Una joven polaca afirma que Satanás tiene solo el poder que Dios le permite

10 de marzo de 2017

"La prueba de las pruebas, es (sentir) el rechazo total por parte de Dios…", escribió en su diario.

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Nació el año 1905 en Glogowiec, una aldea de Polonia. Fue la tercera hija entre diez hermanos de la familia Kowalska y recibió por nombre Helena Faustyna. Con apenas siete años comenzó a decir en casa que deseaba ingresar a la vida religiosa, pero nadie prestó atención a sus dichos. Tras cumplir la mayoría de edad, por indicación de Jesucristo en una visión particular, Faustyna ingresó a la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Varsovia, el 1° de agosto de 1925.
 
De las muchas gracias que Dios le regaló, una de ellas fue que podía acceder a la realidad espiritual, tal cual como si se estuviera relacionando con su entorno físico a través de los sentidos.
 
Conocer, contemplar y entregarse al Amor Misericordioso de Dios es el núcleo de su unión mística con Jesucristo y de la misión que él le encomendó. Así, el legado de Santa Faustyna Kowaslka proclama que toda mujer y todo hombre es llamado y puede decidir libremente entregarse o no a la Divina Voluntad para ser habitado por el Amor Misericordioso de Dios.
 
Ese mismo Amor movilizó a Jesús para retirarse cuarenta días en el desierto, previo a iniciar la proclamación del Reino de Dios llamando a la conversión. Era el tiempo de la preparación. Para ello, la misericordia de Dios Padre consideró permitir al demonio tentar a Jesús.  Sin prueba no hay triunfo… 
 
También Faustyna conoció la prueba, los ataques del demonio, porque así Dios lo permitió. En su diario de vida (“La Divina Misericordia en mi alma”) registró el camino recorrido para que su alma pudiera ser grata a Dios. Esta particular batalla con el demonio -que agradece a Dios-, ilumina el combate espiritual de las almas predilectas de la Divina Misericordia… A continuación, puedes leer parte de ese relato:
 
 “Satanás comienza su obra”.
 
El amor del alma no es todavía como Dios lo desea. De repente el alma pierde la presencia de Dios. Se manifiestan en ella distintas faltas y errores con los cuales tiene que llevar a cabo una lucha encarnizada. Todos los errores levantan la cabeza, pero su vigilancia es grande. En el lugar de la anterior presencia de Dios ha entrado la aspereza y la sequía espiritual, no encuentra satisfacción en los ejercicios espirituales, no puede rezar, ni como antes, ni como ahora... Dios se la ha escondido
 
La fe queda expuesta al fuego, la lucha es dura, el alma hace esfuerzos, persevera junto a Dios con un acto de voluntad. Con el permiso de Dios, Satanás sigue más adelante, la esperanza y el amor están puestos a prueba. Estas tentaciones son terribles, Dios sostiene al alma ocultamente. Ella no lo sabe, ya que de otra forma no podría resistir.

Y Dios sabe lo que puede mandar al alma. El alma [es] tentada de incredulidad respecto a las verdades reveladas, a la falta de sinceridad frente al confesor. Satanás le dice: «Mira, nadie te comprenderá ¿para qué hablar de todo esto?» En sus oídos suenan las palabras de las cuales ella queda aterrorizada y le parece que las pronuncia contra Dios. Ve lo que no le gustaría ver. Oye lo que no quiere oír, y es terrible no tener en tales momentos al confesor experto. Ella soporta sola todo el peso; pero dentro de lo que está en su poder, debe buscar a un confesor bien informado, porque puede quebrarse bajo este peso, y ocurre con frecuencia que está al borde del abismo.

Todas estas pruebas son duras y difíciles. Dios no las da a un alma que anteriormente no haya sido admitida a una comunión más profunda con Él, y no haya disfrutado de las dulzuras del Señor, y también Dios tiene en eso sus fines insondables para nosotros.

Muchas veces Dios prepara de modo semejante al alma a los designios futuros y a grandes obras. Y quiere probarla como oro puro, pero éste no es todavía el fin de la prueba. Existe todavía la prueba de las pruebas, esto es [sentir] el rechazo total por parte de Dios.
 
(…) El demonio intentará engañarte

En esto el alma padece todavía sufrimientos por parte del espíritu maligno. Satanás se burla de ella: «Ves, ¿seguirás siendo fiel? He aquí la recompensa, estás en nuestro poder». Pero Satanás tiene tanto poder sobre aquella alma cuanto Dios permite: Dios sabe cuánto podemos resistir. «¿Y qué has ganado por haberte mortificado? ¿Y qué has conseguido siendo fiel a la regla? ¿A qué todos estos esfuerzos? Estás rechazada por Dios».

La palabra “rechazada” se convierte en fuego que penetra cada nervio hasta la médula de los huesos. Traspasa todo su ser por completo. Viene el momento supremo de la prueba. El alma ya no busca ayuda en ninguna parte, se encierra en sí misma y pierde de vista todo y es como si aceptara este tormento de rechazo. Es un momento que no sé definir. Es la agonía del alma.

 
(…) La clave para vencer

 

 
Durante una adoración Jesús me prometió:

«Con las almas que recurran a mi misericordia y con las almas que glorifiquen y proclamen mi gran misericordia a los demás, en la hora de la muerte me comportaré según mi infinita misericordia».
 
«Mi Corazón sufre», continuaba Jesús, «a causa de que ni las almas elegidas entienden lo grande que es mi misericordia; en su relación [conmigo] en cierto modo hay desconfianza. Oh, cuánto esto hiere mi Corazón. Recuerden mi Pasión, y si no creéis en mis palabras, creed al menos en mis llagas»…
 
«A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi desamparo en el momento de la agonía. Esta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de Mi tristeza mortal. En esta hora, no le rehusare nada al alma que me lo pida por los méritos de Mi Pasión.»

 

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