Diálogo y terrorismo

30 de enero de 2015

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El compromiso que las religiones pueden ofrecer en favor de la paz y contra el terrorismo consiste precisamente en la pedagogía del perdón, porque el hombre que perdona o pide perdón comprende que hay una Verdad más grande que él.
 
Desde la fe cristiana, como también desde toda confesión de fe que afirme a Dios, como origen, meta y sentido de todo lo creado y que actúa en la historia no debería caber la intransigencia ni la autosuficiencia, ni la prepotencia que conduce a la exclusión y al desprecio de los demás, sino únicamente el inclinarse ante todo hombre y elevarlo a su dignidad más alta, encontrarse con todos desde el amor fraterno y amigo. Esta es la gozosa esperanza de la Iglesia, sin duda, con la que mira el destino de la Humanidad. Nada hay genuinamente humano que no le afecte. La fe en Cristo rechaza la intolerancia y obliga a un diálogo respetuoso, a no excluir a nadie, a ser universalistas, a trabajar por la paz, basada en la justicia, en el real reconocimiento de la dignidad inviolable de todo ser humano y en el respeto a todos sus derechos fundamentales e inalienables y la promoción de todas las libertades, incluida la libertad religiosa que se derivan de la dignidad de todo hombre, criatura de Dios Creador, querida por sí misma, y redimida.

Añado, además, que para el cristiano~ no hay justicia sin perdón, que una verdadera paz sólo es posible por el perdón, y que tiene la obligación de excluir la venganza y estar dispuesto al perdón y al amor a los enemigos. Las tradiciones religiosas, por lo demás, tienen recursos necesarios para superar rupturas y favorecer la amistad recíproca y el respeto entre los pueblos. Es preciso y urgente alentar, promover y llevar a cabo el diálogo y la colaboración entre las religiones, siempre con la mirada de sumo respeto entre sí, con fidelidad a la verdad y excluyendo la mentalidad indiferente marcada por un relativismo religioso y moral; y siempre al servicio de la paz, la convivencia, y la cohesión social entre los pueblos. Es necesario promover encuentros para reflexionar atentamente sobre las discordias y las guerras que laceran el mundo, con el fi n de encontrar los caminos posibles para un compromiso común de justicia, concordia y paz.

Conviene recordar lo que dijo el Papa San Juan Pablo 11 en el encuentro con los líderes de diversas religiones en la plaza de San Pedro: (Los líderes religiosos) «como hombres de fe, tenemos el deber de demostrar que... cualquier  uso de la religión para apoyar la violencia es un abuso de ella. La religión no es, y no debe llegar a ser, un pretexto para los conflictos, sobre todo cuando coinciden la identidad religiosa, “cultural y étnica”. La religión y la paz van juntas... Los líderes religiosos deben mostrar claramente que están comprometidos en promover la paz, precisamente a causa de su creencia religiosa. Por tanto, la tarea que debemos cumplir consiste en promover una cultura del diálogo.

Individualmente y todos Juntos debemos demostrar que la creencia religiosa se inspira en la paz, fomenta la solidaridad, impulsa la justicia y sostiene la libertad. Sin embargo, la enseñanza sola, por muy indispensable que sea, nunca basta. Debe traducirse en acción... Estoy convencido de que el creciente interés por el diálogo entre las religiones es uno de los signos de esperanza presentes... Pero es necesario’ ir más lejos aún. Una mayor estima recíproca y una creciente confianza deben llevar a una acción común más eficaz y coordinada en beneficio de la familia humana. Nuestra esperanza no se funda sólo en las capacidades del corazón y de la mente humana; tiene también una dimensión divina, que es preciso reconocer. Los cristianos creemos que esta esperanza es un don del Espíritu Santo que nos llama a ensanchar nuestros horizontes, a buscar, por encima de nuestras necesidades personales y de las de nuestras comunidades particulares, la unidad de toda la familia humana. La enseñanza y el ejemplo de Jesucristo han dado a los cristianos un claro sentido de la fraternidad universal de todos los pueblos. La convicción de que el Espíritu de Dios actúa donde quiere (Cf Jn 3,8) nos impide hacer juicios apresurados y peligrosos, porque suscita aprecio de lo que está escondido en el corazón de los demás. Esto lleva a la reconciliación, la armonía y la paz. De esta convicción espiritual brotan la compasión y la generosidad, la humildad y la modestia, la valentía y la perseverancia. La humanidad necesita hoy más que nunca estas cualidades».

Ante la terrible lacra de la violencia y del terrorismo que azota de manera tan cruel nuestro mundo los líderes religiosos tenemos una responsabilidad específica. En palabras del mismo Papa: «Las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano. Se trata de un campo concreto del diálogo y de la colaboración ecuménica e interreligiosa, para prestar un servicio urgente de las religiones a la paz entre los pueblos. En particular, estoy convencido de que los líderes religiosos, judíos, cristianos y musulmanes, deben tomar la iniciativa, mediante condenas públicas del terrorismo, negando a cuantos participan en él cualquier forma de legitimación religiosa o moral. Al dar testimonio común de la verdad moral, según la cual el asesinato deliberado del inocente es siempre un pecado grave, en cualquier sitio y sin excepciones, los líderes religiosos del mundo favorecerán la formación de una opinión pública moralmente correcta. Ésta es la condición necesaria para la edificación de una sociedad internacional capaz de alcanzar la tranquilidad del orden en la justicia y en la libertad. Un compromiso de este tipo por parte de las religiones no puede dejar de adentrarse en la vía del perdón, que lleva a la comprensión recíproca, al respeto y a la confianza. El compromiso que las religiones pueden ofrecer en favor de la paz y contra el terrorismo consiste precisamente en la pedagogía del perdón, porque el hombre que perdona o pide perdón comprende que hay una Verdad más grande que él y que, acogiéndola, puede trascenderse a sí misma».

Fuente: La Razón

 

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