Encadenados al deseo: alienación, tiempo y mercado

11 de septiembre de 2015

Compartir en:



El ocio, la diversión, se han multiplicado -todo el año es carnaval-, y han liquidado en gran medida su dimensión de perfeccionamiento humano para reducirse a la evasión, es el ocio como destrucción del tiempo. La desaparición de la tradición, o su reducción a actividades lúdicas de consumo, ha generado esa multitud de ciudadanos aislados que se sienten casi extranjeros en su propio espacio vital, porque viven en un tiempo vacío de significados. Porque es la tradición la que aporta sentido al tiempo. Como dice Saint-Exupéry, “el tiempo que corre no es algo que nos gasta y nos pierde, sino algo que nos realiza y madura”. A la estructura y orden de la casa paterna en cuanto al espacio le corresponde el rito en el tiempo:

-¿Qué es un rito? —Pregunta el Pequeño Príncipe—
-Es algo muy olvidado —Le contesta el Zorro sabio— Es lo que hace que un día sea diferente de otros días, una hora de las otras horas. Hay un rito por ejemplo en mi país de los que me cazan. Bailan los domingos con las mozas del pueblo, entonces para mí el domingo es un día maravilloso, me paseo hasta la misma viña. Si mis cazadores bailasen cualquier día, los días serian todos semejantes y yo no tendría vacaciones… (Saint-Exupéry. El Principito).

El entretenimiento actual tiene como fin no celebrar el presente, sino evadirlo. El ocio se transforma así no en una posibilidad de perfeccionamiento humano, sino en la búsqueda de sensaciones que nos evadan de la realidad.

La alienación del tiempo conduce también a camuflar la vejez. “Viejo” hoy descalifica, y anciano es casi sinónimo de “decrepito”, en lugar de consagrar la referencia a la maduración humana. El complejo de “Peter Pan” es otra forma de alienación del tiempo.
 
Mercado, derechas, e izquierdas
 
La hegemonía de la cultura desvinculada en nuestras sociedades y su política de satisfacción del deseo radica en que, por razones distintas, es compartida por la gran mayoría de la derecha y de la izquierda.

Hay que dejar sentado que el mercado es el impulsor más importante del deseo, entendido como pulsión primaria no encauzada por el resto de dimensiones humanas. Esto ayuda a entender porque la derecha y los liberales son cómplices, cuando no motores, de aquella hegemonía, porque ellos han convertido al mercado en un fin, uno de los grandes fines de la sociedad es servir al mercado, dirigido -podría tener otros sentidos- a maximizar la ganancia. El mercado es tan importante que en su nombre no les importa liquidar la fiesta obligatoria del domingo, y con ello dañar lo que algunos de ellos dicen defender, como es la familia.

El liberalismo más contemporáneo, el de Rawls y Rorty, están en el fundamento de la explosión del reconocimiento de las políticas del deseo.

Rawls, al hacer prosperar la diferencia entre lo que es correcto y lo que es bueno, ha dado lugar a la farragosa ideología de lo políticamente correcto, que en el marco del principio de la subjetividad del bien como única cuestión, y de la ley acordada a partir de aquella subjetividad y solo en nombre del procedimiento, enmarca y justifica toda la justificación política y normativa de la satisfacción de las pulsiones del deseo. Se trata de prescindir del bien y quedarse solo con la corrección. La distinción no es baladí. El liberalismo defiende la libertad de expresión a fin de que las personas puedan elegir sus propios fines, con independencia de cuales sean. Pero la preferencia de lo correcto oculta en todo caso el problema, dado que lo que se está afirmando es que no puede apuntarse que exista una forma de vida buena, una forma de vida mejor que otra, más allá de la preferencia personal, porque si no fuera así sería ilógico no preferir la buena a todas las demás. La vía de lo políticamente correcto es ciega ante el bien porque no desea identificarlo, y como escribe Sandel, citando a John Rawls en su Teoría de la Justicia, lo es porque justifica los derechos no porque procuren el bienestar general o el bien, sino a causa de que configuran un marco dentro del cual los individuos pueden escoger sus propios valores, hasta donde esto sea compatible con la libertad de los demás: “Los principios de la justicia a partir de los que se concretan estos derechos no pueden tomar como premisa ninguna virtud particular de la vida buena”.

Cuando Rorty escribe que “el desarrollo humano es una concreción de los ideales y las exigencias propuestos por el conjunto de los derechos humanos, no sólo como horizonte racional de la acción humana sino también como ingrediente de una educación sentimental” está introduciendo la emotividad, como una alternativa a la razón- esta es en gran medida la diferencia radical entre modernidad y postmodernidad-, y justificando el deseo si nace del sentimiento: “si se aman y quieren casarse porque impedirlo” es una consigna reiterada en favor del matrimonio homosexual. Una serie de televisión danesa, ‘Real Humans’, ha dado un paso más en la razón de las emociones guiadas por el deseo, aplicar la lógica de aquella frase a la relación entre seres humanos, y robots de aspecto y comportamiento semejante al humano. Es lógico, como veremos todo esto prepara culturalmente para la aceptación del posthumanismo.

Por efecto de los pensadores “liberales de izquierda” la socialdemocracia europea, destruida la idea marxista y provocada la crisis del estado del bienestar, han utilizado como sucedáneo de su identidad la ideología de género y su derivada, el homosexualismo político, que ahora se extiende hacia el “glamour” de otras pretendidas identidades, como la transexualidad. Vagamente, sus planteamientos tienen un aire de familia con el marxismo, donde el capitalismo ha sido substituido por el patriarcado, la burguesía por el hombre, y la clase obrera por la mujer explotada y los homosexuales.

Pero es que incluso la izquierda postmoderna, a pesar de declarase antiliberal y anticapitalista, ha asumido su caballo de Troya al colocar la ideología de género como interpretación del presente y de la historia, un sucedáneo del marxismo ligado a la liberación sexual del “sesenta y ocho”. El resultado es que esta nueva izquierda, pretendidamente transformadora, obvia la lógica del poder de las relaciones de producción, y se convierte en un distribucionismo de nuevo cuño, muy marcado por la lógica de las ONG’s solidarias, y encubre esta incapacidad de transformar las relaciones de producción, acudiendo, como la socialdemocracia, a la perspectiva de género como discurso revolucionario. El poder sigue intocado.

Todo esto prepara las condiciones objetivas para el nuevo salto al vacío moral, cultural y político que entraña el transhumanismo, que consolidaría la división radical por razones económicas de la sociedad.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda