El triunfo de la resurrección

Tres católicos enfrentando la muerte, experimentaron la caricia paternal de Dios

31 de octubre de 2014

Massimiliano, José Antonio y Marien hablan del sentido de eternidad que hermana a toda la humanidad… los físicamente vivos y los físicamente muertos. Tres testigos afirmando que la vida inició cuando miraron a la muerte desde el triunfo de la resurrección de Cristo.

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Diez años en coma

Massimiliano Tresoldi con 21 años sufrió un grave accidente en un vehículo. Con insalvables lesiones cerebrales, el diagnóstico fue coma irreversible. Así pasaron casi diez años, hasta que la noche del 28 de diciembre de 2000, Lucrezia, su madre, le dijo que estaba muy cansada y que rezara “él solo”... Fue entonces cuando Max movió el brazo, se hizo el signo de la cruz y la abrazó: había despertado del coma.

Han pasado catorce años desde aquel día de los Santos Inocentes en que Max volvió a estar con los suyos. Ni Lucrezia -mamma Ezia, como la conocen todos en Carugate, un pueblo a 20 km de Milán–, ni su marido Ernesto, ni sus demás hijos, habían perdido la esperanza. A pesar de los diagnósticos más desoladores -“no colabora”, decía siempre el expediente clínico–, mamma Ezia veía aspectos positivos. “Aunque sus condiciones fueran realmente críticas, después de diez días mi hijo respiraba con autonomía, sin estar conectado a una máquina”, relata. Después, fue un ligero movimiento de un meñique y luego una sonrisa... pero los médicos decían que eran ilusiones de Ezia. Tras ocho meses de hospital, Lucrezia y Ernesto decidieron llevarlo a su casa. Todos les aconsejaban lo contrario: se atarían para siempre a los mil y un cuidados que Max necesitaba. Hoy Ezia afirma que “aunque Max estaba en un estado vegetativo, él percibía sensaciones (los ruidos, los olores de la familia...). Quizá por esto logró realizar todos los pequeños progresos que con el tiempo consiguió”.

Todos los días, y como si su hijo la escuchase, mamma Ezia rezaba “con él” antes de dormir. Pero la noche del 28 de diciembre de 2000 Ezia estaba muy cansada. “Acosté en su cama a Massimiliano, pero le dije que si quería rezar tendría que hacerlo solo. En ese momento Max levantó el brazo y se hizo el signo de la cruz; después, me abrazó tan fuerte que casi me corta la respiración. El signo de la cruz fue su primer gesto voluntario después de diez años en coma”.

A partir de ese día, la vida de Max, de Lucrezia, de todos, dio un giro de 180 grados. Ahora, el fisioterapeuta y el logopeda son visitas habituales en casa. Nadie se explica cómo es posible que Max siga teniendo las mismas lesiones cerebrales que cuando estaba en coma.

“Esto explica lo poco que se sabe del cerebro humano”, señaló Lucrezia al diario italiano Avvenire. Se sabe tan poco, que fue asombroso escuchar a Max decir que “siempre estuvo consciente” y “recordaba a todos los que habían ido a visitarlo”.

Ezia se acuerda de quienes tienen un familiar en coma y les asegura que “la fe, la esperanza, la fuerza de voluntad y el amor son la única ‘medicina’ en estos casos”.

Esa oración me salvó

Cuando perdemos a alguien a quien amamos parece imposible que podamos volver a recuperar cierto grado de normalidad. Pero aunque la vida nunca será la misma sin esa persona, con Dios sí podemos dar un sentido a la pérdida, integrar el dolor y volver a vibrar la esperanza por la vida.

Fue un accidente de tráfico lo que acabó con la vida de M.ª del Mar, la esposa de José Antonio Revuelta. Ella se marchó en coche con sus cuatro hijos (el más pequeño de apenas tres meses) y al rato llamó la Guardia Civil para informar a su marido de que, aunque los niños estaban bien, M.ª del Mar se encontraba muy grave. Finalmente, falleció. “Sentí un mazazo –explica José Antonio–, me había despedido de ella esa misma mañana y en diez segundos te das cuenta de que ya no la tienes. Me sentía como si me hubieran cortado por la mitad y una mitad la hubiera perdido”.

Ya han pasado nueve años desde que José Antonio perdió a su mujer y reconoce que aún hoy “lo más duro es la soledad”. “Aunque estés rodeado de familiares y amigos, no puedes compartir tu intimidad con nadie, no hay nadie que pueda sustituir a M.ª del Mar”, confiesa. Por ello reconoce que la fe ha sido clave en su proceso de duelo.

El día del accidente, mientras viajaba en coche hacia el hospital donde estaba su familia, mantuvo un importante diálogo con Dios: “Esa oración me salvó. De ella salí con el convencimiento de que lo que había ocurrido no era meramente un accidente fortuito, sino que Dios había llamado a M.ª del Mar a su presencia, al cielo. Y en esas horas recibí, aún en medio de muchísimo dolor, la gracia de aceptar la voluntad de Dios. Su gracia no me quitaba el dolor, pero sentía la presencia de Dios a mi lado y su fuerza me sostenía”. De hecho, José Antonio explica que “el vacío que suponía esta soledad emocional se ha ido llenando con un diálogo más íntimo con Jesús y la Virgen. Me imagino que es fruto de la vida sacramental y de la oración”.

Confíen en Dios

A Marien Simón Benito le detectaron un cáncer de mama y luego dio su batalla final luchando contra otro en el páncreas. Sólo en Dios estaba la paz.
 
Marien cuenta que padeció una gran depresión hasta el momento en que para aceptar la enfermedad se abandonó confiada a la voluntad de Dios. El camino que transitó no fue fácil, pero orando descubrió y aprendió que con Jesús la vida cobra su verdad de eternidad...

“El cáncer me ha ayudado a valorar realmente la vida. A partir de ahí todo empezó a tomar sentido… la enfermedad es una caricia de Dios; gracias a ella tengo un mayor contacto con Él, y en Él encuentro serenidad y tranquilidad. Hoy en día estoy en sus manos, y le tengo que dar gracias por todo lo que me ha dado”.

A causa de su enfermedad, Marien fue intervenida del páncreas y antes de la operación recibió el sacramento de la unción de los enfermos, siendo consciente en todo momento de la gracia que ello suponía. “Recibí la unción sin miedo. Cuando tienes confianza en Dios, te abandonas a su voluntad y recibes de Él la fuerza necesaria para enfrentarte a todo”.

Marien falleció el día 28 de abril de 2012 y sus palabras finales son la certeza de su paz y la de todos quienes desde la fe aman la vida:

“Confíen en Dios. Él te da la fuerza necesaria”.


 Fuente: Misión

 

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