Pensar y razonar

21 de agosto de 2015

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"Procura andar por la vida cumpliendo el dicho del evangelio de Mateo: "Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas" (Mt 10,16). Seamos por tanto buenos, pero no tontos, sino inteligentes"


Lo más grande que Dios nos ha dado es la inteligencia, es decir nuestra capacidad de pensar y razonar, que es lo que nos diferencia de los animales. Pero ese pensar y razonar sólo se nos da como capacidad, por lo que tenemos que aprender a hacerlo.

Por ello a nuestros estudiantes hay que decirles que para conseguirlo necesitan no sólo tener un cerebro sano, sino también algo en la cabeza, porque la inteligencia es la capacidad de relacionar y quien tiene la cabeza vacía no puede hacerlo. Por tanto algo de memorismo es imprescindible.

El mundo clásico y el medieval siguen estando en la base de nuestra cultura, de la cultura universal actual. En el tiempo están las tres dimensiones de pasado, presente y futuro, pero si queremos vivir bien el presente y preparar el futuro, no podemos darle la espalda al pasado, del que hemos recibido un impresionante legado cultural que hemos de conocer y acrecer. Para ello el conocimiento de nuestras raíces nos es necesario. Nunca me olvidaré que los mejores profesores que he tenido en Teología, los más innovadores, eran los que se conocían al dedillo su especialidad, y en concreto a Santo Tomás de Aquino. Y es que si se quiere innovar con sentido y hacer avanzar la ciencia, hay que saber de donde se viene.

Hoy el desarrollo de las diversas ciencias y las necesidades sociales han hecho que se creen especialidades de enseñanza e investigación que se fragmentan cada vez más. Pero aunque sea necesaria una especialización, hay que tener una cultura general que nos permita evitar ser uno de esos bárbaros especialistas, que sólo saben de una cosa, pero que han perdido toda idea de humanismo, porque desconocen completamente las riquezas de la cultura clásica y de los valores cristianos. No se puede sustituir el estudio serio y responsable por la guerra a nuestra tradición cultural, a la que se considera como pasada de moda y superada, y que es una manera de intentar disimular la propia ignorancia. Aunque el nivel medio de la educación haya caído en picado, siempre se puede ser la excepción y al joven no le será difícil encontrar adultos dispuestos a ayudarle en su tarea de aprender a pensar y reflexionar, así como en sus deseos de culturizarse.

No despreciéis el pasado, conocedlo. Así evitaréis que os coman el coco. Leed mucho, y, entre las cosas que leáis, también los periódicos. Lo normal en la adolescencia es que empieces a interesarte por las páginas deportivas, pero, poco a poco, vete metiéndote en las páginas de política nacional e internacional. Procura, eso sí, que no todos tus libros y periódicos sean de la misma cuerda.

Hay episodios, como pueden ser el de la guerra civil, que son muy complicados y del que conviene leer obras de varias tendencias para formarte tu propia síntesis y poder contribuir para que una situación así no se repita jamás. Cuando en clase les hablaba de ella, era consciente de que entre los que me oían, probablemente sus abuelos habían luchado o estado en bandos distintos y entonces les decía: “De la guerra civil quedan muchos rescoldos. Mi tarea es echar agua, no gasolina”. Y por ello les ponía como ejemplo a aquellas personas que, en ambos bandos, se jugaron la vida para salvar la de sus adversarios.

Con la prensa, radio y televisión, algo parecido. Generalmente están al servicio de algunos intereses o partidos políticos, a veces por intereses no muy limpios, pero otras por convicción propia. Bueno es enterarse a quién sirve cada cual, quién es más sectario y quién más honrado, o al menos, menos enemigo de la verdad y de la honradez. Procura andar por la vida cumpliendo el dicho del evangelio de Mateo: “Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16). Seamos por tanto buenos, pero no tontos, sino inteligentes. Defendamos los derechos humanos, y encontraremos a nuestro lado bastante gente íntegra y honrada.

He empezado hablando del mundo clásico y de la necesidad de conocer el pasado, y he terminado hablando de política. No me arrepiento, porque el ser humano tiene una unidad que le da coherencia. Personalmente me gustaría que el principio integrador de mi y de vuestra vida, aquello que le da coherencia, sea Jesucristo.

 

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