Nuestra necesidad de dar a los pobres

29 de agosto de 2013

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Debemos dar a los pobres, no porque ellos lo necesiten, aunque así sea, sino porque lo debemos hacer para vivir sanamente. Este axioma, enraizado en la escritura, nos enseña que dar a los pobres es algo que debemos hacer por nuestra propia salud.
 
En el cristianismo hemos preservado este principio en el reto de la caridad hacia los pobres y clásicamente hemos visto la generosidad con los pobres como una virtud. La generosidad caritativa es una virtud, pero para un cristiano quizá es más una obligación que una virtud. Cuando vemos en la Escritura la Ley de Moisés nos damos cuenta que dar una cierta cantidad a los pobres estaba prescrito por la ley. La idea era que dar a los pobres era una obligación, una opción moral no negociable. La Ley de Moisés, simplemente establecía que la gente estaba obligada legalmente a dar a los pobres.
 
Como sociedad tenemos que aprender mucho de esto. La mayoría de las personas son generosas y caritativas. Seguimos dando parte de lo que nos sobra, a pesar de que los profesionales que trabajan con la gente de la calle nos dicen que no sirve de ayuda, nuestros corazones se sienten conmovidos por aquellos que piden en las calles y continuamos dándoles dinero (incluso cuando no les creemos cuando nos piden para comida o para el autobús). Pera la mayor parte de nosotros sentimos que hacemos lo correcto.
 
Sin embargo, solemos ver esto como algo que hacemos exclusivamente por otra persona, sin darnos cuenta de que nuestra propia salud es una parte vital de la ecuación.
 
Además, tendemos a ver esto como una virtud más que como una obligación, como caridad más que como justicia. Y tal vez es por esta razón es que, a pesar de nuestros buenos corazones y nuestra generosidad, la brecha entre los ricos y los pobres, tanto en nuestra propia cultura como en el mundo entero, sigue aumentando.
 
Tenemos que dar a los pobres porque lo necesitan, es cierto, sin embargo tenemos que hacerlo también, porque no podemos ser personas saludables a menos que lo hagamos. Y tenemos que ver nuestro dar no tanto como caridad, sino como una obligación, como justicia, como algo que debemos hacer.
 
Sobre su lecho de muerte, Vicente de Paul, tiene fama de haber desafiado a sus seguidores con palabras a este efecto: ¡Es más bienaventurado el dar que el recibir, y también es más fácil!

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