Crónicas de un obsoleto 32. Balances de hombría

13 de noviembre de 2015

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Atentos lectores:

Antes de abordar las vicisitudes del Obsoleto en el Internado Barros Arana debemos analizar con mayor detención los preparativos dispuestos por D. Federico para que su hijo alcanzara un nivel aceptable de hombría.
 
Ya nos enteramos de que la medida central del papá estribaba en un alejamiento del ambiente hogareño de seis mujeres (la mamá, tres hermanas, y las profesoras de historia y de castellano, de máxima importancia para el joven Obsoleto, además de las dos nanas de la casa). Don Federico confiaba también en el efecto endurecedor de la inevitable nostalgia por mamá, una vez en Santiago. En cuanto a las clases particulares de gimnasia, causa de mucha hilaridad y bromas en los compañeros de colegio, distaron de resultar muy efectivas. También el dolor por la privación del peluche con ojos de vidrio, bautizado con el nombre de Leo, abrazado al cual solía dormir el Obsoleto y retirado por el padre, no fue de larga duración. Otra medida consistió en la introducción de las duchas frías en las levantadas de cada mañana. Hasta entonces las duchas mañaneras habían sido accionadas siempre con un inicio templado, que sólo al final giraba la llave hacia los chorros fríos. La introducción del agua fría desde un comienzo obedecía a que papá Federico había averiguado que en el Internado Barros Arana las duchas eran heladas. Por consiguiente convenía que el joven Obsoleto se entrenara desde ahora con el mismo rigor. En cuanto a las lecciones de salud reproductiva dadas por el doctor Otto Hirse, cuñado del papá, fueron un éxito rotundo. Las lecciones respectivas habían sido dadas durante una salida a caballo en un día de espléndido verano sureño, es decir, con viento, cielo azul y gran movimiento de nubes de cúmulos blancos, que hacían variar en pocos minutos el paisaje de un extremo a otro. El pediatra combinaba los momentos de paso sostenido de los caballos con cortos galopes que interrumpían la conversación. Después de sus lecciones al Obsoleto le quedaba claro que el sexo era un prodigioso invento divino al servicio de la vida. Sin lo erótico el planeta sería calvo como la luna. Pero a su vez el eros requería el poder envolvente del aprecio, del respeto, del cariño. Por eso el tiempo de noviazgo era tan necesario. La atracción por el mismo sexo era un sin sentido, un juego vano. El doctor invitaba con mucha bondad al joven a preguntar lo que quisiera y abría también la posibilidad de confidencias futuras en Santiago… el Obsoleto asistiría a clases en el Internado solamente desde el  lunes hasta el mediodía del sábado. El fin de semana residiría en la casa de sus tíos Otto Hirse y Adela y la prima Elisa, hija única.
 
Otro aspecto importante en la pedagogía de papá Federico estribaba en la hombría caballerosa, es decir el trato festivo con las niñas. Para ello organizó un curso de baile en su casa, en que los compañeros y compañeras del Obsoleto, aprenderían los bailes más usuales de los años cuarenta del siglo pasado, junto con las costumbres sociales de aquella época. En esos tiempos anteriores a la emancipación femenina las niñas debían atenerse a las reglas de un estricto recato, sin manifestar preferencias por nadie, esperando pasivamente que algún joven las sacara a bailar. Para las niñas atractivas y más desenvueltas esto no constituía ningún impedimento, ya que los galanes acudían en seguida a ellas para invitarlas a la danza. Distinto era el hado de las menos dotadas, las que a causa del egoísmo masculino solían quedar simplemente sentadas. En esta herida había reparado el sentido caballeroso de papá Federico y en uno de sus coloquios con su hijo le había inculcado el deber de posponer sus propios gustos para atender en las fiestas siempre a  las niñas menos favorecidas y acompañarlas a casa terminado el festejo. La obediencia a esta recomendación paterna le abriría al Obsoleto amplios espacios en su futuro capitalino.
 
Siempre el Obsoleto recordaría el concepto de hombría tan elevado de su padre y un suceso de años posteriores a su muerte lo confirmaría en su gratitud. Gozando ya del doble don y regalo del monacato benedictino y del sacerdocio, estando de paso en Osorno el Obsoleto caminaba por la calle Manuel Rodríguez en dirección a la plaza de armas, cuando un desconocido de cierta edad cruzó la calle para interceptarlo. Ya en presencia del religioso le preguntó: “Perdón, ¿es Ud. el Padre Obsoleto?” Una vez obtenida la respuesta afirmativa, le tomó la mano y le espetó: “Su señor padre era un caballero. Buenos días” y siguió su camino. Nunca el Obsoleto supo quién había sido el hombre que había estimado que valía la pena cruzar la calle Rodríguez, sólo para entregarle ese mensaje acerca de su padre.

 

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