Una persona homosexual, ¿Cómo debe acercarse a la confesión?

24 de abril de 2015

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Con alguna frecuencia, en nuestra relación con Dios, aparecen sentimientos de indignidad frente a él. La sensación inmediata es la de estar ante la majestad de un amor incomprensible por la grandeza y perfección que posee. Nuestra pequeñez, miseria, pero sobre todo el peso de nuestros pecados hace que agachemos la cabeza para repetir una y otra vez como el publicano que oraba en el templo: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador”.

No es de extrañar entonces que dicho sentimiento se haga más evidente y profundo en aquellos momentos en que conscientes y verdaderamente contritos nos acercamos al sacramento de la reconciliación para decirle al Padre del cielo: “Señor, pequé, ten misericordia de mí…”

¿Pero qué sucede cuando junto  a esos pecados cotidianos se suma una realidad de carácter particular y muchas veces despreciada por el común de las gentes? ¿Cómo actuar como penitentes y confesores ante quien se reconoce como homosexual y creyendo firmemente en la misericordia del Señor se le quiere recibir con todo el corazón y con toda el alma?

Ante todo, la verdad; pero no sólo la epistemológica, sino además la existencial. Decir las cosas con claridad entendiendo lo que se es sin desprecio ni auto-humillación por tal condición. Es importante reconocer que la condición de hijo de Dios no se pierde por la orientación sexual puesto que todo aquello que pasa por nuestra naturaleza humana ha sido asumido por la muerte de Jesús en la cruz.

También cuenta qué se quiere de la propia vida, cuáles son los recursos humanos que se tienen para alcanzar las metas y cómo se vislumbra el futuro. A cada cosa hay que llamarla con nombre propio sin pretender cambiarles el significado pero sobre todo sin justificarnos a nosotros mismos; esto vale para cualquier confesión. No es necesario decir: “Soy…pero es que…” Reconoce que la justificación viene de Cristo, es él quien ya lo ha hecho.

Como confesores estamos llamados a ejercer la misericordia de manera incondicional. Quien ha llegado busca una palabra de aliento, una exhortación amorosa y una acogida humana que le haga creer que el amor de Dios es tangible en la tierra cuando somos capaces de COMPRENDER;  amar es comprender sin hacer juicios sobre las personas.

De la misma manera como invitamos a cualquier heterosexual a respetar su cuerpo como templo vivo de Dios y vivir la castidad entendiendo la sexualidad como un don de Dios que no se comparte con cualquiera como si fuera un juguete de entretenimiento, así mismo invitamos a quien se acerca al sacramento para que viva castamente su vida.

Es indispensable  que el penitente entienda, lo mismo que el confesor, que hay diferencia entre la orientación sexual, la identidad sexual y el ejercicio sexual. La orientación (qué tipo de personas le atraen) y  la identidad (cómo se ve a sí mismo, si como hombre o como mujer) no son temas de confesión puesto que no hay pecado en ello. No es pecado la homosexualidad “per-sé” sino el ejercicio de la misma. Del mismo modo como cada heterosexual está llamado a la castidad, también lo está el homosexual.

Ahora bien, a cada penitente en cada confesión, cualquiera que esta sea, se le pide siempre lo mismo: que haya un deseo sincero de luchar contra todo lo que le ata; que por lo menos aquella frase que decimos en el acto de contrición: “Propongo, firmemente, no volver a pecar…” sea su frase de combate espiritual, aceptando que en su lucha no está solo sino que le acompaña la Gracia de Dios.

La castidad es un don de Dios y un esfuerzo humano y como tal debe pedirse humildemente a él, sabiendo que si se volviera a caer, Dios siempre estará con los brazos abiertos para un hijo que cae por caminar y por luchar. Hay que abrirse a la misericordia del Señor, aceptar que sólo no se puede, que le necesitamos pero sobre todo nos ama como somos y nos invita a amarnos de la misma manera.

Un buen confesor escucha con amor, corrige con ternura pero siempre habla con la verdad. La condescendencia y la falsa comprensión no nos pueden llevar a engañar ni a estos hijos  ni a ningún otro. Dios no juzga la homosexualidad sino la ejercitación inadecuada de la hermosura de la sexualidad humana.

Si tienes una AMS (atracción al mismo sexo), no te sientas discriminado ni odiado, pues Dios te ama y te invita abrir tus brazos a él. Acércate al sacramento y recibe la absolución. 

 

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