Las horas con Ana Laura. El valor de la vida

31 de julio de 2015

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A veces cuando siento que me acobardo o empiezo a sentir el cansancio la vida, Dios tiene la misericordia de regalarme una cascada de lecciones, todas juntas, y me pone onda para seguir...
 

 
Mi amiga Rosi  debía volver a México, a mitad del Simposio de Alcaldes -que transcurrió en Ciudad del Vaticano este 21 y 22 de julio-, pero antes me escribió por whatsapp (¿qué haríamos sin ese raro recurso gratuito de comunicación que quienes lo probamos una vez ya no abandonamos, sobre todo porque no tiene costo?) y me dijo: «¿Po​drías Amiga mía acompañar a Ana Laura que debo irme y ella quiere quedarse?»

 Ana Laura vino a Villa María a pocos días de haber sido liberada, participó del Encuentro Mundial de Jóvenes, en mayo. ​Ana Laura, es una personita bellísima, que ha sufrido uno de los casos más crueles de esclavitud que he visto, escuchado y llorado. Sus explotadores la tenían en un sótano con una cadena cortísima, que no le permitió poder agacharse, sentarse o recostarse durante casi un año. La tuvieron esclavizada cinco años, donde la crueldad y el horror fue aumentando día a día. Para entender lo que vivió esta hermosa jovencita de ojos tan negros como la noche misma, y tan brillantes como las estrellas en las nochecitas de verano, hay que remontarse a los campos de concentración de la Alemania nazi.

​Su piel ​es un ramillete de cicatrices en cada milímetro de su cuerpecito. Cada cicatriz recuerda a un momento de tortura cotidiano. Sufrir tortura por pedir ir al baño, pero además de la furia de la explotadora descargada en Ana Laura con un picahielos, o lo que tuviera a mano, contra su persona indefensa, atada a cincuenta centímetros de la pared, la otra tortura la de no dejarla y obligarla a hacer sus necesidades en bolsitas y después nuevamente la tortura por las bolsitas con heces. Es decir un círculo infinito de tortura y muerte si Ana Laura no hubiera resistido tanto horror. Sufrir tortura por pedir agua, un poquito de agua y a veces en medio de la locura de la sed sentir que le tiraban el agua en la cara, el mayor desprecio para quien está desesperado de sed. Sufrir tortura por pedir comida, y no poder agacharse a juntar la comida en mal estado -pero comida al fin- y verla tirada a los pies, encima de los pies, y sentirse desfallecer de hambre. 

Ana Laura es una niña bellísima, cuyas piernecitas tan bellas como ella fueron sometidas a meses interminables de dolor y sufrimientos, siempre de pie. Me contaba que las piernas triplicaban, cuadriplicaban su tamaño, entonces desesperada por el dolor pedía por favor una aspirina, algo para que no se le reventaran. Y ahí en ese punto sus explotadores reían, reían siempre de su sufrimiento. 
 
Esa misma noche comenzamos a mandarnos mensajitos con Ana Laura, por whatsapp, para ponernos de acuerdo. Quedando que al otro día la pasaba a buscar por el hotel donde estaba alojada y de ahí nos íbamos a la Academia Pontificia de Ciencias, a participar del​ segundo día del​ Simposio de Acaldes, esta vez sobre Desarrollo Sostenible...

Yo, invitada como Observer, consciente de que no había espacio y era privilegiada con el lugar,​no quería perderme ni un minuto de las exposiciones.

La busqué temprano y al entrar por la puerta de Santo Oficio del Vaticano, nos esperaba un vehículo para trasladarnos hasta la Academia. Ana Laura me había recibido con una sonrisa más grande que el mar y un abrazo eterno. Apenas me vio me dijo: «Ali por favor quiero conocer Roma».

Íbamos rumbo a la Academia y en el alma se me hizo un nudo. ¡Cómo hacer! quería estar en el Simposio, consciente del lugar del privilegio de poder participar en un evento histórico como ese, donde se debate el futuro de la humanidad y al mismo tiempo la sonrisa y el pedido de Ana Laura hacían ruido en mi corazón.

Llegamos a la Academia. Nos sentaron adelante para que pudiéramos ver y en un lugar muy cómodo para movernos. Y me puse los auriculares para no perderme nada, ubicadas a metro, metro y medio de​ los oradores, estaba como si me hubiera sacado el premio gordo de la lotería. Escuché a varios alcaldes y de pronto miré la hora… Luego nos fuimos para almorzar y ella volvió a la carga: «Ali quiero conocer algo de Roma no sé si vuelvo». Esas palabras terminaron de apuñalarme el alma.

