no estaba encontrando paz. Darme cuenta que mi madre no estaba allí, que ya no había nadie… sufría muchísimo y así pasó mucho tiempo, alrededor de unos tres años”.
 
Decisión extrema, por la muerte
 
En esta etapa conoció a un muchacho con quien inició una relación, sin imaginar siquiera lo que estaba por venir. “Quedé embarazada… fue muy difícil, porque no estaba en mis planes y la relación con mi pareja no iba nada bien”. En ese entonces, la mujer que entraba a los veintitantos, confiesa que hubo muchos factores que le atemorizaron. “Se me cayó el mundo -asegura- y llegaron mis dudas sobre cómo iba a mantenerlo, si no trabajaba. Empecé a tener muchas preguntas, lo que iba a decir mi papá o mis tías. Una cantidad de cosas, que iban a cambiar totalmente mi futuro. Entonces, fueron momentos muy difíciles… lo hablé con la persona que andaba (tenía poco tiempo de embarazo) y me dijo que podía tenerlo y casarnos, o abortarlo”.

Mariana finalmente optó por asesinar a su bebé. Reconoce que bloqueó toda duda pensando que si lo hacía más rápido, iba a ser “mucho mejor”.
 
La evidente esclavitud
 
Pasaron alrededor de seis meses y Mariana, con 24 años, retomó el mismo tren de vida, pero esta vez con mayor intensidad. “Estuve en la droga, probé el éxtasis (que era muy famoso entre los jóvenes), por querer experimentar. A la vez me daba mucho miedo y entonces iba al esoterismo, leyendo esas cartas”.
 
Un disparo no puso el punto final
 
Este vaivén de experiencias adquiere su clímax el 25 de octubre de 1993. Estaba trabajando en una tienda de decoración y se preparaba para salir. “Eran las siete de la noche e iba a ir con unos amigos al cine. Me subí al auto y vimos a una persona de pie,  afuera del auto. Tenía algo bajo su abrigo, era una pistola y una escopeta… Mi amigo gritó: «¡Agáchense!». Y luego se escuchó el detonar de un disparo; perdí el equilibrio al instante, me fui de lado. Nos encaminamos al hospital, yo no sentía piernas ni brazos; nunca perdí el conocimiento, iba muy tranquila”.
 
Luego de estabilizarla vendría la terapia intensiva donde le darían una amarga noticia. “Realmente no quería saber qué estaba pasando. Sabía que no podía moverme, pero no quería preguntar. Acostumbrada a evadir la realidad en todo, no quería enfrentarme a las cosas que me estaban pasando y por eso no quería recibir visitas. Llegó un momento en que estaba en el cuarto con mi familia y el doctor nos dice que tengo una lesión medular, que desde mis extremidades hacia abajo no podía sentir nada. Quedaría en silla de ruedas y no podría caminar de nuevo”.
 
Era el derrumbe tras un itinerario extremo, de años, y a medida que pasaron los días supo que quien perpetró el disparo era un hombre que estaba completamente drogado… “No fue porque quisiera asaltarnos, sino simplemente no estaba bien”, recuerda.  Pero tal como era su carácter y aún angustiada por su situación sólo sentía “odio”, dice, hacia quien le había disparado… “estaba muy deprimida”, reconoce.
 
Un tenso cara a cara… luego la paz
 
Al mes, la justicia determinó un careo con la persona que le había disparado, no era algo simple de enfrentar para Mariana. Publicaban en televisión su caso y ver el rostro de esta persona le provocó miedo, “realmente no quería ni verlo… recuerdo que pasé un fin de semana horrible ya que me iba a enfrentar a la persona que me había hecho tanto daño; era volver a recordar. Pero al momento de verlo, lo único que sentí fue paz: ya no había odio. Él no podía sostener mi mirada, sólo agachaba su cabeza. Fue entonces cuando me enteré de que disparó bajo los efectos de la droga; su intención nunca fue asaltarnos y estaba arrepentido”.
 
Algo estaba cambiando en el espíritu de la joven Mariana, lo sentía, pero aún no definía qué era. Al regresar a su casa comenzó a revisar los recuerdos dejados por su madre y sus ojos se quedaron fijos en una carta a la que antes no le había dado importancia. Pero en ese momento aquella frase que en ella leyó fue un flash de luz que la traspasó… “Mi madre decía que si hubiera estado cerca de Dios, sus sufrimientos habrían sido menos pesados y nos pedía que por favor nos acercáramos a Él, porque Él nos daría esa alegría”.
 
Cuando unos días después unos amigos la invitaron a un retiro de una comunidad católica llamada Vida Nueva, sabía que estaba en sintonía con la carta, con su madre, con Diosl. “Tuve un encuentro personal con Dios y tomé conciencia de las veces que había herido a Jesús; de cómo yo misma me había dañado; comprendí la magnitud del aborto, había asesinado a mi bebé; y lloré mucho tiempo”.

Este trayecto se mezcló con oración y un largo proceso para aprender a perdonar y ser perdonada por Dios. “El aborto fue uno de los episodios más dolorosos de mi vida, fueron muchos años de sufrimiento, fue un crimen silencioso; lloraba a solas, ya que a nadie le podía contar lo que había hecho; sentía una tristeza profunda. ¡Catorce años para que pudiera hablar del aborto! Un sacerdote me ayudó a sanar mediante una oración para personas que han abortado”.
 
“Perdonar a los que nos hacen daño”
 
Sin embargo, sentía que faltaba algo más. Su alma sanada quería desbordar de amor a otras personas y durante el rezo del Santo Rosario, empezó a sentir “que el Espíritu me decía le escribiera una carta a la persona que me disparó, pero que le escribiera mi pecado, que le dijera todo lo que había hecho. Se la hice llegar a través de una persona cercana a él que conocí casualmente. Supe entonces que cuando la leyó lloró y se puso el Rosario que le envié. Ahora puedo decir, palabra por palabra, esa frase que todos repetimos tantas veces sin conciencia: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si Dios nos perdona todos los días, ¿por qué nosotros no podemos perdonar a los que nos hacen daño? Gracias a Dios ahora sé que vinimos a esta vida a servir. Dios detuvo mis piernas pero puso a caminar mi alma y realmente tengo una vida con sentido”.


 

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