Crónicas de un obsoleto (10). Calaveras, vampiros y Lady Gagá

20 de marzo de 2015

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Estimados lectores: En la semana pasada les relaté la experiencia del obsoleto en el primer rincón oscuro acerca del sufrimiento de las madres con hijos drogadictos. Hoy nos vamos a un segundo rincón oscuro de una madre llamada Margarita. También ella se acercó al obsoleto por causa de su hijo Daniel. En la edad del pavo este Daniel se  había puesto difícil con su progenitora. Había entrado en un círculo “punk”,s e aficionó a la yerba y para más remate fue a frecuentar los conciertos de unos conjuntos norteamericanos de  música rock con letras satánicas. Una tarde, en que Daniel había salido con sus amigos, Margarita llevó al obsoleto al cuarto de su hijo, para echarle una bendición. Adentro se encontraron con varias calaveras y figuras de vampiros. Desde las paredes los miraban feo varios afiches de conjuntos de rock satánico y  máscaras de tipo africano. Margarita y el obsoleto rezaron juntos un Padrenuestro y un Avemaría y después echaron agua bendita. A la mañana siguiente Daniel preguntó en tono desafiante a su madre: “¿Qué hicieron en mi pieza?” Pero él no había estado allí. Margarita junto con una vecina, decidieron juntarse para rezar por su hijo extraviado. Cuanto más rezaban, peor se ponía el hijo. Llenó todo su cuerpo con repelentes tatuajes y se colocó una perla de vidrio al lado de su nariz.

            Cuento corto: después de haberse ido a vivir con el papá, que estaba separado de Margarita  y que, cansado también de su malos modos, lo había echado de su casa, Daniel decidió  tragarse una sobredosis de estupefacientes. Dejó una misiva a sus padres en la que escribió: “Me voy. La mochila se me hizo demasiado pesada” Desde el hospital avisaron a Margarita que su hijo estaba en coma. Fue con su vecina a ver al que estaba inconsciente y rezaron largo rato por él. Había leído en el evangelio que Cristo había dicho: “Esa clase de demonios no sale sino por la oración y el ayuno”. Margarita y su vecina comenzaron a ayunar. Daniel se demoró varios días para recuperar el habla. Un día dijo de repente: “Perdón, mamá”, pero siguió muy callado. Al día siguiente, la madre se inclinó sobre el oído de su hijo y le dijo: “¿Te sirve si te traigo al cura?” Daniel estaba con los ojos cerrados y después de un rato hizo un gesto como afirmativo. Margarita llamó por teléfono al obsoleto, el cual llegó un día después. Daniel, de a poco comenzó a hablar, con voz baja y con largas interrupciones: “Primero me gustó el ritmo” me comunicó trabajosamente. Había estado en uno de esos famosos “conciertos”. Los  muchachos con la famosa “Lady Gagá” habían cantado solamente, pero sin descanso “Judas, Judas”.. El ritmo calentaba todo el cuerpo. No había música, sólo ruido con ritmo. Algunos comenzaron a lanzarse desde el escenario al público, que levantaban los brazos para recibir y trasladar hacia atrás a los “volados”. “Yo también me lancé”, musitó Daniel. Íbamos avanzando, mejor dicho, retrocediendo, alejándonos del escenario, pero como emborrachados”. Después de esto el joven se quedó callado,  comenzó a respirar más fuerte, a pasarse las manos por su moño “punk”, teñido de azul. “Allá atrás nos tiraron al suelo, nos garabatearon, nos pegaron e insultaron, nos arañaron la cara, orinaron sobre nosotros, las niñas eran violadas, nos arrancaban la ropa a tirones”. “Pero por qué?” preguntó el obsoleto ingenuamente. Daniel tardaba en su confesión. Luego, mirando al vacío murmuró: “No sé, no sé”. Continuó: “Algunos vi que se les sentaban encima de sus caras y defecaban sobre ellos”. El obsoleto no podía creer esta pesadilla, era como el descenso a los infiernos.

            Daniel tornaría a la vida muy lentamente. Su madre no dejaría la oración. El joven volvió a la casa y pudo empezar a estudiar. Margarita formó un grupo de oración más numeroso, ya no para rezar por la salvación de su hijo, sino para rezar con el hijo por muchos otros jóvenes. El obsoleto ahora se siente como capellán de los que comprendieron que los caminos que Dios nos ofrece son mejores, muchos mejores, que los caminos con que nos tienta el Otro.

 

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