Crónicas de un obsoleto 26. Iluminación segunda.

14 de agosto de 2015

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Perseverantes y católicos lectores: Me ha llamado la atención su interés por asuntos tan poco políticamente correctos como Primeras Comuniones, cédulas de pecados que se requieren como ayuda memoria en los confesionarios, sacristanes,  curas y monjas, temas que, por el contrario, son las delicias de fenotipos obsoletos. Pero no seamos incautos, bajo la apariencia de cuentos ingenuos se descubren de soslayo materias mayores y de mucho provecho.

Corren los tiempos en que el Obsoleto se prepara para su Primera Confesión y su Primera Comunión. Por encargo del P. Humberto y de la Hna. Isberga el joven confecciona por primera vez en su vida una lista de sus pecados, aspirando a que le resulte lo más larga posible, porque se lo exige su prestigio de buen alumno. Con todo, no aparece en aquel listado una pésima costumbre suya, que es sentir un gran placer en manipular a su hermana chica, de nombre Lilianita, para hacerla llorar y humillar a su muñeco amado Joaquín. Habíamos visto que la lista había caído en manos del papá. De paso se nos revela que éste era protestante, de la rama luterana. Sigue un interrogatorio entre el padre y su hijo, del cual este último sale indemne, ya que papá sólo  critica a los curas, que en su opinión  confundían a la juventud. Seguía la trama con el sueño del padre sobre el mal comportamiento del futuro  Obsoleto. A la dolorida queja de su polola el Obsoleto le habría contestado: “Ahora soy el otro”.

Cuando el padre había referido el sueño a la esposa, esta le instó a actuar y dejó caer la palabra “sadismo”. ¿ Por medio de qué misteriosas sendas  este sueño había alcanzado al padre? ¿Por qué secreta moción el hijo, en vez de   enrabiarse con la consiguiente paliza que había recibido del padre, recordó sólo el amor de ese padre? ¿Cómo fue que, habiendo sido capaz de pedir perdón tanto al   padre como a la hermanita no quiso poner en su lista de pecados sus maldades contra Lilianita? ¿Qué secreto agente logró que a causa de la oscuridad del confesionario el Obsoleto no pudiera leer su famosa lista y en cambio incluyera en ella en forma oral la historia de su falta contra Lilianita y su hijo Joaquín? En ese mismo confesionario el Obsoleto había recibido la absolución y nunca más en los años siguientes dejó de cultivar una relación de cariño con su hermana chica. Pero sin duda lo más llamativo de aquel 12 de  noviembre de 1940 había sido la invasión de un sentimiento de felicidad creciente durante  la proyección de la película “Las Aventuras de Pinocho”, que su madre les había brindado al Obsoleto y a su hermana Micaela.

Todos los acontecimientos del 12 de noviembre los agruparemos bajo el título de “Inspiración primera”. Se trata de “inspiración” cuando el sujeto de tal fenómeno tiene clara percepción de que la idea o el impulso no proviene de él mismo. ¿Entonces de quién? Por el momento y por prudencia lo llamaremos “Factor alfa y omega”. Más tarde sabremos más.
 
El domingo 17 de noviembre de 1940 tendría lugar la Primera Comunión del Obsoleto y su hermana Micaela y por causa de todo lo que sucedería en ese día le daremos el título de “Inspiración segunda”. En ese tiempo las familias más acomodadas de Osorno solían rodearse en sus solares de ciudad de una buena parte de su ambiente campesino. Por eso se preferían en ellos, rodeando la casa habitación, primorosos jardines, ante todo de azaleas, rododendros, chilcos y no pocas veces de copihues rojos, blancos o salpicados; pero también un huerto  de verduras, atendido no pocas veces por las propias dueñas de casa; no faltaba un gallinero y a veces una pequeña laguna para los patos o gansos; de todos modos había subterráneos para las frutas secas, las mermeladas, los toneles para el chucrut. Cerca del gallinero  el padre, don Federico, había instalado un agradable departamento con baño adjunto para huéspedes externos y su hijo le había sugerido que le permitiera inaugurarlo en vísperas y noche previa a su Primera Comunión. “¿Quieres hacerte ermitaño?”le había preguntado el padre, medio en broma, medio con inquietud. “Por favor, papá, quiero leer hasta más tarde”, le había respondido el Obsoleto. Esta comunicación sí dejaba contento a don Federico, que había fomentado siempre en su hijo  el hábito de la lectura. Lo había suscrito a dos revistas, la chilena “El Peneca” y una argentina con el enigmático nombre de “Billiken”, con la finalidad de que frecuentando su lectura alcanzara un buen nivel en la ortografía castellana. El Obsoleto se había formado una pequeña biblioteca  en base a aquellas dos revistas,  algunas novelas de aventuras y un librito titulado “Evangelios para los niños”. Había pensado llevarse aquella tarde su pequeño tesoro al departamento, donde junto con su madre habían tendido la ropa de cama. Después de la cena con la familia  y despidiéndose con un beso de papá y hermanas,  el Obsoleto  se encaminó con su madre a su “ermita”. Ella  había extendido en una silla la nueva indumentaria de Primera Comunión: terno color azul marino de pantalones cortos, un brazalete de seda blanca con flecos dorados, que llevaba impreso las palabras “Recuerdo de mi Primera Comunión” y un gran cirio. “No leas hasta demasiado tarde. Mañana tienes que estar con la cabeza muy despejada”, le recordó su madre (a quien debemos poner el nombre de Alexia,  en las vísperas de la Primera Comunión de su hijo). Después de un fuerte abrazo y varios besos en la frente del Obsoleto, doña Alexia  retornó a la casa de la familia.