Me senté a escuchar los alcaldes de África anotando algunos puntos… A las 15 hs la miré a Ana ​L​aura y la ternura en sus ojos me pudo. Avisé a Monseñor Sánche​z Sorondo, y nos fuimos caminando por el Vaticano, recorriendo las callecitas de adoquines, ​con un sol que nos ​cocinaba hasta los huesos y una temperatura de 38ª a la sombra. Caminamos, caminamos ​y seguimos caminando. Continuamos por las calles pobladas de ​hasta llegar a una parada de tours de recorridos y ella feliz, tan feliz, me dijo: «Ali te invito a dar una vuelta». Acepté la propuesta porque no quería que se sintiera mal al decirle "yo pago", entonces nos subimos a un bus que debajo no tenia ventilación -es decir era un invernadero- y arriba estaban los asientos bajo los rayos del sol. Pasados 40 minutos, me comencé a descomponer por la falta de aire… con sentimientos encontrados y desencontrados le dije: «Ana me descompongo vamos a tomar algo fresco y dejemos esto y que no estoy bien». Ella a pesar de ver esfumarse en un instante su sueño de recorrer me dijo: «Vamos Ali vamos rápido, así te mejoras». Caminamos unas cuadras hasta su hotel. Una vez estuvimos en su habitación me levantó las piernas y me puso el aire para que me refrescara. Medio descompuesta dormité hasta las 18 horas, me desperté y para mi sorpresa ella estaba durmiendo cerquita mío. Con cuidado la desperté y le dije: «Vamos Any que tenemos que recorrer Roma». Se levantó en un segundo y al rato estábamos listas para irnos. Caminamos y caminamos hasta la parada de los tours y vimos detenido el micro donde había ella comprado los boletos. Lo abordamos y nos fuimos a recorrer R​oma.

No sé si encuentro palabras para describir la alegría de Ana Laura, nos cambiamos de lugar un montón de veces, arriba sin capota, sacaba fotos y fotos y fotos. Yo probé sacar alguna que otra selfie, que por supuesto en la mayoría o corto por la mitad la carita feliz de Ana Laura o corto por el medio la mía. Pero poco importaba pues nunca Roma me pareció tan bella. Con Ana Laura tan feliz, Roma me pareció mágica, y cada lugarcito además de eterno me pareció un lugar de sueños. Cada exclamación de Ana Laura, me llenaba el alma el alma de mariposas, que revoloteaban por los rincones de mi corazón, oxigenándolo de vida. Porque eso es Ana Laura, una fuente de vida que ha sobrevivido, o decidió a pesar de tanto sufrimiento y tortura, sobrevivir a la muerte que es la esclavitud.

Cada monumento, cada ruina, hasta los adoquines que me hacen doler las rodillas al caminarlos, al pisarlos tanto, me parecieron maravillosos. Ver a través de los ojos de Ana Laura por momentos me trasportó a estar viendo a través de los ojos de mi hijo Yaco. Ana Laura lo ama y me lo recordaba a cada instante. Tienen ambos una mirada desprovista de toda contaminación, donde la belleza y lo simple no necesita análisis. Le conté que le fallé a Yaco y cuando fue no lo pude acompañar a recorrer Roma, no pude.

Entonces ella, me tomó la cara entre sus manos de algodón y mirándome tan hondo con sus inmensos ojos negros me dijo: «En un próximo viaje salimos los tres a pasear juntitos», y claro todo es posible, quizás sólo haya que soñar lo suficiente. 
 
Dimos más vueltas que las calesitas y casi a medianoche, terminamos con los pies en Santangelo, ante los numerosos puestos de ventas. Ahí sentadas en un banco y apoyadas en un tablón, la invité a comer un Kebac, esa especie de sandwich árabe… ​Ahí​ en medio de la nochecita de verano, con decenas de puestos de migrantes que arriesgaron sus vidas en busca de una oportunidad en una Europa que se niega a recibirlos, pero cuando están en su suelo, perdidos en medio de sus construcciones de cientos de años y sus callecitas angostas, deja que sean sometidos a todo tipo de explotación. Una Europa que se protege de los migrantes del Sur, pero no decide protegerlos a ellos -nuestros hermanos y hermanas- de los traficantes y explotadores que los esperan para someterlos y castigarlos por haber querido una sola oportunidad de vivir. 

Ahí a los pies del Santangelo, ella habló de su vida y yo un poco de la mía. Nos quedamos hasta tarde. Llega un tiempo donde el tiempo ya no corre, y las horas y los minutos y los segundos quedan atrapados en un espacio donde las personas sentimos que todo se detuvo y ahí podemos relajarnos y decir lo que a veces no decimos, en medio de esta humanidad nuestra que aún no comprende que existe el dolor, el sufrimiento, la tortura y la muerte en vida, y que eso se llama ESCLAVITUD.
 
Las horas compartidas con Ana Laura fueron maravillosas y nos prometimos vernos pronto, mientras tanto seguimos conectadas con ese sistema que no se mucho como funciona, pero le tomé la mano, llamado whatsapp y que no tiene costo. Al menos por ahora....
 
 
 
"Si eres neutral en situaciones de injusticias, has elegido el lado del Opresor" Desmond Tutu
 
 
 

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