Crónicas de un obsoleto 9. El sacerdote descubre el gozo de "Liberar"

13 de marzo de 2015

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Recordados lectores: De vuelta de varios de los encantadores rincones de Chile, que en la mayoría de las veces carecen de Internet, intento ahora  contarles  de otros rincones de nuestro país, menos encantadores, el de los drogadictos y sus madres.

Primer rincón: En los años en que el obsoleto colaboraba con el excelente colegio San Lorenzo en el barrio de Recoleta, en que los oblatos benedictinos con los profesores y profesoras no sólo enseñan a los niños, sino que también ofrecen diversos cursos útiles para las mamás y canchas de futbol y hasta un gimnasio para los papás, una madre que tenía dos hijos drogadictos, le rogó al obsoleto que fuera a bendecir su casa. Ella vivía sola con sus hijos y su vivienda estaba casi desprovista de muebles y en muy mal estado. Explicaba al obsoleto que los muchachos le habían vendido poco a poco todos sus enseres para comprar droga y que podrían hacer tranquilamente la bendición porque los dos estaban durmiendo.
 
El primer sobresalto que tuvo el obsoleto fue cuando vio en el living colgada una jaula que no albergaba ni canario, ni loro, ni ardilla, sino dos grandes ratones grises que deslizaban sus largas colas fuera de los  barrotes. A la vista de tan repelentes mascotas le contó un poco de su infortunio, de su marido infiel y alcohólico que la había abandonado, de los hijos ladrones y viciosos que la maltrataban todos los días.
 
El segundo sobresalto fue cuando la mujer lo hizo pasar al dormitorio de los muchachos. Parecía algo como Hiroshima después del lanzamiento de la bomba atómica, todo estaba roto, destruido, deshecho en torno a los dos miserables lechos en que yacían los malhechores, quebrados los vidrios de la ventana, harapientas las frazadas, agujereadas las paredes, cubiertas de graffitis, desvencijadas las dos sillas encima de las cuales habían dispersado sus pedazos de ropa, sueltas e incompletas las tablas del piso, sucio y hediondo todo el ambiente. Mudo el obsoleto retornó al living con la jaula de ratones pensando si la mujer que le había pedido la bendición había obrado por superstición o por una profunda fe.
 
En esos tiempos el obsoleto aun no había recibido los dones de conocimiento sobre el “misterio de la iniquidad” del que habla la Biblia y suponía muy lejos de sí las “profundidades de Satanás” que menciona el libro del .Apocalipsis. Se sentía asustado y dubitativo cuando comenzó a pronunciar el primer Padrenuestro del ritual, siguiendo después con los salmos y las oraciones. Después sacó de sus bolsillos el frasquito con el agua bendita y comenzó tímidamente a derramar  chorritos de agua en toda la estancia, incluida la jaula con los ratones. Ellos cambiaron rápidamente de posición en la jaula y se alborotaron. Finalmente trazó con el agua una cruz en la frente de la acongojada madre y se dispuso a volver al colegio, En secreto el obsoleto la admiraba, porque había creído que el rocío de una bendición podía derrotar al poder del pecado y del infortunio resultante de él.

            Del segundo rincón trataremos en la crónica de la próxima semana.

 

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