La pasión de vivir

09 de octubre de 2015

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Ha llegado un momento en nuestra sociedad desvinculada en el que el anuncio publicitario y el sentido de la vida en el que se educa son intercambiables. Los gurús de la motivación promueven la “pasión de vivir”, vive cada instante como si fuera único –y que en un determinado sentido lo es-. Esto constituye ya un lugar común de los estilos de vida mediáticos, en las relaciones interpersonales, que así se consumen en momentos fugaces a la búsqueda de una intensidad que conmueva, y es también un recurso generalizado de las grandes empresas para hacer trabajar sin medida y con entusiasmo a sus cuadros y directivos, en torno a una palabra clave: entusiasmo.

El problema es cuando esta forma de coaching emocional, que navega a favor del viento emotivista, penetra en el ámbito cristiano, y aún más cuando lo hace en la escuela. Se apela a la pasión y entusiasmo, a vivirlo en cada instante, solo y como una emoción, como un fin en sí mismo, que automáticamente es bueno para los demás, que no deja espacio para nada más que para el “yo” lanzado. Todo ello al servicio de los “valores”, esa figura indeterminada, multiforme, que mete en el mismo saco sin orden ni jerarquía cosas muy distintas, valores que sin las correspondientes virtudes, la practicas buenas que permiten realizarlos, conducen a la nada.

Enrique Rojas en el artículo “La Grandeza de la Voluntad” utilizaba una concepción clásica para diferenciar entre desear y querer. Lo primero corresponde a perseguir algo desde el punto de vista afectivo, y ahí encajaría el entusiasmo, la pasión y el vivir a tope (¿pero pasión con qué fin, vivir para qué?). Querer es otra cosa, dice Rojas: “es buscar algo con empeño y tesón poniendo la voluntad por delante”. “Voluntad es determinación, firmeza, solidez en las metas” (lo que exige disponer de ellas), que demanda saber lo que uno quiere,(el sentido de la vida) poner los medios adecuados para lograrlo (la virtud de la prudencia), la firmeza para conseguirlo (que se nutre de la fortaleza asistida por la necesaria templanza y el sentido de la justicia, para no pasar por encima de nadie), y la necesaria acción humana, la acción que permite realizar lo propuesto, y que es portadora de sentido.

La voluntad se hace, se forja, entrena, mediante la formación del carácter y combina la razón con el sentimiento, y el deber que niega validez a la pequeña y extendida filosofía de “lo que me apetece”. La voluntad requiere de la virtud, y esta necesita a su vez una comunidad, familia, escuela, empresa, país, que la reconozca como tal y sea capaz de trasmitirla. La virtud permite la jerarquía que ordena la vida; por ejemplo, la justicia es previa a la solidaridad, porque la solidaridad sin justicia es un engaño. Formar el carácter es la base de toda tarea educativa, guiada por el fin de lograr una vida realizada en el bien a lo largo de nuestra existencia.

El entusiasmo, la pasión como metodología de vida y solo por sí misma, solo sirve para no platearse el fin de la vida humana realizada. Es como considerar que la caña de pescar es el deporte de la pesca, que exige mucho más. Necesita un pescador, es decir un ser humano preparado para el fin de pescar, y de los peces.

¿Entonces no ha de existir entusiasmo? Claro que sí. Es una fantástica dimensión humana, pero no solo del sentimiento, es más, no se debe abusar de él, sino también de la razón, y de voluntad, que sirve para realizar lo que se debe, el deber, gracias a la virtudes, que empiezan por tres relacionadas con Dios, las teologales. Y si empiezan por Dios significa que necesitan de un espacio, un “vaciado” de nuestra vida para la experiencia de Dios. Un vivir a tope sin referencia a Dios solo conduce a la larga o a la corta al vacío existencial, sobre todo cuando uno por ley de vida va tropezando con la ingratitud, la maledicencia, el engaño, la negación del éxito a nuestro esfuerzo, la enfermedad y el dolor, la injusticia, el sufrimiento, la decrepitud y lo efímero de la existencia. Ser Persona significa haber recibido una educación para esta realidad, y esa no es la vía del entusiasmo, una caña de pescar entre otras, sino de la fe vivida, y de la formación en las virtudes que ayudan a realizarla, a ser coherentes con ellas en la difícil cotidianeidad. Solo la experiencia de Dios es capaz -y con claroscuros- de darnos la fuerza necesaria para transitar con entusiasmo por la vida, porque entonces sabemos que Dios nos ama como nunca seremos amados, y conocemos el anuncio de la Buena Nueva de nuestra vida final feliz y para siempre.

 

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