A propósito de… "En la búsqueda del Jesús histórico"

08 de mayo de 2015

Compartir en:



Reflexión sobre el “Jesús histórico”. A propósito de un reportaje publicado en periódico mensual “Encuentro con la iglesia católica de Santiago”.
 
 
 
Periódico “Encuentro con la iglesia católica de Santiago” (del Arzobispado de Santiago de Chile), en su número de abril, publicó un reportaje firmado por Víctor Villa Castro con el título “En la búsqueda del Jesús histórico” (p. 5). El reportaje tiene aspectos positivos, pero, como ocurre a menudo, no son éstos los que me han llevado a escribir ahora.
 
Quería apuntar varios problemas serios que encontré en la pieza de Villa Castro, porque me parece que pueden éstos producir confusión en los fieles a los que el periódico de la arquidiócesis está dirigido.
 
El primer problema es que supone que la historia es una ciencia, y que está sujeta al método científico. Ambas afirmaciones son inexactas. La historia no es ciencia en el sentido de conocimiento de causas o principios universales cuya operación pueda ser comprobada por experimentos o demostraciones. Es una disciplina, eso sí, que intenta establecer la verdad. Pero, puesto que se refiere a acontecimientos singulares y pasados, debe reposar en la fe en ciertos testimonios. Además, como no puede examinar todas las fuentes y debe partir de una cierta perspectiva, su enfoque principal no procede de un análisis dialéctico y cuidadoso de los acontecimientos particulares sobre los que investiga (aunque pueda ser afectado por ellos), a diferencia de lo que ocurre, según Isaac Newton, con los principios de la mecánica. El enfoque principal de la historia procede de una reflexión sobre la realidad que tiene otra naturaleza: es, o bien una investigación filosófica (propia o ajena), o una disposición teológica (guiada por la luz de la Fe), o una ideología. Por otra parte, la historia no puede seguir el método científico, precisamente porque sus hipótesis no proceden de un análisis dialéctico de las experiencias que le sirven de base, ni pueden ser demostradas matemáticamente, ni verificadas o falsadas por experimentos en el sentido preciso de esta palabra.
 
Si se comprende bien lo anterior, saltan a la vista el segundo y el tercer problemas. Afirma olímpicamente Villa Castro que los escritos no cristianos que se refieren al cristianismo primitivo lo hacen debido a interpolaciones introducidas por copistas cristianos, según sostienen ciertos historiadores. No conozco ningún historiador serio que haya señalado esto. Villa Castro tendría que dar más fuentes y referencias exactas para poder juzgar sobre su afirmación de manera completa. Pero se puede observar en general que los diversos autores de las varias escuelas historiográficas críticas a menudo desestiman los escritos que deberían ser las fuentes de sus narraciones, y los verificadores de sus hipótesis, en virtud de que no cuadran (esos escritos) con dichas hipótesis. A menudo, pues, el carro va delante del caballo. Es por esta razón, precisamente, que algunos desestiman los escritos del Nuevo Testamento como fuentes para conocer al Jesús histórico, como parece postular Villa Castro. Ellos asumen una perspectiva naturalista, que niega de antemano la intervención de Dios en la historia y, por tanto, rechaza las profecías y los milagros como imposibles. Es decir, ellos se basan en una hipótesis filosófica que la filosofía puede refutar y que ha refutado. Pero esa hipótesis insostenible filosóficamente es el verdadero fundamento por el que parte de la crítica histórica ha negado, por ejemplo, la composición temprana de los Evangelios sinópticos: porque en ellos se recoge la clara profecía de la destrucción de Jerusalén y del Templo. Y buena parte de las escuelas críticas han mantenido obstinadamente esta hipótesis, a pesar de que en las cavernas del Qumrán se han encontrado fragmentos del Evangelio de san Marcos, enterrados allí al estallar la primera guerra de los judíos contra Roma (cfr. Vittorio Messori. “Veinte letras para un misterio”, Cfr. consultada el 11 de marzo de 2015. Publicado en el nº 16 de la revista Atlántida, Edición autorizada de arvo.net).
 
