El arte de saber educar implica tesón, constancia y fortaleza. Saber descubrir los peligros que acechan y pueden malograr la vida de los hijos y/o alumnos: los educandos. Pero sobretodo no sólo advertir y alertar sino lanzarse con coraje a rescatar de los depredadores, de esta sociedad materialista, a nuestros niños y jóvenes.
Leía, hace unas semanas, el relato de una entrevista a un niño del sur de Florida que había sobrevivido al ataque de un caiman gracias al valor de su madre. El niño decidió ir a nadar en una laguna que había detrás de su casa.
El niño sobrevivió pero sus piernas quedaron muy maltrechas. Días despues un periodista entrevistó al niño y le pidió si quería enseñarle sus heridas. El niño levantó la sábana y se las mostró. - Impresionante (dijo el periodista) ¡que valiente eres! Pero de inmediato, con gran orgullo, el padre remangó el pijama del niño y, señalando las cicatrices que llevaba en los brazos, le dijo: -"Las que deben de impresionarle, son estas".
Eran las marcas de las uñas que la mamá le había hecho al forcegear con fuerza con el cocodrilo para salvarle la vida a su hijo. El orgullo del padre era la fiereza con que la madre había defendido al fruto de su entraña.
Entraña de Dios somos tu y yo, duro combate hubo de librar con el peor depredador: el devorador del alma. Por ello hoy, en la cruz nos muestra -satisfecho- sus cicatrices para recordarnos siempre que por nosotros no se rinde, que nos quiere con locura, con amor de Padre. Aprendamos nosotros a hacer lo mismo.
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