Crónicas de un obsoleto 13. "No olvidar a nuestros hermanos perseguidos"

10 de abril de 2015

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Estimados lectores: Esta vez nos toca hablar de los monjes antiguos, de los que comenzaron a poblar los desiertos del Imperio romano, después de que hubieron amainado las persecuciones de los cristianos.

Mientras que los religiosos de la Iglesia en general se encargaron de las diversas obras de la caridad cristiana, como son la educación de los niños, el cuidado de los enfermos, las misiones, más tarde los estudios universitarios, etc., los monjes y las monjas de clausura ordenaron sus vidas en torno al misterio de Dios, el manantial primigenio de la fe. Para ello se requería el apartamiento del mundo, la oración tanto personal como comunitaria, la permanente lectura de la Sagrada Escritura, el trabajo manual e intelectual, la hospitalidad. Estamos ampliamente informados de sus dicho y hechos por medio de las vidas de Antonio abad y  Pacomio, ambos egipcios; Isaías y Doroteo de Gaza, palestinos; Juan Clímaco del monte Sinaí; Macario, Efrén  y Crisóstomo de Siria; Basilio Magno y Gregorio de Nisa, de Asia Menor , en Occidente Martin de Tours, Juan Casiano y Benito de Nursia y muchos otros. A ellos les tocaría mantener viva la fe en la resurrección y la vida eterna, las grandes promesas de Jesús, en una cristiandad siempre inclinada a valorar solamente el corto tiempo de la vida en esta tierra. Frente a la urgencia de transformar el mundo, ellos debían vivir y enseñar la importancia de la transformación del hombre por medio de la santificación.

            En este tiempo cuando los cristianos de Oriente son atribulados y en el Irak y Siria son echados de sus hogares, asesinados, por guerreros vestidos de negro, con banderas negras y antifaces del mismo color… el obsoleto quiere hacer oír la voz de santos monjes, muy anteriores a la invasión de los musulmanes:
 
            Evagrio Póntico (+399) «Ha sido dicho: “Deja tu ofrenda delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano”, luego vendrás y orarás sin inquietud. Pues el rencor oscurece la facultad rectora del que ora y entenebrece sus oraciones. Los que acumulan penas y rencores y se imaginan que oran, son como quienes sacan agua y la vierten en un barril agujereado. Si eres paciente, orarás siempre con alegría».

            Isaías de Gaza (+491): «Cuida tu cuerpo como un templo de Dios (1 Co 6,19); cuídalo, porque deberá resucitar y rendir cuenta delante de Dios. El que cree que su cuerpo resucitará verdaderamente en el día de la resurrección tendrá cuidado de preservarlo de toda mancha, pues está escrito: “El transfigurará nuestro cuerpo de miseria para hacerlo conforme a su cuerpo de gloria, según la fuerza de su poder” (Flp 3,21)».

            Doroteo de Gaza (Siglo VI): «Suponed un círculo dibujado en la tierra, es decir, una línea trazada en redondo con un compás y un centro. Se llama precisamente centro el punto que está en medio del círculo. Imaginaos que ese círculo es el mundo. El centro representa a Dios y los rayos, las diferentes vías o maneras de vivir de los hombres. Cuando los santos desean aproximarse a Dios, marchan hacia el centro del círculo y en la medida en que avanzan hacia el interior, se aproximan los unos a los otros al mismo tiempo que a Dios. Cuanto más se acercan a Dios, más se acercan unos a otros y cuanto más se aproximan entre sí, más se aproximan a Dios».

            Juan Clímaco (+640) «Los que renunciaron al mundo por un impulso de temor son como el incienso: al principio huelen bien, pero después vienen a parar en humo: Los que lo hicieron por interés de la recompensa son como ruedas de molino, que siempre dan vueltas alrededor de sí mismos y nunca avanzan. Pero los que dejaron el mundo por amor de Dios, desde el principio prenden fuego en su interior y son como un incendio en medio de un gran bosque, dilatándose más y más».

            Efrén el Sirio (+373) «Alabad con nosotros al gran Dios, por su gran bondad. Que lo alabe el ateo, que blasfema contra él y, sin embargo, Dios lo sacia de pan. Que lo alabe el rebelde que lo ofende y, sin embargo, Dios lo alimenta. El en todo es bueno con todos y regala el amanecer al que trocó la majestad divina por los ídolos y hace llover sobre el que lo insultó. A todos los quiere ganar para que se conviertan y él pueda alegrarse  de ello. ¿Quién puede igualarse a tu bondad?».

            Seudo-Macario (Siglo V): «Así como el ojo no puede ver si no tiene luz; así como no se puede hablar si no se tiene lengua; así como no se puede oír si no se tienen oídos; así como sin pies no se puede caminar y así como sin manos no se puede trabajar, así no puedes salvarte sin Jesús».

            Isaac de Nínive (+700): «Hazme digno, Señor, de morir a todas las cosas, a fin de que por  medio de esa muerte puedas concederme sentir el misterio de la vida nueva». 

Que estos breves extractos de las obras de los monjes orientales, tan poco conocidos, nos ayuden a no olvidar a nuestros hermanos perseguidos.


 

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