No se trata, entonces, lo que propongo, de rechazar la investigación historiográfica, sino de ponerla sobre una fundación más sólida y más teológica. Como ha dicho el amado Santo Padre Benedicto XVI:
 
“Si la exégesis bíblica no quiere seguir agotándose en formular siempre hipótesis distintas, haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico. Debe aprender que la hermenéutica positivista, de la que toma su punto de partida, no es expresión de la única razón válida, que se ha encontrado definitivamente a sí misma, sino que constituye una determinada especie de racionabilidad históricamente condicionada, capaz de correcciones e integraciones, y necesitada de ellas. Dicha exégesis ha de reconocer que una hermenéutica de la fe, desarrollada de manera correcta, es conforme al texto y puede unirse con una hermenéutica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad nueva.” (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Planeta-Encuentro, 2011, pp. 6-7).
 
El cuarto problema del reportaje de Villa Castro reside en las fuentes que recomienda al final, y en las que calla o no recomienda. Entre las segundas saltan a la vista los documentos magisteriales que se dieron en el propio Concilio Vaticano II (Dei Verbum; n. 12, en particular), o durante el Concilio (“Sobre la verdad histórica de los Evangelios”, disponible en castellano aquí: https://sanatanasioysangregorio.wordpress.com/biblia/); o después del Concilio (sobre todo, la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, de Benedicto XVI). Todos estos documentos subrayan tanto que el Nuevo Testamento es la principal fuente histórica para conocer a Jesús como la necesidad de acercarse a él con Fe, para poder captar su sentido. Tampoco menciona Villa Castro los importantes libros de Benedicto XVI sobre Jesús.
 
Entre las fuentes que cita Villa Castro, algunas son problemáticas. Verifiqué, en particular, la página virtual que recomienda. Y allí encontré que los profesores que publican en ella –por lo menos Carlos Gil y Santiago Guijarro– se acercan a los textos sagrados y a otros textos relativos a la Iglesia primitiva con graves prejuicios que les impiden captar su verdadero sentido. Así, por ejemplo, Santiago Guijarro sostiene que Jesús no conocía de antemano su Pasión, y que se sorprendió de que le tocara morir de muerte violenta. Como si el Señor no hubiera conocido las profecías de Simeón a María; o de Jeremías o de Isaías. Implícitamente, al menos, Guijarro niega la divinidad de Jesucristo. Carlos Gil, por su parte, (a) desconoce el llamado final largo de Marcos, ni siquiera lo menciona en la página, con lo cual se ve que acepta la poco plausible hipótesis de que toda la tradición principal bizantina se puede reducir a un solo manuscrito; y (b) interpreta de manera gravemente errónea la teología de Pablo, razón por la cual sostiene que la Iglesia en su estado del siglo II manifiesta la derrota de Pablo (?).
 
Por último, quiero señalar que Villa Castro trae una imagen gráfica de Jesús que inspira poca piedad, por decir lo menos, y pone al pie: “según algunos historiadores, este podría ser el rostro de Jesús”. Sería bueno saber a qué historiadores se refiere y cómo reconstruyeron ese rostro que, sin duda, se aparta bastante de lo que puede uno imaginarse a partir de la imagen más segura con que contamos de Jesús: la que se encuentra en la Sábana Santa. Se aparta también de toda la iconografía antigua, como la de las catacumbas.
 
Espero contribuir con estas breves líneas a que entre los fieles de Santiago surjan algunos que estudien con el entusiasmo de una Fe animada por la caridad y con el rigor intelectual que siempre ha caracterizado a los cristianos y faltado a sus detractores, el apasionante tema de la figura de Jesús. Quizá los mejores lugares para que comiencen esta tarea sería los libros de Benedicto XVI y el libro de uno de nuestros más sólidos teólogos, quien sí fue citado por Villa Castro sea dicho de paso, y un hombre de Fe, el P. Samuel Fernández (Jesús. Los orígenes históricos del cristianismo desde el año 28 al 48 d. C, Santiago 2007, Ediciones Universidad Católica de Chile).

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda