Exigencias de la Laudato si´

21 de agosto de 2015

Compartir en:



La encíclica del Papa Laudato si’ se dirige a los católicos y a todo el mundo, y es una profunda consideración religiosa y moral: hemos de cambiar para salvar a los seres humanos y a la Tierra de la explotación que conduce a nuestra desgracia. Pero, la apelación a la conciencia no puede traducirse solo en un conjunto de actos personales relacionados con la vida diaria, esto es necesario porque manifiesta el compromiso, sea cual sea tu situación, pero no basta. La inercia del sistema económico mundial, la de los grandes sistemas regionales, Estados Unidos, China, Europa, y cada vez más India, y América Latina, es tan poderosa que necesita también de una respuesta al mismo nivel; esto es sistémica, política, económica, y técnica, que será tanto más fácil en la medida que exista aquella conciencia.

Creo que los católicos debemos saber del grado de dificultad de lo que es necesario hacer, para no incurrir en voluntarismos o simplificaciones estériles. El sistema económico, desde la Revolución Industrial, se ha construido sobre unos grandes presupuestos estructurales, y si no se adecuan no hay nada que hacer.
Seré más concreto: todos los sistemas económicos surgidos de la Revolución Industrial tienen unas “entradas”, unos inputs necesarios. Todo el sistema consume energía, que en su fuente inicial procede del sol, que permite la fotosíntesis vegetal, y que en sus aplicaciones concretas surge del petróleo, gas, carbón, otras materias orgánicas (todas ellas lo son) y en menor medida, la energía nuclear, hidroeléctrica, y las nuevas energías, eólica y solar sobre todo. Así mismo, requiere de recursos materiales, unos no son renovables, y se agotaran; el suelo fértil, tan fundamental y tan olvidado, no puede considerarse como renovable, porque su ciclo de formación es tan largo en el tiempo que su pérdida puede considerase como irreparable. Otros lo son porque no tienen reposición, como los metales. Los recursos renovables son los que su explotación no implica su agotamiento, siempre y cuando su tasa de reposición sea igual o superior a la de su explotación. El bosque forestal de Canadá o Finlandia son buenos ejemplos de consumo y renovación. El agresivo empleo del bosque en Brasil o en Indonesia es el ejemplo opuesto, de destrucción masiva. En el uso de la materia renovable, una aplicación particular del concepto económico de coste de oportunidad ayuda a saber si su utilización es equilibrada. Así, debemos considerar que el bosque no solo es madera, sino producción de oxígeno y captación de CO2, protección de la erosión, asociación con otros seres vivos formando un hábitat. Todo esto puede ser más importante que la madera en sí, pero, en general, el sistema económico no lo toma en consideración. El coste de oportunidad no diría qué significa prescindiré de todo esto, además de la madera, y que perdemos con su destrucción.

De entre los recursos naturales que consumimos, tres tienen una importancia singular: el suelo fértil, una capa delgada donde la actividad biótica permite que crezcan los vegetales, el aire y el agua, tanto como masa de agua dulce como marina. Esta última es fundamental para el ciclo de CO2 en la atmosfera, y por tanto decisiva en el cambio climático.

El sistema económico que transforma estas “entradas” en bienes y servicios produce una enorme cantidad de subproductos, de outputs indeseables. Por una parte, la energía degradada, generalmente en forma de calor. Hemos aprendido a utilizarla, pero solo en una fracción muy pequeña. La otra gran componente son los residuos, muchos de ellos contaminantes, difícilmente biodegradables, como la mayoría de plásticos, o que se incorporan a la cadena trófica dañando la salud de los animales y la nuestra, como sucede en el caso del plomo. El agua y la atmosfera registran un fuerte impacto, así como los suelos. El cambio climático, uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, y una peligrosa herencia para nuestros descendientes, es una manifestación de este efecto contaminante, en este caso por el CO2 y otros gases de efecto invernadero. La “máquina de producir” está acostumbrada a esto, y cambiarlo presenta grandes inconvenientes: seamos realistas, si fuera fácil ya se hubiera hecho.

Como mínimo, sería necesario obtener resultados importantes, desde ahora y hasta los próximos quince años, en una serie de campos estratégicos para cambiar las cosas:

·         Reducir sensiblemente el consumo de energía que posee impacto climático, el carbón y el petróleo sobre todo.
·         Mejorar la eficacia energética de las fuentes primarias, la denominada EROI (Energy Return on Imput), la tasa de rendimiento energético.
·         Deberíamos ser capaces de introducir reducciones en el consumo de materias no renovables, donde el suelo fértil ocupa un papel destacado y desatendido, y materiales no reciclables y no biodegradables, lo que sin duda exigiría una estadística internacional de flujos de materiales.
·         En definitiva, ser capaces de lograr el mismo PIB con menos energía de impacto climático, materias no renovables, materiales no renovables y no reciclables, menor contaminación atmosférica, y ahorro en el consumo de agua no reciclada.

Y alcanzar todo esto desde una perspectiva de justicia social y solidaridad; en términos más amplios, cumpliendo con los principios y fines de la Doctrina Social de la Iglesia.

En todo esto creo que hay un  concepto crucial: el de la productividad. El hacer lo mismo, o más, con menos, y esto exige la aportación adecuada de capital humano, primer factor; progreso técnico, el segundo; y capital, el tercero, y en las condiciones actuales, de peligrosa desmesura financiera, el más fácil de asegurar.

En realidad, creo que las cosas serán todavía más complicadas: la surgente ideología transhumanista, que viene a considerar que la naturaleza es una limitación, empezando por la humana, más el dinero que mueven sus actuales predicadores, está introduciendo una variable nueva en todo esto.

El reto es muy grande, histórico, y por ello apasionante. Entraña una revolución moral y ética, un gran cambio económico, una gran capacidad de formar a las personas, de disponer de las capacidades científicas y técnicas adecuadas, y en definitiva de promover una extraordinaria transformación política. Francamente, sin un sustrato de fervor religioso, solo a partir de la razón post ilustrada, lo veo muy difícil. Para ser sinceros, imposible. Evangelizar a la sociedad y transformarla se unen, así, no bajo la llamada del voluntarismo, sino bajo el imperio de la necesidad.


 

Compartir en:

Portaluz te recomienda