Crónicas de un obsoleto 19. Malformaciones congénitas

22 de mayo de 2015

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Estimados lectores:

En esta ocasión quiero presentarles el caso de la Sra. Hortensia  Valdebenito, encargada de los aseos de pasillos y baños en el liceo “Antártida chilena”. Un profesor de dicho establecimiento la había contactado con el Obsoleto. Se trataba de una aflicción muy particular de ella: en el  control médico de su embarazo el facultativo le había revelado que la criatura que  estaba esperando “venía mal”. Un segundo control con otro médico había  entregado idéntico diagnóstico: malformación congénita. En vista de ello Hortensia quería preparar debidamente el nacimiento de su hija y asegurar el bautismo en caso de un parto difícil. Que la criatura sería una hija ya lo había sabido antes de las malas noticias y en vista de ello había tenido que cambiar su nombre. Inicialmente la había querido nombrar Marilyn, por el deseo de que fuera bonita como la Marilyn Monroe, pero en vista del peligro había decidido llamarla María Cristina. Así velarían por la pobre niña Cristo, el Hijo de Dios en persona y María, la Madre de Dios.  A las charlas de preparación al  bautismo iría cuanto antes, para estar ya desocupada en los primeros días de su hija.

            A todo esto viene al caso aclarar que la diligente madre residía en el barrio Independencia, cerca de la famosa iglesia de la Viñita, junto al cerro Blanco. Según las viejas tradiciones dicho templo había sido donado por doña Inés de Suárez en 1545 y enriquecido por una imagen de Nuestra Señora de Montserrat, la Virgen Negra, refugio y consuelo de lanzas (ladrones), y presos de todas las categorías, arrepentidos y no arrepentidos. Anhelo de Hortensia Valdebenito era que su hija María Cristina, debidamente ofrecida a la Virgen de Montserrat, recibiera a sus pies las divinas aguas de nuestra salvación. El Obsoleto se había encargado de los trámites parroquiales y le había regalado a Hortensia una estampa de la Patrona y escrito al dorso una oración por madre e hija, encomendándole que la rezara todas las tardes.

            Transcurridos los anhelantes meses de rigor, María Cristina hizo su aparición en este valle de lágrimas, revelándose su anunciada malformación congénita como una fuerte hidrocefalia. Poco después, en un día gris y frío de otoño, el Obsoleto, revestido de sobrepelliz y estola, se hizo presente en el templo de la Viñita. Su primera sorpresa fue encontrar repleta de numerosa feligresía la nave de la iglesia. Todos habían concurrido, parientes, amigos y vecinos curiosos y esperaban de pie en medio de un gran silencio y las caras entre tristes y adustas. También ardían muchas velas. Se adelantaron la madre, los padrinos y algunos niños excepcionalmente respetuosos. María Cristina envuelta en un  amplio chal de lana. Al destaparla con cuidado apareció la enorme cabeza coronada con margaritas blancas, el cuerpecito revestido de una hermosa túnica blanca, El obsoleto se sintió impactado por la figura completamente inarmónica de la niñita: nada estaba en su lugar preciso, ni en las proporciones que se esperaban. Nada había allí de Marilyn. En ese momento el Obsoleto no se sintió a la altura de las circunstancias ni de la devota seriedad de la familia: trató de mirar hacia el lado, evitando la vista de María Cristina y su sentimiento de aversión. Qué vergüenza, el Obsoleto trató de no apurarse en las palabras, de disimular su desazón e incomodidad. En el trascurso de los ritos la corona de margaritas empezó a correrse por la frente de la niña, hasta llegar a taparle uno de sus ojos. Hacia el final, María Cristina comenzó a dar unos gemidos plañideros y se puso jadeante. La madre lo interpretó como señal de hambre, tomó asiento en la primera fila de bancas y con la ayuda de varias mujeres puso la tremenda cabeza de la recién bautizada junto a sus pechos, púdicamente cubiertos por un paño blanco. La niña comenzó a succionar fuerte y ruidosamente,  como lo hacen  terneros cuando se apegan a las ubres de la vaca. Los sonidos eran grotescos y ante todo, fuera de lugar, groseramente anti-sacrales. La celebración estaba terminada, pero todos esperaron respetuosamente de pie que terminara la tarea de la madre amorosa. Al fin el sacerdote pudo despedirse y salir, confuso y avergonzado a la plazoleta.

            A los pocos días María Cristina dio fin a su breve residencia en esta tierra y partió sin ruido, con modestia hacia el lugar en que la recibieron los ángeles y los mártires. No tocada por la maldad y la vanidad de este mundo. El Obsoleto, que había estado ausente en esos días, fue a ver después a la madre que encontró no desconsolada, sino con visible alegría, agradeciendo el hecho de que había podido “cumplir con Dios y con su hija” y entregándole con timidez unos paquetes de galletas y de maní en señal de agradecimiento.

 

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