La sociedad de las adicciones

31 de julio de 2015

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Martin Amis  ha cargado contra tirios y troyanos desde su independencia y calidad literaria. No se trata, precisamente, de un autor que se duche con agua bendita, como es bien notorio, y por eso tiene interés recoger unos breves diagnósticos suyos que demuestran que no estamos solos ni aislados en nuestras críticas, como a veces timoratamente parece.

En su obra El Infierno Imbécil recoge una colección de artículos sobre Estados Unidos publicados en la década de los ochenta. En él podemos encontrar tres consideraciones demoledoras sobre nuestra  cultura moral.

(1) La separación de la responsabilidad procreativa y del sentimiento es una gran tragedia para la humanidad.
(2) La pornografía trivializa el acto humano, lo reduce a lo más fisiológico, lo genital.
(3) La maternidad es “el poder supremo de la mujer” el acto más extraordinario del que depende la sociedad sin disponer de otras  alternativa.  Si este potencial es subvalorado, la mujer pierde su plenitud de sentido, pierde significado.
 
El feminismo de segunda generación y la ideología de género, tan dependiente en su concepción del lesbianismo político, han facilitado que  el mercado y la ganancia hayan reducido a la mujer a objeto, fetiche o símbolo sexual, marginando su condición de madre. Basta observar a tantas adolescentes en los medios audiovisuales y en los escritos, para constatarlo. Hoy una modelo es sobre todo una señora que debe provocar el deseo sexual y lo máximo es poder desfilar con las modelos de Victoria Secret o ser objeto en el calendario Pirelli. Este resultado es destructivo, dañino para la mujer, claro está, pero también para todos. 
 
Y esa preeminencia de lo sexual enmarca la lógica del aborto, que  es entendido como un signo de libertad porque libera de la posibilidad de ser madre. Desde que la aburrida habitante de un suburbio burgués de Estados Unidos, Betty Friedan, escribió en La Mística de la Feminidad, que la gran limitación para la mujer, su inferioridad ante el hombre, es que para ella  su libertad para las relaciones sexuales está condicionada por la maternidad.

Esa es la raíz del aborto convertido en fenómeno usual de masas, que ha conducido a concepciones tan aberrantes como la de que el ser humano engendrado no es nada, al tiempo que se protege al huevo de Urogallo. En España donde todavía hay Urogallos, el PP y  Ciudadanos, junto con los restantes partidos de ámbito español, comparten esta anomalía humana, y el “nosotras parimos, nosotras decidimos” trasladado a la vía normativa ha proclamado la irresponsabilidad del colaborador necesario y co-responsable, el varón. En el aborto, el varón - en nombre de beneficiar a la mujer, que es quien corre con la carga del aborto- tiene el mismo trato que el rey. Es un irresponsable penal.  Sería cómico si no fuera trágico, porque de esta manera, garantizando la impunidad en nombre de la libertad de la mujer, se ha construido un incentivo formidable para el macho de la especie, por naturaleza el más promiscuo de los mamíferos. Un paso más en la soledad de la mujer  que  cada vez más se refugia en el gimnasio, la compra de compensación emocional, la cirugía estética, los “productos de belleza” y las dietas, para la batalla de su vida a la que le empujan a librar:  que la deseen sexualmente. Y esa pasión por el cuerpo se traduce en las adolescentes en disgusto con el suyo: la plaga de la bulimia y la anorexia.
 
La sociedad desvinculada es la sociedad de las adicciones,  de la droga, del dinero y del sexo. Las dos primeras están reconocidas como problema (sin  capacidad para solucionarlos). La dependencia sexual está todavía en fase de celebración. Las tres están relacionadas, castigan con la infelicidad personal y con el daño social.

 

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