Cristianos y acción en el mundo

07 de agosto de 2015

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No debemos buscar en la sociedad lo que solo Dios puede darnos. Venga a nosotros tu Reino, decimos, y no vayamos nosotros a él. Es Dios quien puede. Por eso afirmamos “hágase tu voluntad”. Nos sometemos libremente a Dios. La tarea es mostrar a la sociedad el camino a Dios, es decir  Jesucristo, enseñar sobre su palabra y sus actos; su persona. Proclamar de manera visible y accesible la Buena Nueva. Y esta proclamación exige amar a nuestros semejantes, como fruto del sentimiento o de la voluntad, porque así amamos y servimos a Dios. Es lo que nos conduce a trascender, a salir de nosotros mismos; es decir de nuestros intereses, por muy buenos y dignos de elogio que sean, para también ocuparnos de las necesidades de los demás. Esta ocupación podemos desarrollarla bajo dos tipos de acciones distintas. Una la ayuda, la solidaridad concreta a quien lo necesita, la otra construyendo las condiciones para que crezca el bien común. No son dos vías incompatibles, su excelencia se encuentra en su complementariedad, pero hay dos errores que debemos evitar.

Uno de ellos es  pensar que la injusticia creciente del mundo, los grandes riesgos de la sociedad se corrigen solo con la solidaridad. Sin ella el corazón puede secarse, solo con ella se puede incurrir en convertirnos en válvula de escape de la injusticia. Hay que aliviar a la gente que por su situación en la nave se está ahogando por el agua que entra por las vías abiertas, pero también hay que reparar el casco y cuestionar a quienes llevan el timón de tan mala manera.

El otro es traducir la llamada a la transformación social situando la ideología por encima de la doctrina de la Iglesia. Proclamar nuestra particular respuesta política, económica, social, por encima de ella, sin reparar en las contradicciones y renuncias que entraña. Esta forma de operar destruyo la Cristiandad, y  hace tiempo que está en la raíz de la destrucción evidente de Europa. La política, la economía, están al servicio de la realización de la Fe, y no a la inversa, y lo están en el marco de la realidades autónomas, porque gozan de leyes propias, pero autónomas, no es sinónimo de independientes, sino todo lo contrario. Significa que en determinados aspectos están sujetos a un marco superior.

Procurar el bien común no es perseguir el abstracto universal, del interés general, que acaba designando el interés del poder, ni tan siquiera  podemos confundirlo con el bien de la mayoría, porque esto conduce a la explotación de quienes son menos. Procurar el bien común significa construir las condiciones concretas que permiten a cada persona desarrollar de manera armónica todas sus dimensiones humanas, de la que la espiritual, la experiencia personal y colectiva de Dios, es una de constituyente. Esto significa capacidad de analizar y diagnosticar la realidad, y  este es el gran papel de la doctrina social de la Iglesia nos otorga la visión y nos señala los instrumentos que pueden aplicarse, como el principio de subsidiariedad, o el de participación para apuntar dos de ellos.

Pero la gran tarea es desarrollar las aplicación a la realidad diagnosticada, porque sino la  DSE  también se convierte en un abstracto universal, sin aplicación en la realidad humano, un artilugio desencarnado, de un fe que surge de la encarnación, un absurdo en definitiva.

Ese es el gran vacío y la gran tarea que no se acaba de entender, de manera que acumulamos encíclicas sociales, como la ultima de Francisco, la Laudato si’, sin sentirnos impelidos a preguntarnos, y esto como lo llevamos a la práctica, justificándonos con la falsa idea de que la DSE no es un programa. ¡ Claro que no lo es, es mucho mas. Es el cuerpo doctrinal del que surgen programas, políticas públicas, políticas de empresa, transformaciones económicas; aplicaciones en definitiva.
No hay cristianismo solo con palabras por importantes que sean. De ahí lo determinante del testimonio cristiano, es decir de su práctica para llevarlo a cabo. ¿Porqué extraña razón la DSE  debe ser una excepción a esta regla fundamental?  ¿Por qué para empezar por lo último no hemos de responder a la cuestión de cómo aplicamos la Laudato si’, ahora y aquí?

 

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