Mis palabras son Espíritu y Vida

21 de agosto de 2015

Compartir en:



Comentario al Evangelio del domingo 23 de agosto. Juan 6, 60-69
 
 
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de Vida eterna.  Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios»
 
Comentario

La mayoría del auditorio se “escandaliza” ante la promesa del Pan de Vida, y no acepta el lenguaje desconcertante de Jesús, un pobre carpintero del pueblo, y la mayoría opta por lo más fácil: abandonarlo.

Este alejarse de Cristo, Pan de Vida, sigue repitiéndose a través de la historia: casi todas las iglesias separadas y las sectas han abandonado la Eucaristía, con lo cual sus adeptos no acceden al don más grande de Dios para sus hijos: Cristo Pan de Vida eterna.

Pero lo que más “escandaliza” es que mayoría de los mismos católicos bautizados, una vez que han hecho la primera comunión, abandonan la Eucaristía y la Iglesia. Pero tampoco todos los que van a misa, comulgan, porque, en realidad, no creen lo suficiente en Cristo resucitado, presente en la Eucaristía.

Incluso muchos de los que comulgan, no creen ni aman al que reciben. Aceptan el rito, pero no la Persona de Cristo presente. Prefieren una vida cómoda, sin el esfuerzo de acoger e imitar a Jesús, a fin de tener vida y gloria eterna con Él. Quien no cree ni acoge a Cristo en la Eucaristía, ¿cómo podrá reconocerlo y acogerlo cuando se le presente al final de su vida?

La Eucaristía sin fe y sin amor a Cristo y al prójimo, es un fatal contrasentido. Como el beso hipócrita de Judas. San Pablo afirma: “Quienes comen y beben indignamente, se tragan su propia condena” (Cor 11, 29). ¡Dios nos libre de tan grande e irremediable desgracia!

Urge, pues, verificar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y suplicarle con insistencia que aumente nuestra fe y amor hacia él: “Te creo, te amo y en ti espero, mas aumenta mi fe, mi amor y mi esperanza. “Señor mío y Dios mío” (Jn  20, 28).

Por otra parte, Jesús afirma que es imposible unirse a él si el Padre no nos lo concede. Pero nos indica cómo lograrlo: “Pidan y recibirán, porque quien pide, recibe, y quien busca, encuentra” (Mt 7, 8). “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, él se lo concederá” (Jn 14, 13).

Repitamos con Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 60). Creemos más allá de lo que vemos y tocamos. Somos felices por creer y amar sin ver. Esperamos, acogemos y amamos a Cristo como único Salvador, y nos asociamos a su cruz, la cual nos merecerá la resurrección y la vida eterna. Lo tenemos como luz, alegría, paz y salvación; creemos y vivimos en su presencia y amistad infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 20, 28).
La catequesis eucarística suele fallar por la base: se ocupa más de la doctrina y del rito, que de llevar al encuentro real con Cristo resucitado presente en la Eucaristía. Hay hambre de Cristo, pero también anemia espiritual por falta de real experiencia de Jesús eucarístico. Resucitado y presente.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda