Crónicas de un obsoleto 18. Sobre la negación de las evidencias

15 de mayo de 2015

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Estimados lectores: En la pasada crónica les habíamos referido las tribulaciones de la señora Berta cuando las visitadoras sociales le habían exigido la asistencia de su hijo Sebastián a la escuela y ella no había sabido explicarles la naturaleza del impedimento de su niño. “Si les decía que Sebastián estaba endemoniado me habrían creído loca” le contó la madre al obsoleto, “me habrían castigado con un interdicto y me habrían quitado el niño, que al fin y al cabo, endemoniado y todo, es mi hijo”.

Aquí nos topamos con el gran problema de la negación de las evidencias que aflige al ser humano desde antiguo, pero especialmente a nuestro mundo moderno, tan avanzado y progresista. En alguna ocasión Lenin afirmó: “No existen los hechos; sólo existe la interpretación de los hechos”. Con esa sentencia genial los discípulos del revolucionario pueden decir por ejemplo: “Las Torres de Paine no existen” y, como lo dicen con tanto aplomo, todo el mundo les cree.

Pues bien, el evangelista San Marcos (Mc 1,23-24) al indicar que Jesucristo iba todos los sábados a la sinagoga para dar enseñanzas, sin arrugarse dice: “Hallándose en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, comenzó a gritar, diciendo: ¿Qué hay entre ti y nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a perdernos? Te conozco; tú eres el Santo de Dios. Jesús le mandó: Cállate y sal de él. El espíritu impuro, agitándolo violentamente, dio un fuerte grito y salió de él”. Dice el evangelista que todos se quedaron estupefactos, pero como eran gente sensata que se rinde ante las evidencias, “se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus inmundos y ellos lo obedecen. Extendió luego su fama por doquiera en todas las regiones limítrofes de Galilea”.

En nuestros tiempos se puede vivir exactamente la misma experiencia que vivieron los feligreses de la sinagoga de Nazaret, pero en nuestro mundo no se da el respeto ante la evidencia que tuvieron ellos y por consiguiente no se percibe tampoco el mensaje que estos hechos transmiten. En cuanto a la persona misma de Cristo se avanza la teoría de que él se habría adaptado a las supersticiones de su época, sin pretender que estas “evidencias” tuvieran un valor absoluto y permanente.  De este modo habrían caracterizado a Cristo como un cínico oportunista, lo que ciertamente no era, ni podía serlo.

Los endemoniados, que son mencionados a menudo en los evangelios, sufren la desgracia de albergar en ellos un espíritu “impuro”, “malo” o “inmundo”. Con todos esos adjetivos se los conoce, tanto en el tiempo de Jesús como en el nuestro. La diferencia estriba en que ahora se les desconoce su existencia y se ridiculiza a los que dicen reconocerlos. En el evangelio de Marcos Cristo nombra doce espíritus impuros (Mc 7,14-23), en el de San Mateo sólo siete (Mt 15,17-20). En San Marcos revela: “Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque lo de dentro, del corazón del hombre proceden los pensamientos malos: las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades del hombre proceden y manchan al hombre”. Por su parte, el evangelista Mateo nos da noticia de seis malos espíritus: “Lo que sale de la boca procede del corazón. Porque del corazón provienen los malos pensamientos: los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre”.

 

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