Por espacio de una hora el Obsoleto hojeó con nostalgia en las viejas historias del  “Peneca”: “El joven búfalo”, ”La isla del tesoro”, (con las ilustraciones del dibujante Coré), “Quintín el aventurero”. Después se fue a acostar, rezó sus oraciones y se echó a dormir. Pasadas algunas horas de sueño,  lo despertó de improviso desde el cercano gallinero, el  primer canto del gallo. Era un canto muy sonoro y prolongado. El Obsoleto saltó de la cama y permaneció de pie en la oscuridad con el corazón palpitante. “Me están llamando”, pensó. ¿Quién? Resonó por segunda vez, muy fuerte el gallo. “¿Por qué me llaman?” se interrogó el Obsoleto, cayendo de rodillas. Pero el canto era magnífico y el joven levantó los brazos, cuando el gallo cantó por tercera vez, como con un pecho muy henchido. El Obsoleto topó con la frente en el suelo  cuando el gallo alzó la voz por cuarta y quinta vez. Resonaron después los cantos de muchos gallos, cercanos y lejanos, desde la subida del Pilauco, en las llanuras de Rahue, en la Ovejería y las alturas de Las Quemas. Al fin callaron las fanfarrias del alba de Primera Comunión y volvió el silencio. El niño retornó a su cama, pero seguía su agitación interior. Se duchó, se vistió con todas su galas, pero como no podía fijarse él mismo el brazalete con los flecos dorados en el extremo superior de su brazo izquierdo, tomó el cirio en la mano derecha y se encaminó a la casa familiar Allí ya todos estaban en movimiento, pero sabíamos que hoy no habría desayuno, esto se había inculcado desde varios días antes. El grupo familiar subió a pie las dos cuadras de la calle Ramírez y de la Plaza hasta la modesta capilla de las Hermanas de Schönstatt. Don Federico, el papá, nunca había querido tener automóvil, porque estimaba que no era necesario, muy a pesar de su esposa. En la capilla todo estaba adornado en el estilo de “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos”: el confesionario, que había sido tan fatal para el joven Obsoleto con ocasión de su Primera Confesión, había sido retirado para ampliar el espacio, la Hna. Hildebertis, segunda de las Hermanas de Schönstatt, ponía todo su empeño en arrancar tonos plañideros  a un viejísimo armonio; dos profesoras jubiladas del Instituto alemán representaban el coro cantando el “Oh buen Jesús”, mientras los primiciantes eucarísticos avanzaban lentamente por el pasillo de entrada, lleno de fallas. El Obsoleto, que empuñaba    su hermoso cirio con aroma de miel de abejas, sintió emerger en él la misma alegría que pocos días antes había  disfrutado  durante la proyección de las “Aventuras de Pinocho” en el “Teatro Principal” ,el premio de mamá después de su accidentada confesión. Era un gozo cristalino, que al entrar en la capilla y escuchar el “Oh buen Jesús” evolucionó hacia la emoción. Tratando de recordar en años posteriores y hasta muy posteriores el Obsoleto nunca pudo identificar nítidamente qué tipo de emoción había sido aquella. Lo más aproximado podría ser: un emocionado conocimiento de Dios. Algo así como un gozoso tomar nota de toda la teología. ¿Pero eso a los once años de edad? Lo cierto es que el gozo duró durante toda la misa.

 

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