Crónicas de un obsoleto 22. El árbol de la ciencia del bien y del mal

03 de julio de 2015

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Fieles lectores:

Refiere la Biblia en los versículos 16 y 17  del capítulo 2 del libro Génesis que Dios le impuso al hombre en el paraíso el mandamiento de no comer del árbol del bien y del mal, ciencia sólo a él reservada. Si el hombre faltaba en esto, perdería felicidad y vida.  Recordarán Uds., queridos lectores, que por inspiración de la serpiente el hombre no le hizo caso a Dios y que le fue muy mal. Muchos piensan que se trata sólo de un cuentecito. ¡Pero qué cuento! Si no se nos hubiera contado no podríamos entender lo que pasa en el mundo y en el corazón humano. ¿A qué viene eso? Pues a que la hermana chica del Obsoleto, la Lilianita, tuvo siempre muy claro esto del bien y del mal y llegó a decir y hacer cosas notables en su vida.

Es el caso que el Obsoleto y la Lilianita frecuentaban la matiné de los domingos en el “Teatro Principal” de Osorno. En sentido estricto el Principal no era un teatro sino un cine, pero los osorninos de los viejos tiempos .tenían su apego al léxico anterior. La matiné se componía de tres sesiones: de películas y dos intermedios en que se encendían las luces y se podía comprar maní confitado. La primera sesión era de “monos animados” (caricaturas), en que los favoritos eran la cinta “Tom y Jerry”. Después del primer intervalo seguía la película de fondo, forzosamente norteamericana, igualmente lo era la de la última sesión, la de las “seriales”, en que se lucían los cowboys.

            Durante esta última sesión, después de las escenas iniciales, Lilianita solía presionar el brazo de su hermano mayor para susurrarle: “Dime, ¿quiénes son los malos y quiénes los buenos?” Sin ese escrutinio inicial obligatorio, Lilianita no podía disfrutar ninguna acción proyectada desde la pantalla. Para ella todo suceso debía tener un sentido y ese sentido lo revelaban los actores buenos y malos. El obsoleto sentía nítidamente el júbilo que recorría el cuerpo de su hermana chica cuando él le explicaba que el bueno era el jovencito montado en un caballo blanco y se llamaba Ryan. En los momentos de peligro Lilianita se ponía de pie para señalarle a su hermano: “Debemos rezar por Ryan para que “no le pase nada malo”. Pero cuando Ryan en pleno galope, sosteniendo firmemente las bridas con la izquierda y disparando con su pistola en la derecha, lograba derribar de su caballo a uno de los malos, Lilianita exclamaba con voz contenida “Lindo” La película terminaba muy bien para Ryan y pésimo para los bandidos y Lilianita, de la mano con su hermano, caminaba a casa en silencio con su carita iluminada por el renovado triunfo del bien y de la justicia en este universo del buen Dios. En la once dominical, con Küchen y tostadas  con mermelada de frambuesa, que seguía entonces Lilianita se refería con risa a una de sus compañeras de clase que prefería las películas con final triste, ”porque se podía llorar más” .

            Pero no tan sólo en la matiné dominical  Lilianita manifestaba su estricto sentido de justicia, también lo hacía en las clases particulares de historia que el Obsoleto por encargo de sus padres le daba a su hermana chica después de almuerzo. Solían los hermanos tomar asiento junto a una mesita estrecha de la casita de muñecas de tamaño casi natural, regalo de los padres en el día de su primera comunión Ella la había dotado de una inscripción que decía “Casa de la felicidad”. Cierta vez el obsoleto repasaba con ella episodios del tiempo de la Patria Vieja y trataba de explicarle el llamado sitio de Chillán.

    Dentro de la ciudad estaba José Miguel Carrera con sus valientes patriotas, que eran los buenos. Alrededor de Chillán acampaba el general Pareja, de los realistas, que eran los malos. Ellos no dejaban pasar a ninguno de los buenos y así los tenían sin comida. Lilianita puso una cara de asombro impresionante por el solo hecho de aquel “no dejar pasar” ¿Qué tenía de malo, alegaba ella, el dejar pasar a alguien que sólo deseaba fumarse un cigarrillo  o sacar a pasear su mascota?. Inútilmente el Obsoleto trató de explicar a su hermanita la razón del enojo de los realistas contra los patriotas y viceversa. Lo único que la apaciguó un poco  fue que su hermano le recordó que finalmente, algunos años después, el 5 de abril de 1818, los buenos patriotas derrotaron definitivamente a los malos realistas, que tuvieron que irse y nunca más ninguna persona de Chillán fue detenida, bayoneta en ristre, por querer dar una vuelta en las afueras de la ciudad con su mascota. Lilianita sonrió y dijo “Lindo”.

            Para el tercer capítulo de nuestra crónica, debo solicitar a mis estimados lectores tengan a bien trasladarnos a otro escenario distinto, vale decir, a la playa grande de Niebla, en la desembocadura del río Valdivia, donde nuestra familia solía veranear unas dos semanas. El obsoleto y sus amiguitos construían gigantescos castillos de arena, con sus muros almenados, fosos, puentes levadizos y todo, mientras Lilianita disertaba sobre los que poblaban los edificios. Las tropas de los huincas, con mujeres y niños, sus ganados, sus carretas y cañones, todos estaban a salvo entre esos muros. Se trataba del contingente de los buenos. Los malos, en cambio, estaban  asechando en los densos bosques de los alrededores, con sus arcos, flechas, boleadoras y mazos. Por enésima vez los araucanos estaban dispuestos a expulsar de sus territorios a los huincas. En eso irrumpió una segunda mala noticia: Las olas del mar habían entrado en una nueva fase de marea alta y llegaban ya no muy lejos de los fosos y muros del castillo de arena. Lilianita gritó: “Tenemos que evacuar a los huincas”. El Obsoleto mostró entonces un costado maligno de su carácter: le gustaba jugar con la emotividad de su hermana chica y respondió: “El océano avanza con ola de seis metros de altura”. Lilianita: “Salvémoslos con los helicópteros de la marina”. Obsoleto “Tonta, estamos en el siglo XVII, cuando todavía no se habían inventado los helicópteros”. Lilianita: “Demos órdenes para que vengan tropas frescas de Santiago y tomen a los araucanos por la espalda” Obsoleto: “En este momento: las tropas de Santiago están luchando con un nuevo ataque de los piratas ingleses y holandeses, no están disponibles”  Lilianita, cada vez más afligida por las mujeres, niños y mascotas huincas: apeló a posibles terremotos o incendios de bosques contra los indios. Impasible el Obsoleto retrucó: “Ellos son un pueblo que conoce mejor que nadie los mociones aviesas de los fenómenos naturales”.  Las olas invadían ya el castillo de arena, el Obsoleto y los chiquillos constructores se retiraron a la parte superior de la playa. Lilianita, con las manos y la cara llena de arena, hizo bocina con sus manos y gritó con todo su aliento: “Digamos entonces que todos los que estaban en el castillo eran malos y los indios buenos”. Sorprendido, el Obsoleto extendió su mano hacia su hermana chica y exclamó: “De acuerdo”. Lilianita alzó su mejilla arenosa hacia la cara de su hermano y dijo: “Lindo”.

 

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