Los ojos del santo budista y los del santo cristiano 

01 de mayo de 2015

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Casi todos nosotros nos preocupamos del envejecimiento, especialmente de  cómo afecta a nuestros cuerpos. Nos preocupamos por las arrugas, las bolsas de los ojos, la grasa de la edad madura y la pérdida de cabello allí donde  queremos tenerlo, o por tenerlo donde no lo queremos. Así, de cuando en cuando, al mirarnos en un espejo o ver una foto reciente nuestra, quedamos impresionados por nuestros rostros y cuerpos, y casi  no nos reconocernos al ver una cara vieja y un cuerpo achacoso donde antes solíamos ver a un joven.

Pero examinarnos por las señales de envejecimiento no es una mala práctica, aunque deberíamos buscar otras cosas además de arrugas, piel flácida, pérdida de cabello y aumento de peso. Con estas cosas corporales, la naturaleza se sale eventualmente con la suya. Donde deberíamos buscar las señales de envejecimiento es en nuestros ojos. Es ahí donde se manifiestan  las verdaderas señales de edad avanzada y senilidad.

Si nos pusiéramos ante un espejo y claváramos la mirada fijamente en nuestros propios ojos, ¿qué veríamos? ¿Están nuestros ojos cansados, faltos de entusiasmo, sarcásticos, sin vida, muertos? ¿Irradian principalmente enojo y envidia? ¿Hay fuego en ellos? ¿Están tan apagados como para ser incapaces de abrirse a lo sorprendente? ¿Han perdido su inocencia? ¿Hay todavía un niño escondido en algún lugar detrás de ellos?

Las verdaderas señales de senilidad son delatadas por los ojos, no por el cuerpo. La piel suelta revela meramente que estamos envejeciendo físicamente, nada más. Los cuerpos envejecen y mueren en un proceso tan  inevitable y natural como el cambio de las estaciones, pero los ojos muertos son signo de una senilidad más mortal, algo menos natural, un espíritu fatigado. Los espíritus deberían ser siempre jóvenes, siempre infantiles, siempre inocentes. No deberían perder vitalidad ni morir. Pero pueden morir por falta de pasión, por apariencia de confianza, por pérdida de inocencia y asombro, por fatiga de espíritu y por desesperanza práctica.

¿Qué se debe hacer? Necesitamos echarnos una buena y larga mirada en un espejo y estudiar nuestros ojos, detenida y firmemente, y permitir a lo que vemos impactarnos lo bastante para movernos camino de poner fin a lo aprendido, de la post-sofisticación, del asombro, de la inocencia renovada. Éste es el consejo: Vete al espejo y mira dentro de tus ojos lo bastante largamente hasta que veas allí de nuevo al niño que habitó en ese espacio. En eso, el asombro nacerá, un brillo volverá y, con él, una frescura que puede hacerte joven de nuevo.

Uno de los contrastes  entre el Cristianismo y el Budismo tiene que ver con los ojos. El santo budista está siempre representado con sus ojos cerrados, mientras el santo cristiano los tiene siempre abiertos. El santo budista tiene un cuerpo terso y armonioso, pero sus ojos están pesados y sellados con sueño. El cuerpo del santo cristiano está demacrado hasta los huesos, pero sus ojos están vivos, hambrientos, curiosos. Los ojos del budista están concentrados en el interior. Los ojos del cristiano están mirando afuera, ansiosos, llenos de asombro.

 
Trad. Benjamín Elcano

 

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