El machismo adolescente, un problema generacional

05 de junio de 2015

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Con gran espanto, quienes están ceñidos a lo políticamente correcto descubren ahora que entre los adolescentes existe una elevada proporción de machismo, o en términos más precisos a ejercer la dominación sobre su también adolescente pareja, con la necesaria complicidad de ella, claro está, porque se trata de personas que por edad poseen una escasa autonomía y viven y dependen para todo de sus padres. No existe el rol de dependencia que entraña vivir en un mismo hogar, carecer de medios propios para el sustento, y tener unos hijos en común que se da en ocasiones en la mujer adulta emparejada. Es la chica la que debe colaborar a ser controlada, librándole su teléfono, atendiendo a sus llamadas de control, a sus exigencias. Junto con estos datos los estudios explican que, sobre todo en las chicas, niñas más bien, porque pueden empezar este proceso hacia los doce años, incluso antes, poseen una concepción hipersexualizada de su cuerpo, de su forma de vestir, que a su vez determina la nueva epidemia de la bulimia y anorexia entre las menores, porque esa sobrevisualización del propio cuerpo hace que, en un porcentaje elevado, no se sientan a gusto con él, o con algunas de sus partes.
 
La cultura desvinculada descubre con horror que después de décadas y más décadas de cruzada contra el machismo, de utilizar la ley más dura contra el hombre que existe en el mundo, desarrollada para luchar contra la violencia del varón contra la mujer, resulta que las cosas están peor que nunca. Porque entre un 30% y una tercera parte de los adolescentes tienen actitudes o comportamiento de dominación contra su pareja. La instrumentaliza y la coarta. En el reino de la autonomía personal surge esta eclosión de supremacía masculina. ¿Por qué sucede, si los medios de comunicación, la educación, la política, todo está dirigido a mentalizar de lo contrario?
 
¡Qué gran fracaso! De ahí, por su dimensión, que la sociedad haría bien en preguntarse por qué sucede, por qué se consigue todo lo contrario de lo que se predica y a una escala tan grande. Antes de improvisar la solución debería imperar la voluntad de realizar un diagnóstico con capacidad de explicar todo lo que le sucede a nuestro mundo adolescente, y no solo en relación a esta cuestión, sino en la perspectiva del conjunto, en las que la dominación es una de las manifestaciones negativas pero no está sola ni mucho menos. Por ejemplo, qué concepción tienen de la mujer y de su relación con el hombre, en que radica su igualdad y también su diferencia.
 
Y si pido un diagnóstico profundo no voy a incurrir en el error de definir las respuestas, pero si deseo apuntar dos causas que me parecen evidentes. Una es la imposibilidad de la sociedad desvinculada para educar. Simplemente no puede porque ha destruido los fundamentos, una identificación clara del bien, de la justicia, de la libertad y la verdad, más allá del subjetivismo emotivista. El bien es lo que a mí me conviene, me gusta. Y también ha derruido el instrumento que permite educar, la ética de la virtud.
 
La segunda cuestión es una carga generacional, la de los padres, que por establecer alguna precisión, pero sin cierres temporales dogmáticos, nacieron entre 1960 y 1975, que se educaron en un medio que estaba bajo la cultura del “sesenta y ocho”, de la eclosión del subjetivismo emotivo y la desregulación moral, que más tarde, en los ochenta, se hizo económica, dando lugar a la hibridación entre ontología neoliberal y cultura moral “sesentayocho”, que es lo que recoge mayoritariamente la ideología coetánea. Una parte de estos padres, obviamente no todos, pero sí entre la cuarta y tercera parte, tienen serias dificultades para educar, porque a diferencia de sus progenitores -para bien y para mal- no disponen de un orden objetivo sobre el que construir la vida moral.
 
El resultado son esos distintos perfiles de adolescente, hiperprotegido y sin obediencia, con escasa capacidad de resistir la frustración, de encontrar motivos fuertes para la vida más allá de las pautas que les presentan futbolistas, cantantes y modelos. En este espacio, donde impera la auto gratificación por encima de todo, el otro es visto desde una edad temprana como quien me sirve para satisfacerme, y todo mi ejercicio de relación se mueve bajo esta pauta, que contamina los primeros escarceos amorosos. No hay soluciones parciales, solo una crítica completa de la cultura que nos rodea, no aportar respuestas, todo lo demás será seguir acumulando problemas sin resolver, que precisamente es una característica de la sociedad desvinculada; la impotencia.

 

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